CUADERNOS DE LA PANDEMIA

Los plutócratas al poder. Y el mundo que los enfrenta (Parte II)

“Sin desobediencia civil, la democracia no existe”.

—Howard Zinn, historiador y activista

 19 de marzo, 2025. Ya se veía venir y el tiempo ha llegado. Tanto en la campaña presidencial que llevó nuevamente al poder al líder del movimiento republicano MAGA, como en la ceremonia de posesión del 20 de enero en Washington, D.C., expuso ante los ojos del mundo el comienzo de una abierta y desvergonzada plutocracia desde el asiento del gobierno de los Estados Unidos. No que no existiera ya desde siempre ese injerencismo rampante de los multimillonarios en la vida política del país. Pero la escena de Elon Musk, bailando como un bufón atolondrado en la plataforma de uno de los mitines de campaña del candidato republicano, fue la imagen más delirante y tangible del ascenso de una nueva oligarquía, que ya lleva tiempo dirigiendo las cuerdas del poder político y económico.

 Esa misma escena del baile triunfalista de Musk, volvió a verse una vez más. En esta ocasión en el salón circular de la Rotonda, en el interior del Capitolio, donde además del baile dio un breve discurso e hizo el saludo nazi ante un grupo de invitados maguistas, la mayoría de ellos hombres blancos ricos y mayores de edad, que asistían a la toma de posesión de Trump, y quienes rieron y se congraciaron con el saludo de Musk. Afuera, un pequeño y desbandado número de devotos tuvieron que aguantar el frío en la larga plaza del Mall, con temperaturas bajo cero, y sin siquiera tener pantallas para ver el regreso de su líder al centro del poder.

 La hora ha llegado y ahora es cuando una pequeña dinastía tiene acceso casi irrestricto a todas dependencias del gobierno federal. Una dinastía representada por los dueños de las empresas tecnológicas más ricas del mundo y de los más grandes consorcios inversionistas como BlackRock y Vanguard Group, que han hecho lobby por años para determinar las políticas más importantes en el destino de esta nación-estado, y obtener el mayor beneficio personal y de sus empresas mientras les dure su edad dorada. Son ellos y ellas una dinastía que financió con más de mil millones de dólares la campaña de Trump y que ahora no solo reclaman poder sino que son el poder mismo.

Este grupo de plutócratas está encabezado por el momento por Elon Musk, y secundado de manera visible por Mark Zuckerberg y Jeff Bezos. Otros menos visibles son Timothy Mellon, Miriam Adelson, y Richard y Elizabeth Uihlein, y una docena más, quienes con sus miles de millones de dólares tienen la capacidad incuestionable de ejercer presión y controlar no solo el poder ejecutivo sino a legisladores que dependen de sus aportes para financiar sus campañas, y aún a jueces de la Corte Suprema de Justicia como Clarence Thomas, investigado por recibir regalos y costosos viajes de millonarios republicanos.

 Los Estados Unidos, como gran parte de las autodenominadas democracias del mundo, han sido manejadas, ya sea abiertamente o entre bambalinas, por una oligarquía que busca mantener y aumentar sus privilegios e intereses. La idea de la democracia como un gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo, nunca ha sido una realidad para gran parte de la población. Por el contrario, uno de los objetivos de la oligarquía es mantener la desigualdad social y económica en la población para poder dominarla. En el caso de EE. UU., las comunidades de origen europeo, anglosajón, han sido privilegiadas para la obtención de toda clase de beneficios, desde acceso a la vivienda en los mejores espacios, préstamos bancarios o estatales para iniciar empresas, educación y los trabajos de más alto rango, mientras las poblaciones racializadas, entre ellas las afroestadounidenses, latinas, asiáticas e indígenas, han enfrentado todo tipo de explotación y marginación sistémicas.

 Los oligarcas normalmente compiten con otros oligarcas para asegurarse mayores beneficios, en cualquiera de los bandos que se sometan a sus intereses. Un caso que puede mencionarse es el de F.D. Roosevelt, el millonario demócrata quien en 1940 buscaba su tercer mandato mientras acusaba a su contendor Wendell Willkie y al Partido Republicano de estar vendidos a la clase rica. Su lema de campaña, “Wilkie para los millonarios, Roosevelt para los millones”. Hoy día, tanto demócratas como republicanos, están más que nunca bajo el imperio de los grandes capitalistas, como se demostró con los más de $1,650 millones que recibió la campaña de Kamala Harris de sus donantes superricos, y los más de $1,090 millones que entraron a la campaña de Trump provenientes de otros oligarcas.

 Sin embargo, pese a las similaridades entre los oligopolios que dominan las esferas del poder político, social y económico desde la fundación del país, el actual gobierno plutocrático de MAGA se distingue por su estilo frentero y gansteril, que empuja sin miedo su agenda para ver hasta dónde aguantan las instituciones. Lo que resuena en el fondo de su modo de actuar es la imagen de lo que siempre ha sido Estados Unidos. Solo que ahora el mundo puede verlo a plena luz del día. Como en la figura tragicómica del rey desnudo.

 Los métodos y la ideología supremacista blanca de corte fascista del mandatario y de los plutócratas que lo rodean, caen dentro de variadas definiciones políticas, todas ellas convergentes. Una de ellas es el patrimonialismo, al que Nathan Gilbert Quimpo, autor y profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Tsukuba, Japón, describe como “un tipo de regla en la que el gobernante no distingue entre patrimonio personal y público y trata los asuntos y recursos del estado como su asunto personal” (1). Así, el mandatario actual de EE. UU. se cree con el derecho de gastar en sus primeros 60 días de gobierno más de 18 millones de dólares de impuestos de los contribuyentes jugando golf en campos de su propiedad, sin que eso parezca inmutar a nadie. Está convencido que los recursos del país están a su disposición personal y familiar.

 Otra de las características de este gobierno es la que destaca Samuel Farber, sociólogo y profesor de Ciencias Políticas de CUNY: “Trump es un capitalista. Eso lo sabemos todos. Pero es un tipo particular de capitalista: un lumpencapitalista”. Farber toma la noción de Hal Draper, autor y activista que jugó un papel fundamental en el Movimiento por la Libertad de Expresión en los años 60, quien describía a los  lumpencapitalistas como “‘los buitres carroñeros’ que se mueven entre la especulación y la estafa y que son los cuasicriminales o excrecencias delictivas del cuerpo social de los ricos, al igual que el ‘lumpenproletariado’ propiamente dicho es la excrecencia de los pobres”.

 Y a esta benévola descripción añade, “La esencia del lumpencapitalismo de Trump se expresa de muchas maneras, comenzando por sus operaciones financieras turbias e ilegales (o que rayan en la ilegalidad). Los capitalistas ‘normales’ toman a menudo atajos ilegales en su búsqueda de ganancias —eludiendo el pago de impuestos, violando regulaciones estatales o tratando de quebrar ilegalmente a los sindicatos—, todo esto sin dejar de ser empresas capitalistas ‘normales’. Para el lumpencapitalista Trump, sin embargo, esos atajos son la principal estrategia para la obtención de ganancias” (2).  

 A estas características se añade un creciente autoritarismo ante un Congreso que ve tambalear su autonomía, o que simplemente está aliado al ejecutivo; y una Corte Suprema de Justicia que todavía está por manifestar su posición. Los plutócratas dentro de este sistema son los que parecen tener la última palabra.

 El Proyecto 2025, que ha puesto en marcha el mandatario a través de una racha interminable de decretos ejecutivos, le sirve para desmantelar el estado y volverlo a recomponer pero con un personal afín a su ideología, dentro de estructuras aún más supremacistas y excluyentes, que beneficien aún más a una reducida clientela política y económica cuya finalidad es el dinero y el poder y el poder que da el dinero. Es también, como se prevía de este segundo mandato, una clara revancha contra la clase educada y científica, y la burguesía histórica que ha tratado siempre al líder de MAGA como un escalador que a punta de bravuconería ha logrado instalarse en el núcleo mismo del poder político de los Estados Unidos.

 En un lúcido análisis de la situación presente del país, la socióloga Jennifer Walter observa que ahora más que nunca se puede aplicar lo que la periodista y escritora Naomi Klein llama la doctrina del shock: “Se trata de usar el caos y la crisis para impulsar cambios radicales mientras la gente está desorientada para resistir eficazmente. Esto no es solo política convencional: Es una explotación estratégica de los límites cognitivos”. La autora alude también al teórico de los medios, Marshall MacLuhan, “quien indicaba que cuando los seres humanos enfrentan una sobrecarga de información, se vuelven pasivos y se desconectan”.

 Walter concluye que “los decretos ejecutivos emitidos uno tras otro por Trump crean un cuello de botella cognitivo, lo que hace casi imposible que la ciudadanía y los medios analicen a fondo cada política… Cuando múltiples políticas compiten por la atención simultáneamente, fragmenta el discurso público tradicional de modo que los medios tradicionales no pueden mantener el ritmo, creando una cobertura superficial. El resultado debilita la supervisión democrática y reduce el involucramiento público. Bien, eso es lo que está sucediendo en los EE. UU. ahora mismo”.

 Entre las varias estrategias de acción que presenta la autora contra la amenaza de este gobierno autoritario están: enfocarse en dos o tres temas en los que siente que debe involucrarse y tomar algún tipo de acción personal y social; ayudar a crear comunidad; compartir la carga cognitiva; y tener presente que quieren que estés disperso. Tu enfoque es tu resistencia” (3).

 Uno de las agendas más agresivas que trata de implementar esta administración es la deportación expedita y a toda costa de inmigrantes empobrecidos y racializados de los países del sur global. Una de las razones de este odio es el hecho de que los inmigrantes son percibidos como una amenaza para el supremacismo blanco, en un momento en que estas comunidades son ya casi el 50% de la población de EE. UU. En este sentido, Juan González, periodista y co-director del programa de noticias Democracy Now!, quien tiene una larga trayectoria en favor de los derechos de los inmigrantes, señala que “los activistas de inmigración están coordinando una serie de movilizaciones masivas para esta primavera, con la esperanza de que vayan más allá de las históricas protestas por los derechos de los inmigrantes de 2006, cuando millones de indocumentados y sus partidarios salieron a las calles de las principales ciudades de Estados Unidos”.

 González, autor de Harvest of Empire, uno de los mejores estudios sobre la migración latina hacia los Estados Unidos, destaca que hay “un llamado a las organizaciones de base para que culminen esas protestas a principios de mayo, específicamente el 1 de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, con una serie de huelgas laborales: no solo uno, sino varios días sin inmigrantes, incluyendo paros en restaurantes y hoteles de todo el país el Cinco de Mayo, para dejar en claro la importancia de los inmigrantes para el capitalismo estadounidense”. El activista añade, “es obvio que el golpe neofascista que presenciamos no será derrotado simplemente con recursos legales en los tribunales. Habrá que afrontarlo en las calles. Y creo que los grupos defensores de los derechos de los inmigrantes sentarán las bases para el nivel de militancia necesario” (4).

 Quizás si hay algo que pueda considerarse grande en la historia política de los Estados Unidos es la historia de rebeldía por parte de una lista muy extensa de pensadores y activistas, sumados a millones de personas de la población, contra cualquiera que quiera posar como un tirano y dictador. Es una tradición larga, que viene desde el pensamiento y las acciones simbólicas de Henry David Thoreau en el siglo XIX y su texto Desobediencia Civil, hasta filósofos, activistas y pensadores, que incluyen a Howard Zinn, Ángela Davis, Noam Chomsky, Cornell West, Mike Davis, quienes han tenido claro que una de las bases esenciales de esa aspiración que llamamos democracia es el derecho a la disensión, a la desobediencia, cuando el gobierno atenta contra la dignidad y los derechos de la población. El llamado hoy es hacer grande la resistencia otra vez.

 Fuentes citadas:

1) “Trapo Parties and Corruption”, por Nathan Gilbert Quimpo, en KASAMA, Vol. 21 No. 1, Jan‐Mar 2007.

2) “Donald Trump, un lumpencapitalista”, por Samuel Farber. Jacobin, 11 junio 2024.

3) “Political Burnout is Real: How to Change the World Without Breaking Yourself” por Jennifer Walter. Jenifferwalter.me, 28 enero, 2025.

4) “Juan González: Immigrant Rights Groups Are Playing Key Role in Confronting Trump’s Neofascist Coup”. Interview by Amy Goodman. Democracy Now!, 11 de febrero, 2025.

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

Proyecto 2025, una feroz campaña contra los más vulnerables (I Parte)

Una de las numerosas marchas en Los Ángeles contra las agresivas redadas de deportación de inmigrantes bajo la actual administración federal.

 Tomemos un cuchillo
y cortemos el mundo en dos —
y veamos los gusanos
que devoran su corteza.

 —Langston Hughes, poeta afroestadounidense

 17 febrero, 2025. Aún para los grandes medios de comunicación se hace difícil mantener el ritmo del torbellino de noticias escandalosas que produce el líder del movimiento de extrema derecha MAGA y ocupante por segunda vez de la Casa (muy) Blanca. Resulta caótico para periodistas, comentaristas y editores informar de lo que sucede cada hora desde lo que parece ser el único centro sobre el que gravita el destino del mundo entre hoy y mañana. Y no se diga ya del alboroto que causa entre el personal de las dependencias administrativas, comisiones y departamentos que comienzan a ser desmantelados, como si todo dependiera en exclusivo del próximo decreto ejecutivo y de la gigante y presuntuosa firma en tinta negra que estampa a granel sobre textos redactados por sus ideólogos de cabecera. Y las reacciones y contrarrespuestas de los gobiernos a los que ataca, incluyendo a sus principales socios comerciales, que luchan por mantener la frente en alto en defensa de la dignidad de sus pueblos, que se sienten francamente amenazados y atacados.

El Congreso de los Estados Unidos parece que ha desaparecido en estas primeras semanas de gobierno de Trump. El pasado 10 de febrero, el líder de la minoría de la Cámara de Representantes del Partido Demócrata, Hakeem Jeffries, lo confirmó con impotencia, “¿Qué influencia tenemos? Ellos [los republicanos] controlan la Cámara, el Senado y la presidencia; es su gobierno”. Eso: Que el Partido Demócrata es una sombra, un inmenso vacío, por decir lo menos. Un vacío, que más que un nuevo partido debería llenarlo un nuevo movimiento humanista antibélico y antirracista.

Y con todo, sí, es verdad, solo unas pocas voces aisladas entre los demócratas empiezan a levantar la voz tímidamente, calculando el costo de su audacia. Así, es presumible que tarde o temprano respondan de alguna manera, como el posible nuevo impeachment (juicio político) que ha empezado a gestionar el representante demócrata de Texas, Al Green. Pero en caso de que llegue a darse, es previsible que la mayoría republicana en el Congreso consiga exonerarlo como ocurrió con los dos juicios que enfrentó en su primera administración.

Igualmente la Corte Suprema de Justicia, de mayoría conservadora, anda cauta y en silencio ante el creciente número de arbitrariedades que comete el poder ejecutivo. Uno de los primeros decretos del mandatario fue ordenar al Departamento de Justicia liberar a más de 1,500 presos culpables del asalto al Capitolio en enero 6 del 2021, sin que haya una ley jurídica ni constitucional que le impida otorgar dichos indultos y conmutación de penas. En cambio ha habido una acción rápida de unos cuantos jueces que han bloqueado algunos decretos ejecutivos, como la eliminación del derecho de ciudadanía por nacimiento, y la orden de trasladar a mujeres transgénero en prisión a cárceles para hombres. O la decisión de Trump de congelar miles de millones de dólares de ayudas públicas, que pone en riesgo el acceso a la cobertura médica de muchos ciudadanos de bajos ingresos. 

También las calles comienzan a llenarse de protestas contra el maltrato y la deshumanización de los migrantes, la deportación de personas indocumentadas sin antecedentes penales, muchos de ellos y ellas atados de pies y manos en vuelos express hacia sus naciones de origen, o hacia el nuevo Abu Ghraib que es la prisión de torturas y vejaciones de Guantánamo. Hasta el día de hoy, 53 venezolanos “sobre los que pesa una orden definitiva de expulsión del país” han sido enviados a Guantánamo (1). Al mismo tiempo aumentan los mítines contra el desmantelamiento del Departamento de Educación, que quitará importantes aportes financieros para estudiantes de comunidades marginadas.  

