Otredad, alteridad y frontera en el discurso de la identidad en Martín Fierro

Por Valentin González-Bohórquez

Mi gloria es vivir libre
como el pájaro del cielo

Canto I, 91-92

Martín Fierro aparece a principios de la década de 1870, en el momento más crítico para los habitantes de las pampas, cuando el proyecto gubernamental de asimilación y de exterminio cultural (y a menudo físico también) parecía irreversible. Minorías marginales como los gauchos fueron sometidas a un proceso de domesticación a través de leyes discriminatorias, alambradas y otras medidas del gobierno de Sarmiento como el reclutamiento forzoso de los gauchos para servir como soldados sin paga en la lucha contra los mapuches en la frontera. Estas acciones del gobierno y de los gestores del creciente capitalismo internacional correspondían muy bien con la antinomia maniquea de civilización y barbarie esbozada por Sarmiento en el Facundo y antes por Echevarría en El Matadero. Aunque este hostigamiento étnico, cultural y social, no era exclusivo contra los gauchos, sino también contra las minorías negras e indígenas (Hernández Cuevas ¶16-19), es evidente que mucho del énfasis asimilacionista de Sarmiento y de los liberales/unitarios en el poder estaba enfocado contra los gauchos, a los que se veía como reflejo del atraso del país, agravado también por sus antecedentes como aliados de la federación rosista.

Es en medio de estas tensiones ideológicas y programáticas en que aparece lo que eventualmente vendría a ser la primera parte del Martín Fierro, una obra que más allá de las expectativas literarias y editoriales de José Hernández halló un enorme e inmediato eco entre el público más diverso. El atractivo de la obra radicaba no sólo en la calidad y fuerza lírica del texto mismo, sino también en su significación dentro del debate nacional. Hérnandez había manifestado en el prólogo que su intención al escribir su poema era la de dibujar a grandes rasgos, aunque fielmente, sus costumbres [de los gauchos], sus
trabajos, sus hábitos de vida, su índole, sus vicios y sus virtudes; ese conjunto que constituye el cuadro de su fisonomía moral, y los accidentes de su existencia llena de peligros, de inquietudes, de inseguridad, de aventuras y de agitaciones
constantes. (65)

Pero el resultado final de la obra no se limitaría a la simple descripción de un romántico cuadro de costumbres, sino que devino un vigoroso alegato, una denuncia: la creación de un espacio antes no tan ampliamente establecido, para hacer oir el pensamiento gaucho desde la periferia, desde su altivez de hombres libres, pero también desde la agonía de una derrota inatajable. En ese extendido combate por la identidad y la supervivencia, Hernández crea, sobre todo en La ida, un escenario de personajes arquetípicos, a menudo confrontados con su irreconciliable otredad, o identificados en el hallazgo de la mismidad, debatiéndose todos en una frontera diluída y movediza, donde las fuerzas de control siempre parecen distantes y sin rostro.
Una de las resaltantes de la estructura y argumento del poema es que el lector se halla ante un texto que convoca a la otredad, a lo distinto, a una fuerza telúrica que reclama la atención no sólo del gaucho (a quien Hernández declara en el prólogo como su lector primario), sino ante todo de un lector urbano y de las élites educadas, ajenas a esta cultura, como una invitación a conocerla, a oirla y a tratar de entenderla como algo que está ahí y que no puede ser ignorado. El texto, entroncado dentro de la más clara tradición de la poesía gauchesca es, sin embargo, una voz que busca desbordar la mera percepción folclórica reduccionista para tratar de instaurarla en el centro de una literatura que refleje los valores de la nacionalidad argentina.

Desde sus primeros versos, el poema irá en contravía de las obras de Echeverría y de Sarmiento, mencionadas anteriormente, en las que se presenta de manera deliberada una imagen denigrante y antagónica contra la cultura gaucha, a la que se quiere ver desaparecer de la Argentina, asimilada bajo el proyecto civilizador europeizante de estos dos autores. Para el narrador del Martín Fierro, los gauchos representan en efecto una cultura que difícilmente puede cuadrar dentro de la geografía urbana de damas y caballeros sofisticados que describen Echeverría y Sarmiento como epítome de la sociedad ideal a la que deben aspirar los argentinos. Pero esta distintividad agreste y vitalista del gaucho reclama precisamente su espacio no como una amorfa composición social, sino como una etnicidad bien definida y con hondo arraigo histórico y cultural en el país.
Basado en esta premisa exaltadora de la identidad gaucha, Hernández teje una compleja trama de contraposiciones que busca resaltar lo peculiar de lo gaucho, a la vez que denunciar las fuerzas externas que lo están aniquilando. La otredad en Martín Fierro adquiere como su eje una perspectiva etnocéntrica (que incluye al menos raza, lengua, territorialidad e historia), en la cual el gaucho idealiza su infracultura, su mismidad incompartible, y donde todo lo demás le es ajeno y amenazante. Desde la fragilidad de su presente histórico, añora la utopía de un paraíso gaucho bajo asedio y quizá irremediablemente perdido. La voz de Fierro adquiere entonces un tono elegíaco y nostálgico:


¡Ah tiempos!… ¡Si era un orgullo
ver jinetiar un paisano! (I, 181-182)
…………………………………
Y mientras domaban unos,
otros al campo salían,
y la hacienda recogían,
las manadas repuntaban,
y ansí sin sentir pasaban
entretenidos el día. (I, 187-192)

En medio de la vasta llanura, ellos eran los amos de su vida y destino, sin más autoridad que las normas que les imponían sus costumbres pastoriles y su sentido de la libertad:


Y al verlos cair la noche
en la cocina reunidos,
con el juego bien prendido
y mil cosas que contar,
platicar muy divertidos
hasta después de cenar. (I, 193-198)

La visión de un pasado idílico y sin confrontación con otras culturas en realidad nunca existió, ya que en el orígen mismo de los gauchos están los nunca apacibles procesos de mestizaje que incluyen las fusiones en mayor o menor medida entre europeos, indígenas, africanos, moriscos y judíos desde los tiempos de la conquista y la colonia. Pero a lo largo de esos siglos fundacionales, los gauchos se habían acostumbrado a vivir en relativa libertad y en continuo trasiego nómada por la pampa inabarcable. El arribo de los proyectos de reordenamiento posindependentistas de la segunda mitad del siglo XIX, pusieron al gaucho en la mira oficial del exterminio de su cultura y de su estilo de vida. En el Martín Fierro el lector asiste a a la confrontación de las diversas fuerzas en pugna, todas ellas reclamando espacios legítimos o usurpados. El reconocimiento de la otredad se produce entonces en el asalto de la autoridad centralista que invade sus territorios, los cerca, les impone leyes y va detrás de los hombres gauchos como quien va de cacería, para obligarlos a unirse al ejército e ir a combatir a los indios que tampoco quieren ceder su territorio.

Desde la perspectiva gaucha, esta otredad no se limita sólo a la “autoridá”, el alcalde, el juez de paz y el ejército, sino también a los indios, los negros y los extranjeros (los inmigrantes europeos más recientes, particularmente los italianos y los ingleses que no dominan todavía la lengua nacional). Curiosamente, y de seguro respondiendo a los prejuicios de Hernández más que a los de su héroe, los indios serán los que marquen la más radical de las otredades, como se verá sobre todo en La Vuelta. Sin embargo, en la trama de espejos y reflejos socioculturales que despliega el poema, también para la autoridad y el gobierno el gaucho es lo otro, porque también este lo mira desde su óptica excluyente, porque le ofende su espíritu independiente y busca doblegarlo. Como indica Torres de Peralta,
La serie de imposiciones unilaterales produce una cadena secuencial de efectos y el gaucho deviene, según la perspectiva oficial que se infiere en el texto, en un ser despreciable al que debe perseguirse. La imagen del gaucho, de acuerdo a esta visión, resulta semejante a la que el gaucho le adjudica al indio, su enemigo, en la defensa de los fortines de la frontera, y es la misma imagen que en la literatura gauchesca otros autores le adjudican al indígena de la pampa, de salvaje y malhechor. (1038)