Otro ataque va dirigido contra la libertad de expresión y culto, aún de líderes cristianos como la obispa episcopal Mariann Edgar Budde, que se atrevió a plantarle cara al recién instalado presidente en el servicio de oración inaugural para pedirle que tuviera misericordia de los “niños gays, lesbianas y transexuales, y familias demócratas y republicanas e independientes, algunas de las cuales temen por sus vidas”, y por los millones de migrantes que vienen de países no europeos y hacen las labores más humildes en este país, que “pagan impuestos, son buenos vecinos y fieles miembros de nuestras iglesias, mezquitas, sinagogas, viharas y templos”. Después del servicio de oración, el presidente se refirió a la obispa Budde como “una radical de izquierda que odia a Trump”.  

Así mismo, el mandatario ha separado a los EE. UU. de la Organización Mundial de la Salud, en una campaña anti-científica y negacionista, a la vez que de cualquier organismo de protección al medio ambiente, el desmantelamiento de la Agencia de EE. UU. para el Desarrollo Internacional (USAID, por su sigla en inglés), una agencia que, valga decirlo, junto a la ayuda humanitaria, también ha servido de mascarada para el intervencionismo político y militar norteamericano en el mundo. El congelamiento de la ayuda a naciones extranjeras y la suspensión de miles de millones de dólares de becas y subvenciones nacionales, están entre otros muchos decretos ejecutivos y acciones para la completa transformación del aparato administrativo en todos los niveles del gobierno federal.

A todos estos golpes que reparte el presidente y su equipo a diestra y siniestra, ha indicado e insistido con toda desfachatez en la intención de su gobierno de desalojar a los palestinos de Gaza para tomar posesión de la tierra palestina y construir allí “la Riviera del Medio Oriente”; planes para un gran negocio de bienes raíces, que ya había mencionado hace un año su yerno Jared C. Kushner, en pleno bombardeo israelí de la zona.

Esta fue una tormenta anunciada y ahora está en pleno despliegue. Así que no habría mucho de qué estar sorprendidos. Esta segunda presidencia del líder de MAGA será decididamente más radical que la primera, en buena parte por la conjunción de varios factores que la están posibilitando, cada uno de ellos poniendo en duda el chequeo y balances del poder, que se supone debe tener un país para medianamente llamarse una democracia.

Uno de ellos es la puesta en marcha del Proyecto 2025: Manual para el Liderazgo. La promesa conservadora, una detallada hoja de ruta de lo que se espera que este gobierno realice en sus primeros seis meses y que constituye el mayor ataque de la ultraderecha para regresar al país a los periodos más represivos anteriores al movimiento de los derechos civiles de los años 60 y de las conquistas sociales de las décadas siguientes.

El Proyecto 2025 está presentado en detalle en un mamotreto de más de 900 páginas publicado en 2023 por la Heritage Foundation, un centro de pensamiento y planeación estratégica de la ultraderecha, creado en 1973 por el magnate cervecero Joseph Coors, el comentarista político Paul Weyrich, llamado el padre de la nueva derecha, y el politólogo Edwin Feulner, tres estadounidenses de origen alemán. Aunque tuvo un comienzo lento, la Heritage ha llegado a ser hoy día la entidad de ultraderecha de más influencia en el país y ha sido clave en definir muchas de las políticas más conservadoras de Washington en los últimos 50 años.

La primera versión escrita de este proyecto fue publicada en 1980 poco antes del primer mandato de Ronald Reagan, que el republicano implementó en buena parte a través de la llamada Doctrina Reagan. Durante ese período, la Heritage dio orientación política y respaldo financiero a través del gobierno al grupo terrorista de los Contras de Nicaragua, al movimiento de extrema derecha Unita en Angola, y ayudó a impulsar golpes de estado a gobiernos comunistas y socialistas (2).

Trump usó también parcialmente este Manual operativo en su primer gobierno, y pese a que durante la campaña de 2024 se desmarcó del Proyecto 2025, la realidad es que ahora constituye la agenda doctrinal y de acción de MAGA. El proyecto describe paso a paso la secuencia para transformar todos los departamentos, oficinas y dependencias del gobierno federal a fin de que concuerden con la ideología de extrema derecha, excluyente y sectaria de MAGA, que busca radicalizar aún más el predominio étnico y racial anglosajón de los Estados Unidos bajo el lema “Hacer grande a Estados Unidos otra vez”; consigna que fue usada por Ronald Reagan en los 80, y fue parte del concepto nazi de “Restaurar la grandeza de Alemania otra vez” (3).

Darren Beattie, recién nombrado asistente del Secretario para la Diplomacia y los Asuntos Públicos, dijo sin rubor alguno en octubre pasado, que solo “hombres blancos competentes son los que deben estar a cargo [del gobierno] si queremos que las cosas funcionen”; y añadió con igual falacia, “Lamentablemente, toda nuestra ideología nacional se basa en mimar los sentimientos de las mujeres y las minorías y desmoralizar a los hombres blancos competentes” (4).  

Aunque esta ideología supremacista ha sido la norma de la política estadounidense desde siempre, ahora está en ataque abierto y sin excusas contra las comunidades racializadas (latinos, negros, asiáticos, árabes, indígenas), debido en buena parte a que en su conjunto conforman ya casi el 50% de la población del país. De allí que uno de los primeros decretos ejecutivos de Trump haya sido eliminar los programas federales de diversidad, equidad e inclusión (DEI por sus iniciales). El DEI fue una conquista social de las luchas de los años 60, que llevó a la creación de La Ley de Derechos Civiles de 1964. Una ley que prohibió la discriminación laboral con base en la raza, la religión, el sexo, el color y el origen nacional, a la vez que prohibió la segregación en escuelas, bibliotecas y otros lugares públicos.

Toda la vorágine de decretos ejecutivos de las pasadas semanas y de los saldrán en las próximas semanas corresponden con precisión a la agenda descrita en el Proyecto 2025. Este plan minucioso ha ido creando desde hace años un directorio de miles de individuos de todo el país, sobre todo de hombres blancos, que se identifican con sus objetivos para cubrir los puestos de la administración y la burocracia del gobierno federal. Los que ya han sido reclutados, y los que se sumarán, deben tomar cursos de entrenamiento en la llamada Academia de Administración Presidencial, para asegurarse de estar alineados con las doctrinas del Manual de Liderazgo y el ruido vocinglero de MAGA.

La revista Político, un influyente medio de información y análisis independiente estadounidense, indicó recientemente que hasta el momento al menos 37 de los primeros decretos ejecutivos de Trump están basados al pie de la letra en el Manual del Proyecto 2025. Aparte de los ya mencionados se incluyen: prohibir al FBI investigar casos de falsa información y desinformación; eliminar las leyes sobre discriminación laboral y restaurar la contratación basada en la meritocracia; terminar todos los programas de “diversidad, equidad, inclusión y accesibilidad” (DEIA), “cualquiera sea el nombre con que aparezcan”; aplicar sin dilaciones la pena de muerte y ejecutar a los prisioneros en el corredor de la muerte; eliminar la asistencia médica debida a orientación sexual e identidad de género; eliminar los fondos federales de apoyo y asistencia al aborto; detener a los migrantes en cooperación con las autoridades locales y estatales; imponer sanciones a los países que no acepten deportados; restringir los fondos federales a las ciudades santuario; suspender el programa de asistencia a los refugiados en los EE. UU.; remover la enseñanza de ideología de género y de la teoría crítica de raza de las escuelas; congelar la contratación de empleados federales (a fin de reclutar solo personal alineado con MAGA); eliminar la participación de las entidades de seguridad en la inspección de las campañas políticas; aumentar la explotación de minerales en el país. Decretos ya en marcha y otros que vendrán en una agenda frenética en la que cada uno borra décadas de avances sociales, afectando mayormente a los grupos discriminados y empobrecidos del país (5).

Este desmantelamiento del estado para reconstruir otro que refleje un Estados Unidos donde el control estatal, político, económico y cultural sea exclusivamente blanco, noreuropeo, es por supuesto una ficción demagógica. Si la intención del Proyecto 2025 es devolver al país la falsa noción de la superioridad blanca, entonces no necesitan desmantelar el estado, porque el estado nunca ha dejado de ser dominado por la población blanca, de origen anglosajón, entre los que un buen número han sido enseñados a creerse moral y racialmente superiores a las poblaciones racializadas. Basta ver quiénes han sido y quiénes son la mayoría en el Congreso, quiénes son los secretarios (ministros) del gobierno, quiénes dirigen las instituciones educativas, quiénes son los dueños del gran capital, quién controla Silicon Valley y Wall Street.

Lo que en realidad manifiesta el Proyecto 2025, cuya expresión práctica es el movimiento MAGA, es el miedo de las élites blancas de que las poblaciones clasificadas como no-blancas (con el despectivo nombre de gente de color, como si el blanco no fuera un color) sigan creciendo demográficamente y avancen en tener verdadera influencia en las decisiones del poder político y estatal. Su meta es preservar el dominio blanco, y para ello consideran que es necesario desmantelar el actual estado (casi enteramente blanco), para crear otro más radical, agresivo y discriminatorio, donde la deportación de migrantes, indocumentados o no, y las trabas para que ingresen al país más migrantes del sur global, y en especial de sus vecinos de América Latina, es central a su agenda.

Pero el Proyecto 2025 no es la única amenaza vital contra la noción de que los Estados Unidos es un país basado en la democracia (el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo) y de libertades. Hay por lo menos otras dos fuerzas que han confluído simultáneamente para crear el actual escenario político y social de los Estados Unidos bajo esta nueva administración. Una de ellas es el ascenso de una nueva plutocracia, una clase lumpencapitalista, representada en su base por el mandatario actual y la oligarquía de tecnócratas de Silicon Valley, que incluye a varios de los hombres más ricos del mundo.

La otra fuerza es el cristianismo nacionalista blanco, que le sirve a este sistema para justificar, a través de una interpretación acomodada de esta religión puesta al servicio de la visión supremacista del destino manifiesto, las acciones del Proyecto 2025 y el gobierno depradador de la nueva dinastía multimillonaria en el poder.

Sobre estos dos componentes centrales de las fuerzas que mueven las cuerdas del poder político, social, económico y religioso actual de los EE. UU. volveremos en próximos artículos. Entre tanto, escuchar la voz quebrada del poeta Hughes, quien se quejaba en estos versos desolados:

Estoy cansado de esperar, ¿tú no?,
que el mundo se haga bueno
y bello y generoso.

Y desde este cansancio nos invitaba a cortar al mundo en dos para ver los gusanos que devoran su corteza. Y desde allí explorar y ser parte de las respuestas que una vasta mayoría de la sociedad están planteando para que una minoría, que está poniendo en marcha ideologías extremas del pasado, no termine por derribar el frágil árbol de la vida del planeta.

 Próximos artículos de esta serie: Los plutócratas y el estado depredador (II Parte)

Una teocracia “cristiana” neofascista (III Parte)

 Fuentes citadas:

1) “Estos son los nombres de los 53 migrantes enviados a Guantánamo”, por Carlos Rosenberg y Charlie Savage. The New York Times, 12 de febrero de 2025.

2) “Think tank fosters bloodshed, terrorism”, por Hillary Corgey. The Daily Cougar, August 22, 2008.

3) Make Germany Great Again: How the German People Reacted to Nazisim. Por Andrew Sangter, Pen & Sword Book, 2024.

4) “Competent white men must be in charge if you want things to work,” Trump admin hires Darren Beattie to run public diplomacy at State Department”, por The Associated Press. Feb 5, 2025. 

5) “37 ways Project 2025 has shown up in Trump’s executive orders”, por Liset Cruz, Ali Bianco, et.al. Político, Feb 5, 2025.

 

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

Cierre de campaña presidencial: de basura y basureros

Mural en San Juan, PR. Foto por Tiny Sputniks

 “Cuando un pueblo quiere anular a otro pueblo

lo primero que hace es anular la ciudadanía del pueblo que quiere destruir”.

        —Pedro Albizu Campos, líder histórico independentista puertorriqueño

 4 de noviembre, 2024. A nadie debería sorprenderle a estas alturas la vulgaridad y los insultos racistas provenientes a diario desde las toldas republicanas del trumpismo. Ese matoneo burdo que alienta a masas fanáticas seguidoras de un personaje y unas acciones que sienten que los representa. Y sin embargo, el pasado 27 de octubre, en uno de los cierres de campaña electoral en el Madison Square Garden de Nueva York, el comediante “Kill” Tony Hinchcliffe demostró que todavía hay espacio para más, al referirse a Puerto Rico como “una isla flotante de basura”. Esa misma noche, Hinchcliffe hizo también una alusión racista de los negros “que hacen tallas con la sandia”, y trató el actual genocidio en Gaza y el nuevo asalto al Líbano como un juego de piedra, papel o tijera. Todos ellos, chistes de un humor condenable porque trivializa y hace mofa de la tragedia real de pueblos enteros, en los que el gobierno y sectores del poder político y económico de este país son directos responsables.

 Hinchcliffe ha hecho su carrera de comedia oscura insultando a personas y grupos racializados en shows de comedia y programas de radio y televisión. Así, la participación del cómico en el rally de Trump no era casual y calzaba a la medida del daño que se quería causar. Correspondía a un guion ensayado y probado ya en todos los escenarios posibles para ningunear a latinos, negros, asiáticos, árabes, indígenas, mujeres. Que aquí no pasa nada, mientras no se denigre al jefe blanco. Muchas de las 20 mil personas reunidas en el MS Garden no parecieron inmutarse por los ataques. Al contrario, se escucharon aplausos, risas y gritos de aprobación. Es parte del libreto, y es lo que se espera de la campaña del convicto ex-presidente.

 En el caso del insulto contra Puerto Rico, que fue el que mayores reacciones negativas tuvo, tanto el comediante, como Trump y su equipo de campaña, hicieron mutis por el foro.  El comediante dijo en su cuenta de X que los que se han disgustado “no tienen sentido del humor”, y que su chiste ha sido “sacado de contexto para que parezca racista”, como si pudiera haber algún contexto que lo justifique.  Por su parte, el candidato alegó que no conocía al comediante, y el equipo de campaña se desmarcó argumentando que no sabían lo que iba a decir el humorista, pese a que estaba leyendo del teleprompter.

 El gobernador de Puerto Rico, Pedro Pierluisi, a la vez que líderes políticos, artistas, periodistas y activistas puertorriqueños manifestaron su repudio al ataque del comediante, y de otros personajes del círculo de Trump que también atacaron a la población latina, y en particular a los nuevos inmigrantes. Reaccionando contra esta arremetida racista, la representante demócrata de ascendencia puertorriqueña, Alexandria Ocasio-Cortez, dijo, “Obviamente, es muy perturbador para mí. Necesito que la gente entienda que cuando un imbécil llama a Puerto Rico basura flotante, debes saber que eso es lo que piensa de ti”.

 El término “basura” se convirtió en pocos días en una muletilla electorera para ataques mutuos entre republicanos y demócratas. Una frase confusa del presidente Biden al referirse a la retórica republicana como la verdadera basura, fue usada de inmediato por Trump y sus huestes para acusar a Biden de llamar basura a los votantes trumpistas. Y eso no causó gracia. Se supone que la basura debe referirse solo al otro lado, a los del sur de la frontera, a las islas caribeñas, a los denigrados de siempre.

 Este pasado 31 de octubre, en un mitin anti-inmigrante en la frontera de Arizona con México, Trump remató su endoso a la ofensa de “Kill” Hinchcliffe. Afirmó, en un rapto iluminado, que los Estados Unidos “somos un vertedero.  Somos como un cubo de basura para el mundo. Cada vez que subo a hablar de lo que le han hecho a nuestro país me enfado y me enfado más”. Y añadió, con evidente admiración a su ingenio, “Es la primera vez que digo cubo de basura. Pero, ¿saben qué? Es una descripción muy acertada”.

 A continuación aseguró que de ser elegido presidente este 5 de noviembre, deportará entre 15 a 20 millones de inmigrantes. En su pasado gobierno deportó a un millón y medio de inmigrantes. “Estados Unidos es para los estadounidenses y solo para los estadounidenses”, concluyó eufórico el hijo y nieto de inmigrantes alemanes e irlandeses pobres, sin necesidad de aclarar a quién se refiere cuando habla de “estadounidenses”.

 La estrategia de chistes basura como los de Hinchcliffe van dirigidos contra poblaciones y grupos a los que EE. UU. ha invadido, colonizado, esclavizado y usado para sus guerras imperiales. Puerto Rico fue un botín de guerra en 1898 cuando EE. UU. invadió la isla como parte de las acciones militares de la Guerra Hispano-Estadounidense. La guerra terminó a fnales de ese año con la firma del Tratado de París, por el cual España le entregaba a la emergente potencia del norte la soberanía sobre Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam, las últimas colonias españolas de ultramar. Cuba y Filipinas lograron años más tarde su independencia, pero Puerto Rico y Guam han permanecido hasta hoy como territorios bajo el control de los Estados Unidos.

 En 1917 EE. UU. concedió la ciudadanía a los puertorriqueños con el fin de reclutarlos para el ejército durante la Primera Guerra Mundial. En esa ocasión, debido a la discriminación racial contra ellos, fueron asignados solo a labores de mantenimiento, transporte y apoyo logístico, así como a la protección de instalaciones militares en Europa, el Canal de Panamá y lugares estratégicos del Caribe. Sin embargo, desde la Segunda Guerra Mundial y las guerras de Corea, Vietnam y en la prolongada invasión a Irak y Afganistán en este siglo, más de 235 mil hombres y mujeres puertorriqueños han participado en el combate directo y centenares han muerto en estas guerras. Unos 300 mil más han servido y sirven en operaciones logísticas y de defensa en las cerca de 800 bases militares estadounidenses alrededor del mundo. Más que cualquier otra población racializada en la historia de Estados Unidos.

A estos soldados puertorriqueños (y las decenas de miles de soldados latinos que sirven en el país) seguramente iban dirigidos también los chistes racistas de Hinchcliffe y el desprecio ya bien conocido de Trump, quien durante el huracán María en 2017 retuvo la ayuda aprobada por el Congreso en medio de la devastación de la isla. Al mismo tiempo que minimizó los muertos por el huracán (porque lo hacían lucir mal), se preguntó si podía vender la isla de Puerto Rico y ofreció darla en intercambio por Groenlandia.

 Cuando se escuchan chistes y humillaciones como estas, hay que tener en cuenta que en los 126 años en que Puerto Rico ha estado bajo el control colonial de los Estados Unidos, su población ha sido objeto de múltiples formas de discriminación, explotación y abuso. Uno de los casos más siniestros y prolongados fue el plan sistemático de esterilización como método anticonceptivo, aplicado con engaño a mujeres puertorriqueñas de escasos recursos y poca educación en las décadas de 1950 y 1960. Según lo describe el documental La Operación, de Ana María García, documentalista y profesora de la Universidad de Puerto Rico, dado a conocer en 1982, a miles de mujeres pobres de Puerto Rico se les extirpaba el útero sin su consentimiento, como un método para controlar el crecimiento de la población. Mujeres de origen humilde fueron también campo de experimentación para las primeras píldoras anticonceptivas creadas en Harvard University, sin que ellas tuvieran suficiente información de los posibles efectos de lo que estaban tomando.

 Otro atropello de décadas fue el uso de las islas puertorriqueñas de Vieques y Culebra como campo de pruebas de bombas, proyectiles y otros tipos de municiones del ejército norteamericano por la mayor parte del siglo XX. Muchas de estas armas contenían materiales tóxicos como uranio empobrecido, napalm y explosivos de alto poder, que no solo contaminaron los suelos y aguas, sino que produjeron una gran incidencia de cáncer, enfermedades respiratorias y otros problemas de salud en los habitantes de ambas islas.

Después de décadas de lucha de grupos ambientalistas locales e internacionales, y de la ciudadanía puertorriqueña, se logró que en 2003 la Marina suspendiera sus actividades. Pero los efectos en la salud de los habitantes y el daño ecológico casi irreversible siguen presentes en estas islas convertidas por los Estados Unidos en un vertedero de desechos mortales. Actualmente, hay demandas y esfuerzos para que el gobierno de Estados Unidos asuma su responsabilidad por el impacto de estas actividades militares y proporcione una compensación adecuada a las comunidades afectadas. ¿Quizá el chiste de Hinchcliffe se refería a la culpabilidad de los EE. UU. en este desastre ecológico y humano?

 Por otra parte, en el discurso trumpista está ausente la mención de que Puerto Rico ha sido por largas décadas una fuente extraordinaria de ganancia y de riqueza para grandes y medianas empresas estadounidenses como farmacéuticas, compañías de consumo, el sector manufacturero y textil, la banca y las finanzas, las telecomunicaciones y el comercio minoritario, entre muchos otros negocios, amparados por la exención de impuestos de la Sección 936 y de la ley Act 20 y Act 22, permitidos por el estatus territorial de Puerto Rico. Un mercado que ha producido empleo local con salarios bajos, y del cual se han beneficiado más los dueños de estas compañías que el grueso de la población puertorriqueña.

 Con todo, la sección 936 fue eliminada por el gobierno federal en 2006 debido a que la globalización y las prácticas neoliberales hicieron que otros mercados como China y México ofrecieran medios de producción y fuerza laboral masiva más baratos. El resultado es que numerosas compañías se han ido de Puerto Rico, creando mayor desempleo y la pérdida de fuentes de ingreso de las cuales todavía no se ha recuperado.

 Uno de los aspectos del estatus colonial de Puerto Rico es que los ciudadanos que viven en la isla no pueden votar en las elecciones presidenciales, ni elegir ni tener representantes ni senadores en el Congreso en Washington, excepto un Comisionado Residente que es elegido cada cuatro años por los puertorriqueños que viven en la isla, y participa en las discusiones de la Cámara de Representantes, pero sin derecho al voto. Solo tiene derecho a ser parte y votar en comisiones de la  Cámara. En cambio, los más de cinco millones de puertorriqueños que viven en alguno de los 50 estados y del Distrito de Columbia sí pueden votar igual que el resto de ciudadanos del país.

 Muchos de esos millones con el poder del voto, viven en los estados clave (swing states) que deciden el ganador de las elecciones presidenciales: Pensilvania, Georgia, Carolina del Norte, Michigan, Arizona, Wisconsin y Nevada. De allí, que la campaña de Trump en estas últimas semanas trató de ganar esos votos que necesita desesperadamente, invitando a artistas regatoneros puertorriqueños famosos y a otros latinos a los mítines para dar su apoyo a Trump. Después de la agresión verbal contra Puerto Rico en el MS Garden, algunos de ellos y ellas retiraron públicamente su apoyo a este candidato y lo ofrecieron a la candidata demócrata.

 Valga decir por último, pero no de menos importancia, que Puerto Rico es distintivamente uno de los países con más alto número de iglesias católicas, protestantes, evangélicas y de otras confesiones cristianas. Entre los 3.2 millones de personas que viven en Puerto Rico, 93% se identifican como cristianos, con un 56% católicos, 34% evangélicos de distintas denominaciones o iglesias locales no afiliadas y un 3% de grupos restauracionistas como mormones, testigos de Jehová, adventistas y otros. Las iglesias cristianas poseen estaciones de radio, canales de televisión y son intensamente activas en la evangelización, las misiones internacionales y el servicio social, y mantienen fuertes nexos con iglesias en el territorio continental de Estados Unidos. 

 Resulta aparentemente paradójico que un partido como el republicano, que mantiene una relación ideológica conservadora con una gran mayoría de las iglesias cristianas, no parezca importarle ni la moralidad ni los delitos de que ha sido hallado culpable su candidato (y los decenas que tiene pendientes), ni el asalto continuo que se hace contra una población mayoritariamente cristiana como la puertorriqueña. Quizá, al fin y al cabo, se deba a que los cristianos isleños, como el resto de su población y demás latinoamericanos no son vistos como los verdaderos estadounidenses a que se refirió Trump en la frontera sur de Arizona.

 Bien decía el gran líder de la independencia de Puerto Rico, don Pedro Albizu Campos, que cuando se quiere anular a un pueblo, lo primero que se le trata de robar es su dignidad. Y esa lucha por la dignidad es la que valientemente ha librado el pueblo puertorriqueño, ya sea por la independencia desde el siglo XIX, o por una estadidad con plenos derechos en las decisiones que dirigen el destino de los Estados Unidos. Quizá este 5 de noviembre el voto de millones de puertorriqueños en los estados clave y demás estados de la Unión ayuden a decidir en qué dirección quieren ir.

 Fuentes consultadas:

—“Puerto Rico Is an "Island of Garbage": Outrage Grows over Trump's Racist & Xenophobic NYC Rally”. Entrevista de Amy Goodman a Jean Guerrero. Democracy Now!, Oct 29, 2024.

— “Cuántas bases militares tiene Estados Unidos alrededor del mundo y dónde están desplegadas”, por Ignacio Hermosilla. Biobio, Chile, 20 abril de 2024

—“Las puertorriqueñas que fueron usadas como "conejillos de indias" por EE.UU. para probar la píldora anticonceptiva”, por Ronald Ávila-Claudio. BBC News Mundo, 7 septiembre 2023

—“Fish, Wildlife, and Bombs: The Struggle to Clean Up Vieques”, por Katherine T. McCaffrey. NACLA/NYU, September 1, 2009

—“Ley para la Definición Final del Estatus Político de Puerto Rico”. Oficina de Gerencia y Presupuesto del Gobierno de Puerto Rico. Revisada el 15 de abril de 2024.

(Publicado en HispanicLA, 4 de noviembre, 2024)

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

El día que una escuela de Texas enterró el idioma español (Parte II)

© Ilustración por Marcela Rojas

 Hablar español en los Estados Unidos es soportar el peso de su pasado colonial,

ser visto para siempre como “el otro”.

    -Ilan Stavans, escritor y académico mexico-estadounidense

23 de octubre, 2024.  En 2015, un año antes de las pasadas elecciones presidenciales, Donald Trump se quejó en un debate televisivo porque uno de sus oponentes, Jeb Bush, hablaba ocasionalmente en español en su campaña política. Dirigiéndose a su oponente, dijo, “Este es un país donde hablamos inglés, no español”. La multitud en el Auditorio de la Biblioteca Ronald Reagan, en Simi Valley, Calif.,  donde se encontraban, lo aplaudió con entusiasmo. Como ya había venido haciendo en otros escenarios, siguió usando este discurso de odio contra el español en la campaña que lo llevó a la presidencia.

Ahora vuelve a la carga no solo contra el español, sino contra todos los idiomas que identifica como las lenguas de los inmigrantes. Es claro que para él, como para quienes lo aplauden y celebran el monolingüismo en un país multicultural, multiétnico y multilingüe, su antipatía no es por el español en sí mismo sino por lo que cree que representa.

Pese a ser la lengua europea más antigua del continente americano, el español ha estado sujeto a una larguísima historia de represión en los Estados Unidos, donde todavía en muchos ámbitos “el verdadero problema no es el español de por sí […], sino la equiparación del español con la inmigración de los indocumentados, la pobreza y la delincuencia” (1). Esta percepción, claro está, ignora el hondo arraigo histórico del español en Norteamérica. Una lengua que llegó al menos cien años antes que el inglés, y que ha sido, junto con su bagaje colonial, no hay que olvidarlo, el medio de comunicación, de creatividad y de la construcción de un parte significativa de la cultura en una enorme porción del territorio actual de los Estados Unidos.

 Como las demás lenguas reprimidas o suprimidas en este país, el español tiene su propia historia. Sus hablantes eran, o bien descendientes de colonos españoles ya bien asentados, o nativos que habían sido colonizados por los españoles, o mestizos españoles-indígenas, e incluso esclavos o ex-esclavos negros y mulatos en los tiempos del imperio español. El avance militarista estadounidense hacia el oeste en la segunda mitad del siglo XVIII habría de toparse con estas poblaciones hispanohablantes, que fueron sometidas en una tumultuosa historia de desposesión y dominio, cuyos efectos siguen muy latentes el día de hoy.

 La parte central de este despojo fue la invasión y toma por parte de los Estados Unidos del 55% del territorio mexicano entre 1846 y 1848, en la Guerra Mexico-estadounidense que terminó con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, un acuerdo de paz escrito e impuesto en su totalidad por los EE. UU. y bajo sus términos. Este episodio, el más trágico de la historia del México republicano, convirtió al español dentro de los territorios conquistados por Estados Unidos, en una lengua colonial dominada por otra lengua colonial, el inglés. Un fenómeno único en sus dimensiones en todo el continente.

 La historia de la represión a que ha estado sometido el español desde esa fecha, y aún desde antes, y en mayor o menor grado hasta hoy, ha sido portentosa, como también ha sido portentosa la resistencia que han mantenido sus hablantes en estos cerca de 200 años. En este período, una de sus historias más emblemáticas y gráficas en la campaña sistemática por borrar el español en los Estados Unidos es la ocurrida en la Escuela Blackwell, en Marfa, al sur de Texas.

 Blackwell era una escuela segregada de facto, solo para estudiantes de origen mexicano que funcionó desde 1909 hasta 1966, y cursaba estudios del primero al octavo grado. Como en cientos de otras escuelas, y de la vida diaria en general, el ataque para eliminar el español era constante. Pero una práctica habitual y un evento específico de esa escuela simbolizan mejor que nada los esfuerzos para imponer el inglés a niños cuya lengua materna era el español.

 Era ya costumbre que las maestras obligaran a los estudiantes a escribir repetidas veces la frase en inglés “I will not speak Spanish” (“No hablaré español”). Un día del otoño de 1954 las maestras decidieron dar un paso más en su agenda, e hicieron escribir a los niños y niñas la frase en un trozo de papel. Después reunieron a los niños en la esplanada de la escuela, detrás de una enorme bandera de los Estados Unidos y pusieron frente a ellos una caja de madera que simulaba ser un ataúd con el letrero “Mr. Spanish”, pegado al frente de la caja. Luego se pidió a los estudiantes que depositaran el trozo de papel en la caja, y vieron con asombro y tristeza cómo las maestras bajaban la caja al fondo de un hoyo que habían cavado en la tierra. El hoyo fue tapado y las maestras decretaron que el español había muerto.

 Los niños volvieron silenciosos y confundidos a sus salones. Pero desde ese mismo día, decidieron desafiar la prohibición de hablar su lengua. Maggie Márquez, una de las niñas estudiantes, se volteó hacia una compañerita y le dijo, “Nadie me va a impedir que hable español”. Lo que no sabía es que la maestra estaba detrás de ella y de inmediato la llevó con el director. Tanto la maestra como el director la azotaron con una regla. Al volver a casa, Maggie le mostró a su mamá los grandes moretones y estuvo incapacitada para volver a la escuela por tres días. La Escuela Blackwell fue clausurada en 1966 como parte de la lucha del movimiento por los derechos civiles de la década de los 60.

 Varios de los estudiantes de Blackwell, hoy mayores de 70 años, siguieron carreras en la medicina y educación, sirvieron en el ejército y en puestos administrativos. En 2006, un grupo de estos ex-alumnos y sus descendientes, liderados por José Cabezuela, uno de los ex-alumnos, formó la Alianza de la Escuela Blackwell con el objetivo de hacer conocida su historia y luchar para que fuera reconocida como un Sitio Histórico Nacional.

 En 2007, José Cabezuela y demás miembros de la Alianza, organizaron una ceremonia para desenterrar a “Mr. Spanish”. Primero pusieron un Diccionario de Bolsillo de la Lengua Española en una caja en forma de ataúd y la enterraron en la misma esplanada frente a la escuela donde el español había sido enterrado 53 años antes. Luego la desenterraron simbolizando la resurrección de su idioma natal. Jessi Silva, una ex-alumna que asistió a la ceremonia, dijo que había experimentado un gran alivio y felicidad. “A pesar de haber ocurrido hace tanto tiempo, ” asintió Jessi, “yo sabía que nos habían robado algo importante. Después de la ceremonia me sentí liberada” (2).