Desde la óptica del gobierno la otredad del gaucho implica su invisibilidad, aquello a lo que se le niega una identidad autónoma. Esta mirada hegemónica se presenta de manera simbólica en el contraste entre oralidad y textualidad, uno de cuyos ejemplos es el hecho de que Fierro no aparezca en la lista de quienes reciben paga en el ejército porque su existencia pertenece al mundo de lo oral y en consecuencia no se les tiene en cuenta porque no existen en la letra. (I, 755-756)


La continua oposición de mundos y de cosmovisiones sólo se disuelve temporal pero significativamente en el encuentro de Fierro con el sargento Cruz, otro gaucho como él con quien comparte historias paralelas. Justo en uno de los momentos climáticos de la historia, cuando la única suerte posible del héroe era morir en medio del desierto y la soledad, acorralado por la partida de milicos, surge su par, un alma gemela que sale en su defensa y lo salva de una muerte segura. A partir de este episodio y hasta la muerte del sargento Cruz, la amistad entre estos dos hombres mostrará algunos de los aspectos más positivos de Fierro, y por tanto de la arquetipización gaucha representada en él: el valor de la amistad, la lealtad, el culto al coraje, la primacía de la libertad humana. Como lo habría de ficcionalizar Borges, cuando Cruz vio a Fierro debatiéndose en fiero combate, “comprendió que el otro era él”. (62) O como lo identifica Martínez Estrada, Cruz “es el doble de Martín Fierro, su reverso, su sombra”. (82) La significación de ese encuentro va más allá del grito de Cruz, que rompe en la vastedad del desierto, de no consentir que se mate “ansí a un valiente”. (I, 1626) Lo que este momento paradigmático permite es una mirada a la intimidad de la cultura gaucha, signada por la solidaridad frente al hostigamiento que padece, y observable de nuevo más tarde en el reencuentro de Fierro con sus hijos y con Picardía, el hijo de Cruz, en la parte final de La vuelta.

La espacialidad esencial en que se mueven los personajes y se desarrolla la historia es la “frontera”, un territorio no especificado geográficamente en el texto, pero que se entiende cultural y militarmente como aquel demarcado por cristianos y salvajes. “Aquellos excluidos de la civilización eran los que habitaban más allá de esos territorios”, dice Boyle. (¶27) Y agrega: “Indios, negros, viajeros, algunos inmigrantes, gauchos y partidas militares eran sus transeúntes. Una tierra amorfa dominada por lo que Sarmiento, siguiendo una tradición europea, llama “barbarie”. (Boyle ¶27) Es en este territorio de nadie donde se define lo que debe llegar a ser la Argentina, y por ende, territorio donde se conjugan las amenazas de los poderes y donde se construye la identidad nacional. Es este desierto impreciso y vasto, cercano físicamente a Buenos Aires y a la vez distante emotiva y culturalmente, “la zona donde se tocan y trafican las dimensiones del presente y del pasado, de un espacio sin marca, de una naturaleza sin saber, de un territorio sin propiedad, de monstruosas otredades sin asimilar que los habitan y transitan”. (Moyano ¶25) Es alrededor de este eje fronterizo donde el proyecto capitalista y modernizador del estado consumará finalmente la agenda asimilacionista y “civilizadora” de la comunidad gaucha.

En La vuelta de Martín Fierro, Hernández elaborará un desesperado discurso para tratar de hacer que la identidad gaucha no sea borrada del mapa de las identidades argentinas. Se observa ya un cambio en el tono de esta segunda parte con el de la primera, escritas con seis años de diferencia y precedida esta última por la fama literaria alcanzada por Hernández y su posición como político y senador de la Provincia de Buenos Aires. Sin embargo, el pensamiento de Hernández se mantiene diferente al de Sarmiento. Entre tanto que éste buscaba suprimir la cultura gaucha por una europea, Hernández, como otros intelectuales argentinos antes y después de él, creía que el ideal era que se diera una fusión armónica entre “el espectáculo de la civilización europea” y la “simpatía y [la] admiración por la naturaleza americana con todas sus grandezas y con todos sus defectos”. (289) En la parte final de La Vuelta (sobre todo en los consejos de Fierro a sus hijos y a Picardía), se oye la voz mesurada y contradictoria, a la vez asimilacionista y resistente de Hernández, más que la de Fierro, el desertor curtido en batallas, planteando el programa que se le debe endosar a los gauchos en estos nuevos tiempos:


Es el pobre en su orfandá
de la fortuna el desecho,
porque naides toma a pecho
el defender a su raza;
deber el gaucho tener casa,
escuela, iglesia y derechos. (II, 4823-4828)

En el amplio análisis de Martínez Estrada sobre las dos partes del Martín Fierro, este autor cuestiona la intervención constante que Hernández hace en el pensamiento de su héroe en La vuelta, sometiéndolo a las convicciones personales del autor, más que a las Fierro había manifestado en la primera parte. “En La ida era Martín Fierro quien decidía su destino; en La vuelta es Hernández; pero tal es la violencia que necesita ejercer sobre su personaje, que sólo consigue recuperarlo a costa de la pérdida de su personalidad”. (Martínez Estrada 163) El poema termina así con una nota entreguista, mediadora, en la que Hernández no ve otra posibilidad realista que la de la asimilación del gaucho a la sociedad dominante, pero intentando mantener el reconocimiento de su distintividad. En este trance, al final del poema, el lector asiste a la clausura de una cultura singular, devorada por el culto al progreso y a los modelos civilizadores de Occidente. Como ha de observar Ángel Rama, La Vuelta de Martín Fierro señala hacia “una mitologización del asunto y a la progresiva aceptación del nuevo orden impuesto por el liberalismo, tanto vale decir, la aceptación de la derrota rural”. (62)

Sin embargo, la paradoja es que con el tiempo, asimilado y cristianizado, releído desde la nostalgia de un pasado heróico extinto y no amenazante ya, Fierro se va a convertir en símbolo de la identidad argentina. Desaparecido el gaucho nómada de las pampas, asimilado en las grandes haciendas de los terratenientes, en el ejército, o convertido en el compadrito de los arrabales de las grandes ciudades, los argentinos llegarán a ver en este espíritu libertario y valiente, la expresión de lo mejor de la argentinidad. “Certainly, there is textual evidence in Hernández’s poem that articulates this kind of “essentialist” nationalism, wherein the elegiac voice of the gaucho embodies the essence of the melancholic, Christian, brave, and noble Argentinean in his battle for liberty and social justice” (González-Ortega 7). Su voz siguió siendo distintiva y “otra” en muchas formas, ya sea desde la ruralía que han de describir obras del siglo XX como Don Segundo Sombra, o en la literatura de los arrabales de Evaristo Carriego o Borges. Pero en su otredad esencial, pampera y primaria, el gaucho histórico se convirtió, como otras minorías periféricas de la América Latina, en la referencia de un pasado suprimido y romantizado dentro del ideario occidental hegemónico.


Bibliografía
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González-Ortega, Nelson. “Literary Nationalism and poscolonialism in Argentina: MartínFierro: Epic Poetry?”. Neohelicom XXXII (2005) 1: 175-204. Oslo, Norway: Akadémiai
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Martínez Estrada, Ezequiel. Muerte y transfiguración de Martín Fierro, Ensayo de interpretación de la vida argentina. 4a. edición. Rosario, Argentina: Beatriz Viterbo Editora, 2005.
Moyano, Marisa, M. (2003): “Escritura, frontera y territorialización en la construcción de la nación”. Ciberletras. Revista de crítica literaria y de cultura. Lehman College, CUNY y Yale University. Núm. 9, julio, 2003. http://www.lehman.cuny.edu/ciberletras/v09/moyano.html
Rama, Ángel. Los gauchipolíticos rioplatenses. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1982.
Schmit, Roberto. “La construcción de la frontera decimonónica en la historiografía rioplatense”. Mundo Agrario, Revista de estudios rurales. nù,. 16, 1er. semestre, 2009: Universidad de Buenos Aires.
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Actas X. Los Angeles: California State University, 1989.