 La Alianza finalmente logró su objetivo y el 17 de octubre de 2022 la Escuela Blackwell fue designada Sitio Histórico Nacional. En julio de este año 2024 su administración fue transferida al Servicio de Parques Nacionales y transformada en un museo. De los 423 Sitios Históricos Nacionales solamente otros dos cuentan la historia de los latinos: El National Monument Cesar Chavez en Keene, California, y el Chamizal National Memorial, en el Paso, Texas. La designación de Escuela Blackwell como Sitio Histórico Nacional es la primera en reconocer la segregación de los latinos en el sistema escolar.

 Historias de discriminación como la de la Escuela Blackwell de Texas abundan en todo el país, aún en los lugares donde el español tiene mayoría de hablantes. Los atropellos han ido desde castigos físicos, acoso y burlas, hasta lavarles la boca con jabón a los niños y niñas latinas para que dejaran de hablar una lengua sucia. Estos y otros atropellos siguen ocurriendo, en mayor o menor medida, a pesar de que el movimiento por los derechos civiles en la década de 1960 y buena parte de los 70 logró que se crearan leyes federales y estatales que prohiben y penalizan contra la discriminación de personas y grupos por razones de raza, color, origen nacional e idioma.

 Diversas leyes como la Ley de Derechos Civiles de 1964 (Título VI), La Ley de Derechos Electorales de 1965 y sus Enmiendas de 1975, la Ley de Educación Bilingüe de 1968, reemplazada por la Ley “No Child Left Behind” de 2001, y La Orden Ejecutiva 13166 (2000), reconocen los derechos de los hablantes de lenguas minoritarias a tener intépretes en las cortes y hospitales, la educación bilingüe, el acceso al voto en español, la enseñanza del español y la enseñanza del inglés como segunda lengua.

 Pero a pesar de estas leyes, los atropellos y agresiones contra los hispanohablantes siguen latentes en distintos escenarios de la vida diaria del país, como lo documenta Kim Potowski, profesora de lingüistica española en la Universidad de Illinois en Chicago. Potowski ha recolectado en su página de internet algunos artículos de prensa entre 1995 al 2020, que narran historias de agresión a personas y grupos de personas por hablar en español en el trabajo, en las tiendas, restaurantes y en espacios públicos (3).

 Como indica Roberto Rey Agudo, director del Programa de Idiomas del Departamento de Español y Portugués de Dartmouth College, “Sin duda, el inglés es importante para cualquiera que viva en Estados Unidos. Sin embargo, todos podemos estar de acuerdo que cuando alguien grita, “¡Esto es Estados Unidos! ¡Hablen inglés!” a los hispanohablantes, o insta a otros a regresar a su país de m*, no está deseando iniciar un diálogo reflexivo sobre el multilingüismo. Es, simple y llanamente, un acto de odio” (4).

 Podría decirse, en efecto, que la percepción sobre la presencia del idioma español en la vida diaria sufre de una suerte de bipolaridad en el conjunto de la población que no habla español. Por una parte es rechazado, como lo expresa el candidato republicano y sus áulicos; pero, a la vez, es el segundo idioma más enseñado en las escuelas y universidades del país después del inglés, donde se ofrecen licenciaturas, maestrías y doctorados en español. Esto último se debe a la importancia geográfica, histórica, comercial y el injerencismo político de los Estados Unidos en los países de América Latina desde hace casi dos siglos.

 En una sociedad educada y pluricultural debería ser suficientemente claro que no hay idiomas superiores a otros. Tanto el español como el inglés, igual que el ebonics de los afroestadounidenses, el navajo, el cherokee, sioux, apache y shoshone de los pueblos nativos, entre las más de 700 lenguas que se hablan en el país, son el vehículo del espíritu, el ruach que anima la vida de las personas, sus comunidades y la sociedad toda.

 De allí que resulte ofensivo y denigrante que un individuo monolingüe, que ha sido y espera ser nuevamente presidente, piense que los idiomas que no entiende sean algo horrible. Claro, sabemos que lo que le anima a él como a los que piensan de manera parecida, es una idea nacionalista y supremacista blanca, que es lo único verdaderamente horrible y despreciable.

 Fuentes citadas:

1) “Tienes que hablar ‘americano’. El rechazo público del español en los Estados Unidos durante la presidencia de Trump”, por Silvia Betti, Glosas - Volumen 9, Número 10, Marzo 2021, Università di Bologna y ANLE.

2) “Students forced to bury ‘Mr. Spanish’ look to make Blackwell School a historic site”, por Mónica Ortíz Uribe. El Paso Times, 21 abril, 2022.

3) Linguistic Repression in the USA, en Kim Potowski Homepage, 2022.

4) “The Danger Of Speaking Spanish In Public”, por Roberto Rey Agudo. WBUR, Marzo 4, 2019.

 

(Publicado en HispanicLA, 23 de octubre, 2024)

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

La cantidad de idiomas que se hablan en este país “es algo horrible” (Parte I)

© Fronteras de la lengua. Collage por Marcela Rojas

 El lenguaje también es un lugar de lucha.

—bell hooks, escritora, poeta y activista afroestadounidense

20 de octubre, 2024. De todos es bien sabido que el aspirante a la presidencia de los Estados Unidos por segundo término, Donald Trump, odia los idiomas aparte del inglés. Bueno, no odia todos los idiomas. Solo aquellos que habla la gente cuya presencia en los Estados Unidos le resulta indeseable. O a quienes le resulta políticamente rentable atacar porque encuentra eco en millones que han sido alimentados con el mismo odio deshumanizante. Entre esos idiomas, y debido a la masiva y siempre creciente presencia en el país, está el español. De allí que una de las primeras cosas que ordenó al tomar posesión como presidente en enero de 2017, fue eliminar la versión en español de la página de internet de la Casa Blanca. El personal encargado dijo que era temporal, mientras rediseñaban el sitio web, pero en sus cuatro años en la presidencia nunca volvió a publicarse en español.

En los últimos meses, el ingreso por la frontera sur de migrantes haitianos, le ha dado nuevas oportunidades al candidato republicano para despotricar contra el creole haitiano y los idiomas de migrantes africanos, asiáticos y de América Latina, incluyendo el Caribe, que también llegan por esa misma frontera. A principios de marzo de este año dijo que estos migrantes, “hablan idiomas que nadie ha oído jamás en este país”. Y añadió, con su clásica jerga pueril pero peligrosa, “es algo horrible”.

Estos son los mismos migrantes a los que el ex-presidente, y actual convicto de 34 delitos, acusa de estar “envenenando la sangre de nuestro país”. Una expresión que no por casualidad aparece más de una vez en el capítulo 11, “Nación y raza” del manifiesto Mi lucha, de A. Hitler, texto que fue usado para desatar la persecusión contra judíos (su principal objetivo), romaníes, negros y eslavos, entre otros, que consideraba “razas” inferiores. Y en una entrevista de radio el pasado 7 de octubre, avanzó aún más su agenda racista contra los migrantes: “En este momento tenemos muchos genes malos en nuestro país. Más de 425,000 personas entraron a nuestro país que no deberían estar aquí, que son criminales” (1); una retórica supremacista, y esta sí criminal, que fomenta la discriminación y la violencia racial, y que le sirven para ganar votos en las elecciones de este 5 de noviembre.

Lo que resulta irónico, si no tuviera consecuencias funestas para cientos de miles de personas en condición vulnerable, es que sea precisamente este empresario metido a político quien ataque a personas que no hablan inglés en los Estados Unidos, cuando él mismo es nieto e hijo de inmigrantes que llegaron a este país huyendo de la pobreza en Europa, y para quienes el inglés no era su idioma natal. Su padre, Fred Trump (o Trumpf, como era el apellido original), nació en Nueva York de padres inmigrantes de Alemania. Fred aprendió inglés, pero su familia hablaba alemán en casa. Por su lado, Mary Anne MacLeod, la madre de Trump, fue una inmigrante de Escocia, que hablaba gaélico escocés, una lengua celta de origen alemán. 

Y como el ataque a idiomas distintos al inglés está en este caso asociado al origen humilde de quienes los hablan, habría que mencionar que el abuelo paterno de Trump, Friedrich Trumpf,

 emigró solo, a los 17 años, en la sección de tercera clase (la de los pobres) en el barco que lo trajo a los EE. UU. Como centenares de miles llegó de Europa formando parte de esas “masas apiñadas que anhelan respirar en libertad”, de “los miserables desechos”, “los sin hogar, azotados por la tempestad”, a los que se refiere el poema de Emma Lazarus, El nuevo coloso, a los pies de la estatua de la libertad. Una estatua que no sin razón mira y alumbra su antorcha hacia Europa. Friedrich venía a tratar de ganarse la vida como fuera y enviar remesas cuando pudiera a su madre y sus cuatro hermanas desvalidas en Alemania.

Por su parte, Mary Anne MacLeod, la futura madre de Donald Trump, llegó a Estados Unidos con $50 dólares en el bolso y trabajó los primeros cuatro años de su vida en el país como empleada doméstica, hasta que conoció y se casó con Fred Trump, ya por esos días un hombre en ascenso económico con su negocio inmobiliario. Ascenso que habría de estar marcado siempre por la controversia, como la demanda judicial que enfrentó por negarse a rentar a personas negras en sus edificios de apartamentos para familias de bajos recursos en Brooklyn, Nueva York (2). 

Por supuesto, la agresión que Trump hace contra las personas que hablan idiomas diferentes al inglés, no son nuevas ni exclusivas de su propaganda electoral oportunista y racista. Es parte de una narrativa nacionalista estadounidense entre personas que sienten amenazada la imagen mitológica y espúrea de Estados Unidos como un país de blancos europeos del norte y angloparlantes, cuando la realidad histórica es que este territorio ha sido multicolor y multilingüe.  

En esta historia, lo que probablemente no todo el mundo sepa es que el inglés no es el idioma oficial de los Estados Unidos. De hecho, los EE. UU. no tiene un idioma federal oficial. Aunque el segundo presidente de los Estados Unidos, John Adams, propuso al Congreso Continental en 1780 que el inglés fuera el idioma oficial, su propuesta encontró gran resistencia y fue rechazada por considerarse “antidemocrática y una amenaza a la libertad individual”.

¿La razón? Muchos de los colonos de las 13 colonias originales llegaron de distintas partes de Europa y hablaban francés, neerlandés, alemán, sueco y ruso, entre otras lenguas. El español, el idioma colonial europeo más antiguo del continente americano, ya se hablaba en Florida desde 1565 y en el actual suroeste de Estados Unidos desde 1540, y en forma extensa desde 1598; todas ellas tierras conquistadas y colonizadas por España, mucho antes de que llegaran a ser conquistadas a su vez por el ejército de EE. UU. Incluso en las 13 colonias, en especial en Carolina del Sur y Georgia, los colonos españoles mantuvieron relaciones comerciales, militares y diplomáticas con los colonos ingleses que tenían el control de esos territorios.  

Inmediatamente después de la independencia de los Estados Unidos en 1776, el gobierno federal, junto a un ejército fuertemente armado gracias a la riqueza producida por la esclavitud tanto de africanos como de indígenas, emprendió una agresiva campaña expansionista hacia el oeste. El inglés se fue imponiendo como la lengua de facto, unificadora y dominante del gobierno, el ejército, los colonos y las milicias fronterizas, y de todas las instituciones.  

Millones de nativos fueron exterminados durante la campaña de conquista de sus tierras y a los que quedaron vivos se les arrinconó en desiertos improductivos y de difícil acceso al agua. El gobierno federal les impuso a los sobrevivientes un sistema educativo en 1819 que incluyó la creación de más de 400 internados para niños y niñas indígenas en 37 estados, organizados y dirigidos en su mayoría por instituciones religiosas autodenominadas cristianas. Su lema era “Mata al indio, salva al hombre”. Su meta era desarraigar a los niños nativos de su idioma, su cultura y sus creencias, consideradas salvajes. Asimilarlos a la cultura anglosajona, pero a la vez no mezclarse con ellos. 

A los niños nativos llevados a estos internados se les prohibió hablar su lengua, fueron explotados en trabajos agrícolas y sufrieron toda clase de abusos físicos y sexuales de las personas blancas encargadas de reeducarlos en la cultura europea. Según investigaciones solicitadas este año por la Secretaria del Interior, Deb Haaland, cerca de mil niños y niñas indígenas murieron mientras estaban en los internados en un período de 150 años que termina en 1969. Haaland, una nativa del Pueblo Laguna de Nuevo México y primera nativa en ocupar esta posición, dijo que el gobierno federal debía pedir perdón a los indígenas por estos atropellos (3). 

Lo que resulta extraordinario es que hasta el día de hoy todavía existan en los Estados Unidos al menos 150 lenguas nativas originales, habladas por unos 4 a 7 millones de nativos en 574 tribus o naciones indígenas, la gran mayoría viviendo en 326 reservaciones y otros territorios que no tienen el estatus de reservación. Entre las lenguas indígenas más conocidas en EE. UU. están el navajo, cherokee, sioux, jibwe, choctaw, hopi, zuni, yupik, apache y shoshone, todas ellas en peligro de extinción por la pérdida progresiva de su uso, reemplazadas por el inglés.  

¿Serán estas 150 lenguas parte también de esos idiomas “horribles” de que habla Trump? Todo parece indicar que sí. Nada más elocuente que la visita atropellada e impetuosa que hizo con su séquito al Monte Rushmore, en Dakota del Sur, el 3 de julio de 2020, como anticipio al Día de Independencia para celebrar el gigantesco monumento de 18 metros de alto con la cara de cuatro presidentes anglosajones de Estados Unidos esculpido sobre el monte de granito. Este territorio es una zona sagrada milenaria de la Nación Lakota, quienes vieron esta celebración, y han visto este monumento inaugurado en 1941 como una afrenta del imperialismo colonial sobre la población nativa. 

Quienes no pudieron conservar sus lenguas originales, por haber sido desarraigados de sus naciones y culturas, fueron los cerca de medio millón de africanos y las generaciones siguientes que fueron vendidos como esclavos en los Estados Unidos. Estos centenares de miles de personas hablaban decenas de idiomas y dialectos diferentes. Entre ellos el akan, yoruba, igbo, kikongo, mandinga y el wolof. Estos idiomas fueron reprimidos con castigos físicos, mutilaciones y otros vejámenes. En Carolina del Sur y otros estados se crearon leyes para impedir que los esclavos hablaran sus idiomas porque los amos y el gobierno temían la sublevación.  En su lugar, el inglés les fue impuesto para que pudieran entender a sus amos.  

Pero como el idioma es la cultura y la cultura es resistente, estas lenguas se hicieron criollas y se mimetizaron, creando una variente lingüística del inglés que ha sido acuñada desde la década de 1970 con el término ebonics (sonidos de ébano), con sus propias reglas gramaticales y fonéticas y sus formas dialectales en diversas regiones del país. Y ahí siguen, en una resistencia que no termina, porque la discriminación y el racismo no se limitan al idioma sino que incluyen la apariencia física, el color de la piel, la historia y el lugar de procedencia, entre otros.

Según los datos oficiales del gobierno federal, en los Estados Unidos se hablan en estos días más de 350 idiomas diferentes, con una presencia más o menos significativa en el número de hablantes. El español es el segundo idioma más hablado del país. En el censo gubernamental más reciente, de 2019, se registra que más de 41,7 millones de personas hablan español, seguido muy lejos por el chino, unos 3,5 millones; tagalo, más 1,7 millones; vietnamita más de 1,5 millones; y árabe, más de 1,2 millones (4) Esas cifras, sobre todo las del español, han aumentado consideramente debido a la intensa migración en estos últimos cinco años.

Sin embargo, la Alianza por los Idiomas en Peligro de Extinción (ELA, por sus siglas en inglés), ha encontrado que solo en la Gran Manzana se hablan unos 700 lenguajes y dialectos, algunos extremadamente pequeños, lo que hace de esta la ciudad más multilingüe del mundo. Este número equivale aproximadamente al 10% de los cerca de 7 mil idiomas y dialectos existentes en el mundo. Parte del proyecto de ELA es la ampliación constante de su banco de datos y el estudio de estos idiomas para salvaguardar su existencia (5). El proyecto de ELA intenta extenderse globalmente.

Nueva York es la ciudad a la que se refiere primariamente el candidato republicano cuando habla de la existencia de estos idiomas, de los que “nadie ha oído jamás en este país”, y que por tanto, son “horribles”. La riqueza de la diversidad cultural, étnica y lingüística es algo a lo que siempre han temido los gobiernos totalitarios, que tienden a concentrar el poder bajo una sola lengua que permita mantener el control de la población. Fernando e Isabel de España, Hitler y Franco, son algunos de los ejemplos que vienen a la mente. 

En ese panorama fascista que sigue tratando de imponer el monolingüismo en un país tan diverso  como los Estados Unidos, el español, tiene una historia intensa de persecusión y de resistencia. Con todo y a pesar de todo, sigue fortaleciéndose, ganando en prestigio y hablantes como nunca en su historia en los Estados Unidos. Los hablantes de español en este país, saben, como lo expresaba bell hooks, que el lenguaje es un lugar de lucha, y con frecuencia, el primer lugar de resistencia. Y esa historia requiere ser contada.

Próximo artículo: El día que una escuela de Texas enterró el idioma español. 

Fuentes citadas:

1) “Saying immigrants bring ‘bad genes’ echoes Trump’s history — and the world’s”

por Philip Bump, The Washington Post, October 7, 2024.

2) “Desclasificado un informe del FBI: ‘Fred Trump me dijo que no alquilara apartamentos a negros’”, por Amanda Mars. El País, febrero 21, 2017.

3) “Investigación revela que al menos 973 niños indígenas murieron en internados estatales de EEUU”, por Matthew Brown. Los Angeles Times, Jul. 30, 2024.

4) “Nearly 68 Million People Spoke a Language Other Than English at Home in 2019”, por Sandy Dietrich and Erik Hernandez. United States Census Bureau, 6 de diciembre, 2022.

5) “The Endangered Languages of New York”, por Alex Carp. The New York Times, Feb. 22, 2024

(Publicado en HispanicLA, 20 octubre, 2024)

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

HispanicLA y la tradición de la prensa en español en los Estados Unidos

  Ir a donde está el silencio. Esa es la responsabilidad de un periodista:

dar voz a quienes han sido olvidados, abandonados y derrotados por los poderosos.

   —Amy Goodman, co-directora del programa Democracy Now!

 15 septiembre, 2024. Un medio periodístico como HispanicLA viene de una larga y honrosa historia de publicaciones en español marcadas por el activismo y la resistencia cultural, política y social en lo que hoy día es el territorio de los Estados Unidos. Esa historia recorre un periplo de más de 200 años, desde la aparición de El Misisipí, el primer periódico en español, publicado en 1808 en Nueva Orleans, hasta El Diario, de Nueva York (1913-) y La Opinión, en Los Ángeles (1926-), en la actualidad los dos diarios noticiosos de mayor circulación en español en este país. Y entre ellos, un cuantioso volumen de medios impresos y digitales a nivel nacional luchando por las causas y la defensa de la identidad hispana/latina: una población que ya estaba aquí hablando en español por más de cien años antes de que llegaran los poco más de cien migrantes ingleses indocumentados del Mayflower.

 Desde hace 15 años, HispanicLA, ha sido parte integral de esa herencia de tenacidad de la prensa en español que sigue narrando la historia, las luchas y los logros de los latinos en la escena política, social y cultural de un siglo XXI ya bien entrado en años. Los latinos y las latinas están en todas las áreas de la vida social, científica, educativa, política, militar, económica y de la cultura artística del país. La población de origen hispano suma más de 65 millones (casi el 20% del total de Estados Unidos) y contribuye con un Producto Interno Bruto de más de $3.2 trillones de dólares, uno de los más altos del país según las cifras del año 2021, las más recientes conocidas. Sin embargo, todavía una vasta mayoría sigue enfrentando exclusión, racismo, desinformación, prejuicios, encarcelamiento masivo y falsos estereotipos en el imaginario de una buena parte del resto de los estadounidenses.

 En ese contexto histórico y presente vale la pena entonces preguntarse de qué maneras ha contribuido y sigue contribuyendo la prensa en español en este país, y en específico HispanicLA, un medio informativo que se plantea sobre todo como “un foro humanista de pensamiento crítico, análisis, comentario y opinión en la política y las artes”. Quiero mencionar cinco aspectos que me parecen entre los más relevantes.

 Primero, ayuda a combatir la desinformación sobre los temas que afectan de modo directo a la población latina en este país. Ayuda a cuestionar y a desarticular la normatividad de ver la realidad de este país solo a través del prisma angloestadounidense/eurocentrado, y a la vez mostrar solidaridad y alianza con comunidades como los afroestadounidenses, asiáticos, nativos, árabes y otros grupos racializados y vistos de reojo. En noticias, artículos y editoriales de los medios masivos dominantes todo lo que no es predominantemente angloestadounidense/eurocentrado está marcado por la diferenciación, por un sentido de lo otro, de lo que no pertenece enteramente. Hay una constante representación de la cultura latina y de otros sectores minorizados como sujetos de segundo orden, nunca admitidos del todo como parte integral del engranaje nacional, aunque retóricamente se diga otra cosa desde el poder que pretende ser inclusivo. La prensa, la literatura y los medios latinos en general juegan un rol decisivo en seguir desmontando esta percepción.

 Segundo, pone el foco en temas que por lo general no son tratados en los grandes medios de comunicación, como explorar las raíces de la migración desde América Latina hacia los EE. UU. y la sistemática y asumida discriminación contra los latinos prácticamente en todas las áreas (salud, educación, vivienda, trabajo…).  En general, los medios de comunicación angloestadounidenses retratan a la comunidad latina como una masa monocromática, sin matices, siempre en necesidad de ayuda y vulnerable, frente al salvador blanco que los mira por encima del hombro. Una de las tareas de la cultura latina y latinoamericana es dejar de ser narrada por los poderes políticos y culturales de los Estados Unidos y Europa y hacer cada vez más visible su historia verdadera desde su propia contranarrativa. Un medio como HispanicLA ayuda a combatir esa imagen desfigurada y a levantar la comunidad hispana/latina/chicana como una cultura creativa, productiva, tenaz y resiliente a pesar de siglos de expolio.

 Tercero, prueba los límites de la libertad de prensa y expresión en EE. UU. Desde sus comienzos HispanicLA ha sido una plataforma que expresa la diversidad de perspectivas de sus colaboradores habituales y ocasionales, tanto de California, el país y América Latina. Uno de sus elementos persistentes ha sido su papel contestatario y crítico contra todo lo que atente contra la justicia social y los derechos humanos dentro y fuera del país. Este aspecto crítico pone a prueba y sirve como permanente autoexamen de lo que Noam Chomsky describía como “los límites impuestos al alcance del debate”. Esto es, puedes disentir, “incluso alentar las opiniones más críticas y disidentes”, pero siempre dentro de parámetros que no causen una disrupción al sistema creado desde los orígenes de la nación-estado: que las cosas cambien para que sigan como están. Los límites de la libertad de prensa y expresión están, pues, contenidos dentro de una matriz normativa que prueba y vigila a cada paso hasta qué punto puede llegar la libertad de prensa y expresión. Ya lo hemos visto en el caso de WikiLeaks.

 Cuarto, crea un espacio amplio y muy abierto para pensadores críticos de la actualidad y de la historia de EE. UU. Precisamente el proyecto periodístico Latinos contra el Odio, una iniciativa de justicia social liderada por HispanicLA, es una muestra de uno de sus objetivos: informar desde fuentes verificables sobre temas de racismo, discriminación y ataques contra la comunidad latina y demás comunidades racializadas. Otro ejemplo de ello, desde las páginas de HispanicLA, es el Proyecto Ralph Lazo, que describe y analiza a través de múltiples autores, la violación de los derechos humanos y civiles de ciudadanos japoneses estadounidenses y su confinamiento en campos de concentración en distintos estados de los EE. UU. durante la Segunda Guerra Mundial.

 Quinto, mantiene y fortalece la tradición de publicar en español en los Estados Unidos. En el libro Spanish-Speaking Groups in the United States, publicado en 1954, John Burma predijo que la prensa en español desaparecería en 15 años, a la vez que auguraba que los medios de comunicación latinos serían mayormente en inglés. Aunque fue cierto que los medios latinos en inglés aumentaron en esos años, la prensa y demás medios no desaparecieron. Por el contrario, 16 años después del pronóstico de Burma, la veterana revista especializada en medios impresos Editor & Publisher señaló “un vigoroso aumento de la actividad editorial entre los estadounidenses de habla hispana”. 

 El panorama político y social que vivimos en estos momentos requiere de una prensa en español que hable en un lenguaje franco y crítico sobre las amenazas constantes que se ciernen sobre el país, sobre todo si un nuevo gobierno impulsa y aplica políticas aún más severas y racistas contra los nuevos migrantes en la frontera y exacerba aún más las luchas supremacistas que han persistido en este país desde su fundación.

 HispanicLA , como seguramente otros medios en español en Estados Unidos, tiene en sus páginas la tarea de ayudar a desmantelar estas políticas e impulsar la igualdad y la justicia para aquellos que han sido sistemáticamente segregados por un sistema clasista y excluyente. El historiador, dramaturgo y activista Howard Zinn decía con razón que “no hay nada más revolucionario que decir la verdad”. Y esa es la función fundamental que debe tener la prensa, si es que ha de cumplir su misión.

 

(Texto de la presentación del segundo tomo de Latinos contra el odio, el 10 de agosto, 2024 en Los Ángeles. Publicado por HispanicLA. Esta es una versión editada y ampliada por el autor)

 

Fuentes consultadas:

1) “El periodismo en español en los Estados Unidos”, por Jorge Ignacio Covarrubias. Informes del Observatorio. Instituto Cervantes. 19 de marzo, 2016.

2) “Historia de los periódicos latinos en EE. UU. La herencia hispana también se manifiesta a través de la prensa en español y su influencia”, por Ana Carolina González, AARP, 19 de septiembre de 2014.

3) “Más de 200 años de medios de comunicación latinos en los Estados Unidos”, por Félix F. Gutiérrez. American Latino Theme Study. National Park Service, 2022.

4) “La industria a simple vista. Los medios noticiosos en Estados Unidos y Puerto Rico”. Base de datos del estado de los medios noticiosos latinos, junio, 2019.

(Publicado en HispanicLA, 15 septiembre, 2024)

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

Chiquita Brands y el sangriento arte de pelar un banano (Parte II)

The Banana, por Maurizio Cattelan. Foto de la obra después de que un estudiante de arte, de visita en el Leeum Museum of Art in Seúl, se comió el banano, “porque tenía hambre”.

 -Miren la vaina que nos hemos buscado

solía decir entonces el coronel Aureliano Buendía-,

no mas por invitar un gringo a comer guineo.

          —Gabriel García Márquez, en Cien años de soledad

 31 de agosto, 2024. Si en algo son expertas algunas compañías multinacionales cuando se descubren sus fechorías es en tratar de limpiar su imagen por medio de cambiar sus nombres desprestigiados. Es una manera de esconderse y reinventarse, aunque a menudo sigan con las mismas prácticas que crearon su mala fama. Esto es exactamente lo que ha pasado con Chiquita Brands, el gigante bananero que hace pocas semanas fue hallado culpable de financiar entre 1997 y 2004 a las Autodefensas Unidas de Colombia, un grupo terrorista de ultraderecha responsable de miles de masacres en ese país. Como es sabido por muchos, el nombre original de Chiquita Brands era United Fruit Company (UFC), mejor conocida en América Latina como La Frutera, la empresa comercial estadounidense que representa más que ninguna otra la historia de saqueo, explotación e intervencionismo de los Estados Unidos en la región por más de cien años.

 La UFC, también conocida como el Pulpo, por sus enormes y poderosos tentáculos económicos, políticos y militares, inició la explotación del banano en 1899 como resultado de una fusión entre la Boston Fruit Company y las empresas comercializadoras de banano del norteamericano Minor C. Keith. La compañía concentró su negocio predominantemente en países de Centroamérica, el Caribe y en regiones costeras del norte de Colombia y del Ecuador con clima tropical. Aunque en aquella época el banano no formaba parte de la dieta tradicional de Estados Unidos ni de Europa, la Frutera emprendió una agresiva campaña publicitaria sobre las virtudes nutritivas del banano y a comienzos del siglo XX había logrado entrar masivamente en estos mercados hasta convertirse en el modelo del capitalismo explotador y extractivista más grande del mundo.

 Algunos podrían elogiar este impulso empresarial porque, al fin y al cabo, en la visión occidental del progreso, son las ideas y el emprendimiento de grandes proyectos los que permiten el desarrollo y el avance de los pueblos. Pero, como resulta obvio no es el caso cuando se trata de la funesta historia de las bananeras, como está amplísimamente documentado en libros, ensayos, documentales, y sobre todo en la experiencia de millones de personas de estos países que han sido y siguen siendo víctimas directas de empresas como la Frutera.

 Entre los numerosos libros escritos en español e inglés sobre la historia y los tejemanejes de la UFC, el clásico que destaca por la contundencia de sus señalamientos es Las venas abiertas de América Latina, del escritor uruguayo Eduardo Galeano, publicado en 1971. En uno de los pasajes que dedica a la United Fruit Company, dice: “Desde principios de siglo aparecieron también en Honduras, Guatemala y Costa Rica, los enclaves bananeros. Para trasladar el café a los puertos habían nacido ya algunas líneas de ferrocarril financiadas por el capital nacional. Las empresas norteamericanas se apoderaron de esos ferrocarriles y crearon otros, exclusivamente para el transporte del banano desde sus plantaciones, al tiempo que implantaban el monopolio de los servicios de luz eléctrica, correos, telégrafos, teléfonos y, servicio público no menos importante, también el monopolio de la política […]. La United Fruit Co. deglutió a sus competidores en la producción y venta de bananas, se transformó en la principal latifundista de Centroamérica; y sus filiales acapararon el transporte ferroviario y marítimo; se hizo dueña de los puertos, y dispuso de aduana y policía propias. El dólar se convirtió, de hecho, en la moneda nacional centroamericana”.

 En Las venas abiertas, Galeano hace un breve relato sobre el episodio conocido como La masacre de las bananeras, ocurrido en Colombia en 1928, y del cual dan cuenta también, entre otros, García Márquez en Cien años de soledad y Álvaro Cepeda Zamudio en La casa verde. Dice Galeano: “El Corán menciona al plátano entre los árboles del paraíso, pero la bananización de Guatemala, Honduras, Costa Rica, Panamá, Colombia y Ecuador permite sospechar que se trata de un árbol del infierno. En Colombia, la United Fruit se había hecho dueña del mayor latifundio del país cuando estalló, en 1928, una gran huelga en la costa atlántica. Los obreros bananeros fueron aniquilados a balazos, frente a una estación de ferrocarril. Un decreto oficial había sido dictado: «Los hombres de la fuerza pública quedan facultados para castigar por las armas...» y después no hubo necesidad de dictar ningún decreto para borrar la matanza de la memoria oficial del país” (1). El número de obreros muertos es desconocido, pero se cifra en alrededor de mil, o “más de tres mil”, según dice Cien años de soledad.

 La estela de conflictos dejada por la United Fruit y continuada ahora por su heredera Chiquita Brands, no puede ser más trágica. Entre ellos, la intervención de la CIA para dar un golpe de estado en Guatemala en 1954 y derrocar al presidente Jacobo Árbenz quien trataba de adelantar una reforma agraria que afectaba los intereses de la United Fruit. En su lugar se instaló la sangrienta dictadura militar encabezada por el coronel Carlos Castillo Armas.

 El descontento de los obreros y de la población centroamericana contra las élites locales y compañías extranjeras como la UFC creció aún más en las décadas siguientes. Peter Chapman, periodista de The Financial Times, en su libro Bananas. How the United Fruit Company Shaped the World, indica que “para trazar el legado de la compañía tienes que ir en particular a Centroamérica. Cientos de miles de personas murieron en las guerras de los 80s y cerca de un millón perdieron sus casas. Esto causó un gran incremento en el número de inmigrantes ilegales [sic] a los EE. UU. y contribuyó a aumentar los problemas sociales entre las comunidades más pobres de ciudades como Los Ángeles”.

 El periodista argumenta que los problemas de Centroamérica no son solo la culpa de La Frutera. También lo son los políticos y gobernantes que se han prestado al juego de la corrupción de los empresarios privados y gobiernos de turno de los Estados Unidos. Chapman comenta que “la compañía hizo muy poco para animar a las fuerzas moderadas y democráticas”. Por el contrario, “persistentemente las subvirtió para crear una atmósfera en la que imperaban los regímenes militares y sus escuadrones de la muerte devastaban las calles” (2). Más de un millón cien mil centroamericanos terminaron emigrando forzosamente a los Estados Unidos, el país que en buena parte era responsable de los desastres de la región.

 Muchos de ellos se establecieron en los barrios marginados de Los Ángeles, donde los niños y jóvenes recién emigrados no recibieron atención del gobierno, ni oportunidades de educación ni estabilidad socioeconómica. Eventualmente se vieron forzados a crear pandillas para enfrentarse a otros jóvenes pandilleros de origen mexicano, afroestadounidense y de países centroamericanos, igualmente marginados. De allí surge la Mara Salvatrucha en la década de los 80 que se convierte en una de las pandillas con más miembros en la ciudad. En los 90, el presidente Clinton inició una campaña anti-inmigrante, que incluyó la deportación de miles de jóvenes de la Mara Salvatrucha mayormente a El Salvador, Guatemala y Honduras. Se calcula que al menos 20 mil de estos jóvenes pandilleros habían sido deportados hacia 2004.

 Las deportaciones continuaron hasta el 2018. Desadaptados, y muchos de ellos sin siquiera hablar español, estos jóvenes delincuentes tuvieron que reiniciar sus vidas en países cuyos gobiernos no estaban preparados para esta enorme masa de deportados cuando apenas estaban recuperándose de la tragedia de la guerra civil. Las Maras y otras pandillas se convirtieron en un enorme problema delictivo en países centroamericanos y sobre todo en El Salvador, donde actualmente enfrentan un masivo encarcelamiento en las megaprisiones creadas por el gobierno de Bukele.

 El programa de encarcelamiento de las pandillas en El Salvador es aplaudido por muchos y criticado por aquellos que conocen la historia y saben que la represión y el encarcelamiento no es toda la respuesta para jóvenes que esencialmente son víctimas de una historia de saqueo y explotación, desplazamiento, migración forzada y deportación. Tendría que ver también con programas de rehabilitación, reparación y reinserción social, por más difícil que parezca esta tarea. No les alcanzaría a la UFC/Chiquita Brands, ni a otras compañías transnacionales agrícolas como Monsanto (ahora parte de Bayer) y Dole, todo el dinero que han acumulado para reparar el grandioso daño infligido a los países donde han aterrizado sus actividades.

 No cabe duda que los Estados Unidos y Europa han visto desde siempre a América Latina como una región abierta para la explotación de sus recursos tanto humanos como naturales, con una mirada prepotente que concibe a estos países como inferiores racionalmente y sus tierras como carentes de uso adecuado o inútiles, y de ese modo listas para su explotación “civilizadora”. Este engranaje ideológico supremacista adquirió una forma concreta en la Doctrina Monroe de 1823, en la que Estados Unidos advierte a Europa para que no intervenir más en América Latina. En adelante estaría bajo su tutelaje, como en efecto ha ocurrido hasta ahora, convirtiendo la región en el enorme patio trasero de los Estados Unidos.

 Pero es claro que los EE. UU. no aprende ni le interesa analizar las consecuencias de sus acciones sobre los pueblos en los que interviene. Por el contrario, sigue con sus mismas prácticas. Quizá la muestra más reciente y alertadora son las declaraciones de la general Laura Richardson, jefa del Comando Sur de Estados Unidos, quien en enero de 2023, sin el más mínimo rubor, como ya es costumbre, indicó que América Latina es importante para los EE. UU. por “todos sus ricos recursos y elementos de tierras raras; tienes el triángulo de litio, que hoy en día es necesario para la tecnología. El 60% del litio del mundo está en el triángulo de litio: Argentina, Bolivia, Chile”.

 Richardson ahondó en detalles, recordando que en América Latina están las mayores reservas de petróleo del mundo, incluyendo el cobre y el oro, sin olvidar, claro, la importancia del Amazonas, donde “tenemos [así, en primera persona del plural] el 31% del agua dulce del mundo”, y enfatizando que a Estados Unidos le queda mucho por hacer en esta zona. Remató diciendo que todo esto “tiene mucho que ver con la seguridad nacional y tenemos que empezar nuestro juego” (3). Entre tanto, la militar, entró en conversaciones en abril de este año con el presidente Milei de Argentina, para establecer una base naval militar conjunta en la Patagonia del país austral.

Como lo dijo también Galeano en Las venas abiertas, “Por el camino hasta perdimos el derecho de llamarnos americanos, aunque los haitianos y los cubanos ya habían asomado a la historia, como pueblos nuevos, un siglo antes que los peregrinos del Mayflower se establecieran en las costas de Plymouth. Ahora América es, para el mundo, nada más que los Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo sumo, una sub América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación”. Tenía razón el coronel Aureliano Buendía cuando apuntó que mucho de esto se debe a que un día invitamos a un gringo a comer guineo.

 Fuentes citadas:

1) Las venas abiertas de América Latina, por Eduardo Galeano. Siglo XXI editores, 2023.

2) Bananas. How the United Fruit Company Shaped the World, por Peter Chapman. Canongate, NY, 2007.

3) “Jefa del Comando Sur de EE. UU. aclara qué busca su país en Latinoamérica”. RT.

21 ene 2023.

(Publicado en HispanicLA, 31 agosto, 2024)

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

Condena a Chiquita Brands no es ni la punta del iceberg (Parte I)

The banana, por Maurizio Cattelan. Rhona Wise/EPA, vía Shutterstock

 Solo sonríe

—Uno de los slogans de Chiquita Brands

31 julio, 2024. Tomó 17 largos años, pero lo que parecía imposible al fin llegó. El pasado 10 de junio el Tribunal del Distrito Sur de Florida halló culpable a la transnacional bananera Chiquita Brands International de contribuir al menos con $1,7 millones de dólares al financiamiento de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Las ahora extintas Autodefensas fueron un grupo paramilitar de extrema derecha, contrainsurgente y narcotraficante, que sembró el terror en vastas regiones del país desde 1997 al 2007, y está acusado de más de 4 mil masacres, algunas de ellas con el apoyo mismo del ejército colombiano. La sentencia contra Chiquita constituye un hito por ser la primera vez en la historia que una corporación estadounidense es inculpada por crímenes cometidos fuera de los Estados Unidos.

La condena estipula que Chiquita Brands debe pagar $38,3 millones de dólares a ocho familias colombianas, nueve de cuyos miembros fueron asesinados por las AUC entre los años 1997 y 2004, período en el que estos escuadrones de la muerte aparecían en la nómina de pagos de la bananera. Los abogados de Chiquita han dicho que apelarán la sentencia, pero es poco probable que haya vuelta atrás en el dictamen federal. Las demandas en trámite ante tribunales de los Estados Unidos contra Chiquita, por delitos de las AUC bajo sus auspicios, comprenden a más de 4,500 víctimas. La conclusión de este juicio representa, en efecto, una mínima porción de los juicios pendientes contra la bananera.

Tanto el juicio como la sentencia no hubieran podido tener lugar (al menos no exitosamente), si el Departamento de Justicia de los EE. UU. no hubiera declarado a las AUC como grupo terrorista en 2001, y por tanto prohibiera a las compañías estadounidenses proveer apoyo a esta organización paramilitar (¿o sea que sin esa clasificación de terroristas sí podían hacerlo?). Tan solo dos años después, en 2003, bajo investigación del Departamento de Justicia, Chiquita admitió ante un tribunal del Distrito de Columbia haber financiado a las AUC y fue obligada a pagar una multa de $25 millones de dólares al gobierno de EE. UU., de los cuales ni un solo peso fue destinado para reparar a los familiares de las víctimas.

Pero ahora, casi dos décadas después de extenuantes litigios legales, la compañía bananera, en la actualidad la más grande del mundo, ha sido sentenciada a pagar la mencionada indemnización a los familiares del pequeño número de víctimas en los que se centró la demanda por la contundencia de las pruebas. Este acto de reconocimiento y justicia pudo llevarse a cabo gracias a la tarea de EarthRights International, un grupo legal norteamericano que lucha por los derechos humanos, y quienes junto a diferentes firmas legales han radicado denuncias en diversas cortes de Estados Unidos a nombre de miles de familias colombianas con parientes asesinados, secuestrados, desaparecidos, extorsionados, torturados o desplazados de sus tierras por las AUC. Entre estas otras firmas legales están Paul Hoffman, Arturo Carrillo, Judith Brown Chomsky y Cohen Milstein Sellers & Toll PLLC.

En la demanda contra Chiquita, EarthRights indicó: “Los demandantes son familiares de sindicalistas, trabajadores bananeros, organizadores políticos, activistas sociales y otras personas de la región bananera de Colombia, que fueron atacados y asesinados por paramilitares durante la década de 1990 hasta 2004”. A modo de ilustración EarthRights menciona uno de los cuantiosos casos: “Esto incluye a John Doe 9 (un seudónimo utilizado para mantener a su familia a salvo), que era un trabajador de las plantaciones bananeras colombianas, un líder sindical y el único sostén de su familia. En 1997, fue torturado, decapitado y desmembrado por el grupo terrorista paramilitar conocido como las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia). Ahora, su viuda y cientos de otras familias con historias similares están buscando justicia contra el gigante bananero Chiquita, que admitió haber financiado ilegalmente a las AUC durante años” (1).

Con su apoyo a la organización paramilitar, Chiquita, a través de su filial colombiana Banadex, buscaba seguir garantizándose tierras y ganancias de millones de dólares en una vasta región bananera del Urabá antioqueño y del Magdalena Medio. Según la ONU, las AUC son directas responsables de no menos del 80% de los asesinatos de civiles durante el conflicto armado en el que se calcula que murieron unas 260 mil personas.

Pero además del financiamiento con pagos a las AUC, Chiquita está acusada de haber ayudado a las AUC en el tráfico de drogas y armas en los barcos donde la empresa transportaba el banano. Según el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, “La relación entre paramilitares y narcotráfico era de público conocimiento, en particular en Urabá. Por ello, cuando la empresa Chiquita Brands pactó con los paramilitares, asumió las implicaciones: estos escondían droga en los contenedores que llevaban banano. Chiquita Brands lo ha negado; sin embargo, versiones internas e incluso información de organismos de justicia e internacionales indican que sí hubo envíos de cocaína en buques de exportación de Chiquita Brands” (3).

Adicional a su vinculación con el narcotráfico, la multinacional estadounidense participó en el tráfico de armas para las Autodefensas Unidas de Colombia. Según un Informe de la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos (OEA), Chiquita Brands ayudó al “desvío de tres mil [fusiles] AK47 y 2,5 millones de municiones de los arsenales nicaragüenses a las AUC en 1999: La transacción original era un intercambio legítimo entre la Policía Nacional de Nicaragua y una agencia privada de venta de armas en Guatemala, el Grupo de Representaciones Internacionales (GIR S. A.)”.

Sin embargo, continúa el Informe, “después de cambios en el trato inicial (se resolvió intercambiar cinco mil AK-47 excedentes de la policía por 3,117 armas en buen estado técnico de los inventarios del Ejército), las armas no fueron llevadas a Panamá sino que llegaron a Turbo, Colombia, desde donde fueron entregadas a las AUC”. El armamento fue transportado en el buque Otterloo (OEA, 2003). La multinacional Chiquita Brands ha sido relacionada con esta operación de tráfico de armas, al establecerse que su filial Banadex fue la empresa encargada de desembarcar de la motonave los contenedores en los que venía el arsenal (4). En una entrevista concedida por el líder de las Autodefensas Unidas de Colombia, Carlos Castaño, al diario colombiano El Tiempo, expresó sobre el uso del barco Otterloo: “Es el mayor logro obtenido para las AUC.  A través de Centroamérica, cinco embarques, 13 mil fusiles" (5).

Una de las peculiaridades de este juicio es que el Tribunal del Distrito Sur de Florida echó mano del Código Civil colombiano para juzgar a Chiquita, por el hecho de ser una compañía de Estados Unidos cuyas acciones delictivas fueron realizadas en Colombia. Los artículos 2341 y 2356 del Código Civil señalan que quien cause daño a otro, ya sea por delito o culpa, debe indemnizar a la víctima, adicional a cualquier pena principal que la ley le imponga.

Una pregunta que resalta por su obviedad es, por qué después de tantas investigaciones la justicia colombiana no ha declarado culpable a Chiquita por el delito de asociación para delinquir con el paramilitarismo, como sí lo hizo el tribunal de Florida. Alrededor de esta pregunta, La Silla Vacía, un medio digital de periodismo investigativo colombiano, consultó a un experto jurídico y un politólogo, quienes indicaron que “adelantar casos en otras jurisdicciones es una tendencia marcada de grupos de víctimas, que pueden demandar a las casas matrices de empresas por las acciones de sus filiales en Colombia. Esto lo permite la Ley de reclamación por agravios contra extranjeros (Atca, por su sigla en inglés) en EE.UU., o la Ley de protección de víctimas de tortura, que fue la que se usó en el caso de Chiquita Brands” (2).

Resulta evidente de cualquier manera que la justicia colombiana ha sido históricamente negligente en adelantar juicios contra grandes compañías multinacionales y nacionales, en buena parte debido a la complicidad, sobornos y corrupción de jueces y magistrados, y a lo intricado y complejo de la ley colombiana para adelantar juicios de esta naturaleza. Aunque vale destacar que el sistema judicial de los Estados Unidos tampoco es conocido por resolver casos semejantes, como lo demuestra el hecho de que esta sea la primera vez que una de sus compañías nacionales es hallada culpable de crímenes en un país extranjero.

Hay que tener en cuenta que la multinacional bananera no ha sido la única empresa bajo la mira de la justicia tanto de los Estados Unidos como de Colombia por financiamiento al paramilitarismo. Entre otras grandes transnacionales de los EE. UU. que fueron investigadas estuvieron Coca-Cola y Drummond, esta última una corporación minera con grandes minas de explotación de carbón en el departamento colombiano del Cesar, que en su momento fue también territorio de las acciones terroristas de las AUC.

Otra empresa investigada ha sido Bavaria, por décadas la principal cervecería colombiana y actualmente parte del grupo belga Anheuser-Busch InBev, la mayor cervecería del mundo. La empresa privada colombiana de bebidas Postobón, y la compañía estatal de petróleos, Ecopetrol, también han sido objeto de investigación por sus nexos con el paramilitarismo. Pero estas demandas y acusaciones no han progresado hasta ahora ya sea por alegadas falta de pruebas, por prescripción, o por falta de medios económicos de los demandantes frente a los poderosos lobbies y recursos legales de estas compañías.

Lo cierto a estas alturas es que otras demandas contra Chiquita Brands siguen activas y a la espera de nuevos desenlaces sobre su participación en la desestabilización y violencia en países de América Latina, con el foco especial en Colombia en estos momentos. Lo que una buena parte de las noticias de prensa olvidan, o prefieren no mencionar en esta historia del triunfo judicial contra Chiquita Brands, es que es la heredera y continuadora de la funesta compañía bananera estadounidense, la United Fruit Company (UFC), conocida en América Latina como La Frutera, y El Pulpo, de donde los países centroamericanos llegaron a ser conocidos con el apodo despectivo de repúblicas bananeras.

La UFC es considerada como la compañía que sirvió de modelo al mundo del capitalismo depredador y extractivista desde la segunda mitad del siglo XIX hasta el presente. Fue la mayor poseedora de tierras de Centroamérica, ayudó al establecimiento de dictaduras militares y al financiamiento de escuadrones de la muerte ultraderechistas. La enorme migración centroamericana en los años 80s y 90s, su relación con la guerra fría y el desarrollo de las pandillas salvadoreñas en Los Ángeles, entre otros traumas poblacionales de la región, tienen como uno de sus grandes telones de fondo la explotación bananera de la UFC.  Acosada por su funesta historia, y para tratar de esconder su pasado, en 1990 cambió su nombre por el de Chiquita Brands International, bajo el cual sigue operando hasta el día de hoy. Recuerda: solo sonríe.

Próximo artículo: Chiquita Brands y el sangriento arte de pelar un banano (Parte II)

Fuentes citadas:

1) “Doe v. Chiquita Brands International. Banana Giant Chiquita Paid Terrorist Group for Security”, por EarthRights International. Consultado, julio 29, 2024.

2) “La víctimas prefieren un caso corto afuera que uno largo en Colombia”, por Daniela Garzón y Eloísa Fagua Lozano. La Silla Vacía, junio 17, 2024.

3) “No matarás. Las ACCU y la industria bananera”. Comisiondelaverdad.co. Consultado el 30 de julio, 2024. Nota: Las siglas ACCU se refieren a las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, que en 1997 se unieron a bandas paramilitares de otras regiones del país y dieron origen a las AUC.

4) Informe de la Secretaría General de la Organización de los Estados Americanos sobre el desvío de armas nicaragüenses a las Autodefensas Unidas de Colombia”. OEA. 6 de enero de 2003.

5) “Ya tenemos instructores en Venezuela”, por Martha Elvira Soto F. y Orlando Restrepo. El Tiempo, 30 de junio de 2002.

(Publicado en HispanicLA, 30 julio, 2024)

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

Los grabados de Goya en el Norton Simon: Lo que el pintor vería en el siglo XXI

¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!
¡Levantarse del cielo hacia la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!
¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da…!

—César Vallejo, en Y si después de tantas palabras (En Poemas humanos)

21 de junio, 2024. Se dice que las coincidencias no existen. Y en este caso parece que fuera verdad. El gran sordo de Fuendetodos vuelve a tener protagonismo más de dos siglos después, como si estuviera dibujando e imprimiendo sus grabados el día de hoy. Como un artista pionero de la crónica visual retratando los desastres de su tiempo, a los que nos seguimos enfrentando con igual o mayor intensidad en nuestros días. El protagonismo se lo dan dos destacados museos, separados por miles de kilómetros, quienes, sin saberlo ni el uno ni el otro, están exhibiendo simultáneamente y por primera vez, la totalidad de los más de 200 grabados que sobreviven de los producidos por Don Francisco de Goya entre 1796 y 1820.

Uno de estos museos es el de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, y el otro, el Norton Simon Museum, en Pasadena, California. La exposición en Madrid presenta las placas de cobre originales (muchas de ellas donadas por el propio artista a la institución) junto a una reproducción impresa de cada una de ellas. El Norton Simon, exhibe por su parte una copia de la totalidad de los grabados que el millonario coleccionista y fundador del museo fue adquiriendo a lo largo de su vida. El título de las dos muestras enfatiza su carácter testimonial. En la de San Fernando: Goya. El despertar de la conciencia. En la del Norton Simon: I Saw It!: Francisco de Goya, Printmaker (¡Yo lo vi! Francisco de Goya, grabador).

La importancia de estas dos exhibiciones simultáneas es que da al gran público la oportunidad de acercarse a cada uno de los grabados de la gran producción calcográfica del artista. A la vez, nos pone frente a la obra de un testigo presencial de primera línea y magnitud que cuestiona a través de su arte el poder despótico de los Borbones, el horror sin límites cometido por los dos bandos durante la guerra de invasión napoleónica y la lucha española por la independencia. O que satiriza de manera descarnada el papel fanatizador y sectario de la religión organizada como instrumento del poder político. O la ignorancia, que va de la mano con la superstición; o bien ya la enorme desigualdad social y de castas que galopaba entre los pueblos y los campos de España. O el protagonismo tenaz de las mujeres (siempre ninguneado) por las causas de la justicia… y hasta la lucha animalista para acabar con la barbarie de las corridas de toros. Los grabados de Goya expresan, de manera brillante y personal, la contraposición entre dicho oscurantismo despótico y el impulso de la ilustración que no llegó a cuajar en España.

Como es sabido, los grabados consisten de cuatro series temáticas: Los desastres de la guerra, Los caprichos, Los disparates y Tauromaquia, y algunas obras sueltas. Pero vistas en su conjunto las cuatro series muestran un solo eje temático: la pugna constante del poder biopolítico, que se manifiesta en el dominio dogmático e ideológico que ejerce la religión sobre las conciencias, y el uso de la fuerza, ante todo militar, que despliegan los estados para silenciar y, llegado el caso, exterminar a los disidentes y desechables. Esto es lo que vio Goya con lucidez en los largos años en que fue ascendiendo de asistente a pintor oficial de la corte de los Borbones, y a cuyas familias y funcionarios retrató en pinturas de gran formato en las que dejó plasmadas con ironía la naturaleza decadente, inestable y peligrosa de quienes ejercían el poder.

En sus años de madurez, a la edad de 46 años, cuando una sordera progresiva empieza a sumergirlo en el mundo del silencio, el artista habría de encontrar la libertad de expresión para reproducir las imágenes perturbadoras que pueblan muchas de sus obras, y en particular de sus pinturas negras y grabados. Y es aquí, con las diversas técnicas del grabado como el aguafuerte, el aguatinta, la punta seca y el buril, en las que dejó sus crónicas literarias-pictóricas que pueden verse como un antecedente del periodismo gráfico de crítica social que habría de surgir poco después de sus grabados en la primera parte del siglo XIX. Este arte, ligado con el momento histórico de España, de Europa y de las revoluciones por la independencia de las naciones de América Latina, buscaba entonces, como ahora, visibilizar y nombrar el problema tal como lo viven las víctimas y desde ahí impulsar movimientos de cambio y reordenamiento social.

Refiriéndose a la serie de Los desastres de la guerra, que es la que nos interesa destacar en estas notas, el historiador de arte Robert Hughes, comenta: “[l]as imágenes de Goya son incomparablemente las más dramáticas y variadas en su narrativa, más punzantes en su poder documental, más salvajemente bellas y en todo aspecto, más humanamente conmovedoras: nada que pueda rivalizar con ellas ha sido hecho desde entonces y son los verdaderos ancestros de todo gran reportaje visual de guerra” (1). Las guerras de entonces y las de ahora, que se enlazan con la misma urgencia de conquista, despojo y dominación, por los medios que sean necesarios.

Tres décadas después de los últimos grabados de Goya, las fotografías del inglés Roger Fenton sobre la Guerra de Crimea estuvieron entre las primeras en la historia en documentar la depravación humana de todo conflicto bélico. Poco después el fotógrafo Matthew Brady permitió a los lectores de la prensa ver las imágenes de la violencia devastadora de la Guerra Civil estadounidense. En el área del testimonio social, el periodista y fotógrafo danés-estadounidense Jacob Riis, exhibió las terribles condiciones en que vivía la gente en los barrios pobres de Nueva York. Otro tanto logró Lewis Hine, quien con su cámara mostró a niños trabajando en fábricas, minas y campos y toda forma de explotación laboral infantil en los Estados Unidos a comienzos del siglo XX. Explotación que sigue ocurriendo todavía en este país, sobre todo con niños migrantes que entran solos por la frontera sur, a pesar de que numerosos estados tienen leyes para proteger a los menores de estos abusos.

Los sucesores de Goya incluyen también a los fotógrafos Robert Capa y Margaret Bourke-White, quienes con sus fotodocumentales de crudo realismo durante la Segunda Guerra Mundial, contribuyeron al repudio entre una parte de la población ante los horrores de la guerra. En las décadas de los 50 y los 60, Charles Moore consagró sus esfuerzos no solo a publicar fotos de las protestas del movimiento por los derechos civiles en los EE UU, sino también a mostrar las condiciones inhumanas en que vivían las víctimas de la segregación y el racismo. El periódico chicano La Raza, de Los Ángeles, Calif., se mantuvo en operación de 1967 a 1977, y fue el principal medio de autorrepresentación y empoderamiento de la población mexico-estadounidense. Sus fotógrafos dejaron un testimono visual de las luchas sociales que la comunidad enfrentaba en esa década y desde siempre hasta nuestros días.

Pero si bien los grabados de Goya son un antecedente vital de los reporteros gráficos orientados a las luchas sociales, también son sus herederos los artistas plásticos que han dedicado su arte a visibilizar y denunciar los atropellos del poder donde quiera que se produzcan. El arte plástico de protesta en América Latina y de artistas latinos en los EE UU, tiene una de las tradiciones más largas y vigorosas del mundo, generalmente conectada con la denuncia histórica de los poderes coloniales e imperialistas que ha padecido la región por más de 500 años. Entre ellos, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Frida Khalo, Rufino Tamayo, José Luis Cuevas, Francisco Toledo, Wifredo Lam, Ana Mendieta, Cándido Portinari, Oswaldo Guayasamin, Antonio Berni, Antonio Caro, Fernando Botero, Tarsila do Amaral, León Ferrari y Alfredo Rostgaard, por citar solo unos cuantos. Todos ellos, en diversos grados y momentos de su trayectoria artística dedicaron parte o la totalidad de su trabajo creativo a dar voz a los sin voz y combatir toda forma de injusticia social, política y económica.

Hoy, en la era digital y de la inteligencia artificial, los medios de comunicación independientes y progresistas y las redes sociales latinas y chicanas han transformado el fotoperiodismo activista, y dado nueva agencia a los artivistas para proveer una visión alternativa antiguerrista y humana ante la imparable destrucción del planeta por los poderes dominantes.

En ese y en todos los sentidos, Goya se anticipó en ver las tragedias del siglo XXI, que no se diferencian ni en forma ni en contenido a las de los siglos XVIII y XIX. Hoy los grabados de Goya retratarían las escenas sangrientas y deshumanizadoras de 76 años de colonización por parte del gobierno sionista israelí en los territorios asignados por las Naciones Unidas en 1948 para la creación del estado palestino. Retrataría el ataque horrendo de Hamás contra la población judía en octubre pasado que asesinó a más de 1,200 personas, incluyendo niños y niñas y tomando como rehenes a más de 200. Retrataría al mismo tiempo la respuesta devastadora inmediata del ejército israelí, que en cuestión de unos meses ha borrado del mapa la mayoría de las ciudades de la Franja de Gaza a punta de bombardeos e incursiones militares terrestres, asesinando hasta ahora a más de 35 mil palestinos, la mitad de ellos niños, mujeres y población civil, desplazando a casi la totalidad de la población palestina de la zona, destruyendo o causando graves daños a once universidades e instituciones de educación superior palestinas, la mayoría de las escuelas y hospitales, asesinando a decenas de periodistas y del personal de las agencias de ayuda humanitaria, y llevando a la hambruna a la mayor parte de la población palestina al impedir la entrada de alimentos y de ayuda vital. Retrataría también las acciones bélicas entre Israel y Hezbolá, en el sur del Líbano, que han vuelto a escalar tenebrosamente entre los dos bandos en días recientes. Y retrataría quizás a las decenas de miles de judíos en Israel y alrededor del mundo que se oponen y no se ven representados en lo que el gobierno actual de Israel está haciendo en el exterminio de la población palestina del Medio Oriente.

Todo este despliegue destructivo del gobierno de ultraderecha de Netanyahu ha sido y sigue siendo respaldado con el apoyo militar, económico y logístico incondicional de los Estados Unidos y de una buena parte de los países europeos, cuyo interés fundamental es mantener el control geopolítico de la región, y no el sufrimiento, la muerte y la deshumanización absoluta a que está sometida la población civil palestina, con la complicidad de los grandes medios de comunicación que distorsionan la verdadera dimensión de la catastrofe en Gaza. Como dijo Joe Biden siendo senador en 1986, y lo volvió a repetir como vicepresidente durante el gobierno de Obama y como presidente en estos días, “Si no existiera Israel, los Estados Unidos, tendría que inventar un Israel para proteger nuestros intereses en la región… A los Estados Unidos de América les conviene abrumadoramente tener un amigo democrático y seguro, un socio estratégico como Israel. Como dije, no es un favor. Es una obligación, pero también una necesidad estratégica” (2).

Goya retrataría también la invasión criminal e imperialista de Rusia a Ucrania y el apoyo con armamento, miles de millones de dólares y asistencia técnica de Estados Unidos y de los países europeos miembros de la OTAN a Ucrania, en una guerra en la cual los jóvenes soldados del pueblo ucranio y ruso son, como en todas las guerras, la carne de cañón, las víctimas propiciatorias de los intereses geopolíticos y económicos de las grandes potencias que solo conocen el lenguaje de la guerra. Y Goya retrataría las otras guerras ignoradas por no ser parte de los ejes del poder, como son las guerras actuales en Sudán, Birmania y Etiopía, entre otras. En esencia, Goya retrataría la estupidez destructiva de la guerra que muestra nuestra absoluta incapacidad para vivir en paz unos con otros en la Casa que tenemos en común.

Las dos grandes exhibiciones de la totalidad de los grabados de Goya no son una coincidencia sino un llamado de los tiempos. Una alerta contra el espíritu belicista que domina los foros internacionales, aún aquellos como la Cumbre por la Paz en Ucrania, que acaba de tener lugar en Suiza, y que en realidad tenía como objetivo fortalecer las alianzas militares occidentales a favor de Ucrania y en contra Rusia (3). Los deslumbrantes grabados de Goya expuestos en Madrid y Pasadena, son una invitación a vernos en el espejo de lo que hemos sido los humanos desde siempre, lo que somos y lo que deberíamos dejar de ser si queremos sobrevivir en el planeta. O simplemente sumirnos en el pesimismo realista del poeta Vallejo, tan cercano en espíritu a Goya, y decirnos después de todo: “¡Más valdría, francamente, / que se lo coman todo y qué más da…!”

Fuentes citadas:

1) Goya, por Robert Hughes. Alfred A. Knopf, 2003.

2) “Remarks by Vice President Joe Biden to the 2014 Saban Forum”. The White House. December 07, 2014.

3) “La gran cumbre de Ucrania concluye con un nuevo llamado a la paz y el rechazo de las principales potencias a un acuerdo final”, por Joshua Berlinger, Niamh Kennedy. CNN, 16 de junio, 2024.

Nota: La exhibición de los grabados de Goya en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, ha ido del 22 de marzo al 23 de junio, 2024. La del Norton Simon Museum, en Pasadena, Calif., va del 19 de abril al 5 de agosto, 2024.

(Publicado en HispanicLA, 24 de junio, 2024)

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

46 palabras para George Foyd

Una de las tantas manifestaciones de Black Lives Matter después del asesinato de George Floyd. Esta en la ciudad de Altadena, Calif. Foto del autor

 “La única manera de deshacer el racismo es identificarlo consistentemente y describirlo —y entonces desmantelarlo”

—Ibram X. Kendi, en Cómo ser un antiracista

“Este es tu país, tu mundo, tu cuerpo, y debes encontrar la manera de vivir con todo ello”

 — Ta-Nehisi Coates, en Entre el mundo y yo

 31 de mayo, 2024. En estos días se cumplen cuatro años ya de la muerte de George Floyd. Tenía 46 años cuando fue linchado por la policía de Minneapolis por el delito de ser negro. Pocos días después de su muerte pedí a mis estudiantes de las clases de lengua española, historia y cultura latina que escribieran un mensaje/poema/reflexión/pensamientos/sentimientos de 46 palabras para honrar la memoria de Floyd y luchar contra el racismo y el supremacismo blanco que perpetúa la violencia, el crimen y la opresión contra las minorías en los Estados Unidos y el resto del mundo. Los estudiantes escribieron en inglés. Incluyo aquí algunos de los textos en su versión original y su traducción al español.

(These days mark four years since the death of George Floyd. He was 46 years old when he was lynched by the Minneapolis police for the crime of being black. A few days after his death, I asked my students from the Spanish language, history, and Latin culture classes to write a 46-word message/poem/reflection/thoughts/feelings to honor Floyd’s memory and fight against racism and white supremacy that perpetuates violence, crime, and oppression against minorities in the United States and the rest of the world. The students wrote in English. Here I include some of the texts in their original version and its translation into Spanish).

 

“I tried writing this fourteen times but everytime I think I’m done it doesn’t feel right. To all of us fighting the good fight, we will rise and this will be the moment systems are held accountable. WE will be the change WE so desperately need”.

—Yvette McKeehan

(Intenté escribir estos catorce veces, pero cada vez que creo que lo hice no me siento bien. Para todos los que peleamos la buena batalla, nos levantaremos y este será el momento en que los sistemas serán responsables. Seremos el cambio que tan desesperadamente necesitamos).

 

“In a country which predicates itself on individual liberty and universal equality, no one group of people should live in fear of an institution whose purpose is rooted in its accountability to the public. George Floyd’s death was an unconscionably tragic and needless reminder of that”. 

—David Getzen

(En un país que se basa en la libertad individual y la igualdad universal, ningún grupo de personas debería vivir con el temor de una institución cuyo propósito se basa en su responsabilidad ante el público. La muerte de George Floyd fue un recordatorio inconcebiblemente trágico e innecesario de eso).

 

“A knee to the neck
Forcing you down
Impeding your divine breath
Crushed by a calculated system
Working as intended
Your sacred body returns to the earth
But your spirit lives on
In rallying cries
In your daughter
In us all
Rest in Power
George Floyd”

—Stephanie Cabral

(Una rodilla al cuello
Obligándote a bajar
Impidiendo tu aliento divino
Aplastado por un sistema calculado
Trabajando según lo previsto
Tu cuerpo sagrado vuelve a la tierra
Pero tu espíritu vive
En los gritos de guerra
En tu hija
En todos nosotros
Descansa en el poder
George Floyd)

 

“Human Collapse,

Race Baiting. 

Smoke. Mirrors.

Still Waiting...
Halving Have-nots,

Night Falls. 

Blinded.  Seeking

Common Unity 

Hands up,

Don’t Shoot! 

Sour, This

Strange Fruit. 

By Light of Day,

We See. 

Shallow Beds.

Rotten Seeds.

Down on

The Ground 

Empty Promises.

Urgent Needs. 

Please,

I cant Breathe”

—Christopher Castro 

(Colapso Humano,

Incitación Racial.

Humo. Espejos.

Aún Esperando... 

Dividiendo a los Que No Tienen,

Cae la Noche.

Cegados. Buscando Unidad Común.

Manos Arriba, ¡No Disparen!

Amargo, Este Extraño Fruto.

A la Luz del Día, Vemos.

Camas Superficiales.

Semillas Podridas. En el Suelo. 

Promesas Vacías.

Necesidades Urgentes.

Por Favor,

No Puedo Respirar).

 

“Denial. Anger. Bargaining. Depression. Acceptance. No, never accept it. Angry, so frustrated. What to do? Who to bargain with? Sadness, full of tears and sadness. Need to speak up, need to make my voice heard. But no one is listening. Nobody is listening. Are you listening?”

—Hannah Romo

(Negación. Enfado. Negociación. Depresión. Aceptación. No, nunca lo aceptes. Enojado, muy frustrado. ¿Qué hacer? ¿Con quién negociar? Tristeza, llena de lágrimas y tristeza. Necesito hablar, necesito que se escuche mi voz. Pero nadie está escuchando. Nadie está escuchando. ¿Estás escuchando?)


“His name was George Floyd. “I can’t breathe.”

The powers of justice pressed down harder.

Those words added more resistance.

“Please officer, I can’t breathe.”

Yet, for them their justice wasn’t served.

Eight minutes forty-six seconds later.

Those officers' actions revolutionize us.

We will never forget”.

—Luis A. Monge Jr. 

(Se llamaba George Floyd. “No puedo respirar”.

Los poderes de la justicia presionaron más fuerte.

Esas palabras agregaron más resistencia.

"Por favor, oficial, no puedo respirar".

Sin embargo, para ellos su justicia no fue servida.

Ocho minutos cuarenta y seis segundos después.

Las acciones de esos oficiales nos revolucionan.

Nosotros nunca olvidaremos).

“A nation enraged as we witnessed the wrongful death of George Floyd. What started out as a protest for ending police brutality against the black community has now turned into a protest for racial injustices against all races. Mr. Floyd did not die without a purpose. Mr. Floyd has opened up the eyes of a nation and brought the realization that change is necessary and inevitable. Mr. Floyd, may you rest in peace with your mother”. 

—Priscilla Leyton

(Una nación enfurecida al presenciar la muerte injusta de George Floyd. Lo que comenzó como una protesta por terminar con la brutalidad policial contra la comunidad negra ahora se ha convertido en una protesta por las injusticias raciales contra todas las razas. El Sr. Floyd no murió sin un propósito. El Sr. Floyd ha abierto los ojos de una nación y se dio cuenta de que el cambio es necesario e inevitable. Señor Floyd, que descanse en paz con su madre).

 

“George Floyd was murdered. People are angry, and seek justice more than anything. His fiancee and daughter are hurting because he’s gone.The policemen responsible for Floyd’s death have all been arrested, with charges placed. But it’s not enough, because George Floyd was murdered”.

—Anthony Viloria Mendez

(George Floyd fue asesinado. La gente está enojada y busca justicia más que nada. Su prometida y su hija están sufriendo porque él se fue. Los policías responsables de la muerte de Floyd han sido arrestados, con cargos presentados. Pero no es suficiente, porque George Floyd fue asesinado).


“George Floyd fue un mártir. La policía lo mató. Pero no vamos a pensar en eso cuando oigamos su nombre. Vamos a pensar en la justicia que es posible por su sacrificio. Vamos a recordarlo como un héroe que despertó a muchos jóvenes en el mundo”.
-Bryan Plascencia, escrito en español

 

“Hurt oppression, suffering injustice.

Discriminated, demoralized, and drained.

Resentment, pain, indignation.

Questioning, hopelessness and fear.

Desperate bleakness, impossible burden.

Weary, exhausted and scarred.

Unrelenting agony and anguish.

Hardship, adversity, turmoil.

Disheartened, confused…

Unbearable grief, impatient resolve.

Determined, steadfast, immovable.

Unwavering, unfaltering, resolute.

Solid, steadfast and strong”.

—Marina Achterman

(Herida, opresión, injusticia sufrida.

Discriminado, desmoralizado y agotado.

Resentimiento, dolor, indignación.

Cuestionamiento, desesperanza y miedo.

Desesperanza sombría, carga imposible.

Cansado, exhausto y marcado.

Agonía y angustia implacables.

Dificultad, adversidad, agitación.

Descorazonado, confundido...

Duelo insoportable, resolución impaciente.

Decidido, firme, inamovible.

Inquebrantable, imperturbable, resuelto.

Sólido, firme y fuerte).

 

“Growing in rich soil, joining the cornflowers, petals to share, halted by history, choked by Jim Crow, another symbol of our failure, fixed luminous point, so close to earth right now— father, human, brother, son, fixed, a racial caste system, a mirror too large to ignore…”

—Miró Justad

(Creciendo en un suelo rico, uniéndose a las flores de maíz, pétalos para compartir, detenido por la historia, estrangulado por Jim Crow, otro símbolo de nuestro fracaso, punto luminoso fijo, tan cerca de la tierra en este momento: padre, humano, hermano, hijo, hincado, un sistema de castas raciales, un espejo demasiado grande para ignorar...)

(Publicado en HispanicLA, 31 mayo, 2024)

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

Los ultraprocesados y su devastador impacto en los más vulnerables

“Echaron veneno en mi comida y en mi sed me dieron vinagre”.

—Salmos 69.21

22 de mayo, 2024. La historia no puede ser más gráfica e ilustrativa. Es un relato del capitalismo depredador global. Lo cuenta Chris Van Tulleken en una serie documental que hizo para la BBC en 2021 (“¿Con qué alimentamos a nuestros niños?”), y que ahora incluye en su libro La epidemia de los ultraprocesados: por qué comemos cosas que no son comida y cómo dejar de hacerlo, el cual se publicará en español este próximo mes de agosto. Van Tulleken es un médico inglés especialista en enfermedades infecciosas y tropicales, y como parte de su investigación para el documental y el libro viajó al Amazonas brasileño siguiendo la pista de un drama que parecía sacado de la novela de Conrad, El corazón de las tinieblas.

Allí, en efecto, encontró que desde 2010 a 2017, un barco supermercado de la compañía suiza Nestlé, una de las productoras de ultraprocesados más grandes del mundo, había navegado el río Amazonas vendiendo a precios bajos decenas de miles de más de 400 artículos diferentes de comida chatarra, incluyendo helados, dulces, chocolates, cereales Nestum, leche en polvo (todos en paquetes de plástico y cartón y en latas de aluminio) entre las poblaciones indígenas ribereñas del estado de Pará. El resultado es que ahora hay regiones de ese estado del Amazonas en las que los niños están adictos a esta comida basura que ha reemplazado su comida tradicional de pescado, vegetales, frutas, tubérculos y bayas. Tulleken señala que hasta la llegada del barco de Nestlé no existía ninguna evidencia de que los niños de esa parte del Amazonas padecieran obesidad, alto colesterol o diabetes 2 relacionada con la dieta, como sí está ocurriendo ahora.

Esta aberrante historia pone en el foco no solo la presencia pervasiva de la comida ultraprocesada y cómo afecta de manera particular a las comunidades más vulnerables, y en este caso, más aisladas y pobres, sino también la negligencia y corrupción de los gobiernos, la crisis alimentaria y la urgente necesidad de encontrar alternativas saludables para alimentar a una población mundial que crece exponencialmente.

Coincidiendo con el trabajo investigativo de Tulleken, un grupo de científicos epidemiólogos de los Estados Unidos, Australia, Francia e Irlanda trabajó en los últimos tres años en la recolección, clasificación y análisis de estudios médicos relevantes publicados en años recientes sobre los efectos en la salud por el consumo frecuente de alimentos ultraprocesados. Aunque durante décadas la comunidad científica internacional ha estado advirtiendo sobre los peligros de este tipo de comida, las conclusiones a que llegó este panel de especialistas no dejan de ser alarmantes.

El informe, publicado este año 2024 en la Revista Médica Británica (The BMJ, por sus siglas en inglés), un referente global sobre temas médicos y de salud, indica que después de “revisar cuidadosamente la evidencia de 45 meta-análisis que abarcan a casi 10 millones de participantes, encontraron una vinculación directa entre la exposición a alimentos ultraprocesados y 32 parámetros de salud que incluyen mortalidad, cáncer y mala salud mental, respiratoria, cardiovascular, gastrointestinal y metabólica”. Los autores del informe, el más extenso y completo hecho hasta ahora con esta metodología, señalan que hay evidencia sólida que demuestra que el creciente índice de mortalidad debido, entre otros, a la obesidad y a la diabetes tipo 2, se debe en buena parte a “las dietas ricas en ultraprocesados que pueden ser también perjudiciales para la mayoría (quizás para todos) los sistemas del cuerpo”.

Según la definición del equipo de investigadores, los ultraprocesados no son solo alimentos modificados industrialmente, sino productos que tienen “poco o ningún alimento integral”, alterados con almidones, colorantes, emulsionantes, sales, disolventes, aglutinantes, grasas, edulcorantes, sabores artificiales y aceites modificados, entre otros, que son todo menos comida real y que producen una adicción similar a la nicotina, el alcohol y las drogas. Como puntualiza el editorial de la revista de manera simple y directa, “los alimentos ultraprocesados dañan la salud y acortan la vida” (1).

Los Estados Unidos son el mayor productor de comida ultraprocesada en el mundo, seguido de lejos por algunos países europeos (Inglaterra, Francia, Suiza y Alemania), China, Japón, México y Brasil. Los ultraprocesados para el consumo humano y de los animales domésticos y de granja, son los productos que más abundan en los supermercados, tiendas locales y sitios de internet no dedicados a comidas frescas, naturales y orgánicas. Se estima que constituyen al menos el 60% de toda la comida que se consume diariamente en los Estados Unidos comparado con un 14 al 44% en Europa (2). Esto incluye botanas, bebidas y cereales azucarados, comida congelada y centenares de otros artículos comestibles empacados, envasados y enlatados, además de los que venden las cadenas de restaurantes de comida rápida.

Sin embargo, a pesar de estas elevadas cifras de consumo adictivo de comida chatarra, las actuales Guías Alimentarias para los Estadounidenses que publicó el gobierno federal para los años 2020-2025, no contienen ninguna referencia a este tipo de comida. Solo hasta principios del año pasado, el gobierno federal nombró un Comité Asesor que evaluará, entre otras cosas, los estudios y conclusiones científicas sobre el consumo de ultraprocesados y cuyas recomendaciones se espera sean publicadas en las Guías Alimentarias para los años 2025-2030. Es posible que esto represente un avance en las políticas alimentarias (3). Pero habrá que esperar para ver si dichas Guías no son coartadas por los grupos de presión (lobbies) y de comités de acción política (PAC, por sus siglas en inglés) de las grandes compañías fabricantes de alimentos ultraprocesados, que ayudan a financiar las campañas de políticos influyentes en el gobierno.

Obviamente el acceso a comida natural, fresca y orgánica en los Estados Unidos es un asunto que está atravesado por su historia de despojamiento y colonización de las tierras fértiles y de cultivos en casi la totalidad del país. Basados en la premisa del destino manifesto (el presunto llamado de Dios a conquistar todo el territorio del Atlántico al Pacífico), los colonos europeos desplazaron a las poblaciones indígenas de sus territorios originales, cometiendo uno de los genocidios más grandes de la historia, y confinando a buena parte de los sobrevivientes en reservas desérticas e improductivas y eventualmente forzándolos a cambiar su dieta tradicional por la dieta de los colonos europeos. Al mismo tiempo, cuando se declaró la emancipación de los esclavos afroestadounidenses se les envió con las manos vacías a un mundo hostil y racista, sin tierra ni recursos económicos para sobrevivir. Menos de dos décadas antes los Estados Unidos habían arrebatado a México más del 50% de su territorio por medio de una cruenta invasión del ejército y las milicias fronterizas y por el forzado Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848.

Estas raíces históricas hacen que hoy día más del 95% de las tierras cultivables de los Estados Unidos estén en manos de propietarios blancos, mientras que los grupos racializados (latinos, afroestadounidenses, asiáticos, indígenas y otros), que hoy día ascienden a más del 40% y pronto serán más del 50% del total de la población del país, poseen menos del 5% del suelo y aguas útiles para la agricultura, avicultura, ganadería, pesca y las plantas de procesamiento y almacenamiento de productos comestibles.

Una consecuencia directa de esa historia de conquista y coloniaje es que la inmensa mano de obra agrícola y de toda clase de alimentos esté hecha por latinos (un 78%), con un 68% de ellos nacidos fuera de Estados Unidos y mayoritariamente de México, según la encuesta más reciente del Departamento de Trabajo (4). Muchos de estos trabajadores, hombres y mujeres, son explotados con salarios inferiores al mínimo y a menudo sin beneficios, incluyendo los servicios médicos, debido a que un alto porcentaje son indocumentados. Dado que la mayoría de estas comunidades viven en vecindarios donde los únicos supermercados que existen son los que ofrecen comida barata, ultraprocesada, y adictiva, no tienen otra posibilidad que consumirla, cambiando sus hábitos nutricionales más saludables con las consecuentes enfermedades crónicas y mortales.

Un verdadero apartheid alimenticio basado en el racismo y la destitución, del cual no se da mucha información, y que tiene una relación directa con el redlining (la segregación territorial sistemática y en todos los ámbitos a que son sometidos los grupos racializados). La consecuencia directa de esto es que los supermercados, tiendas y restaurantes que ofrecen comida más saludable y orgánica están ubicados en vecindarios ricos o de clase media y los precios de sus productos están generalmente fuera del alcance de las clases pobres y marginadas.

Tanto en la televisión como en la radio y demás medios de comunicación las comunidades racializadas son objeto de una constante propaganda para que consuman comida ultraprocesada. El Centro Nacional para la Información Biotecnológica (CNIB) observa que hay al menos tres patrones de este mercadeo de comida chatarra: Uno: negocios que se lucran con la venta de comida no saludable. Dos: estrategias de mercadeo de comida chatarra orientadas a ganar grupos racializados o étnicos. Tres: un enfoque racista en la manera como está segmentada la sociedad, incluido el tipo de comida que se ofrece a las comunidades discriminadas. Como apunta el CNIB, “este marketing de alimentos racializado contribuye a las disparidades en la salud y requiere soluciones que tengan en cuenta las fuerzas sociales del racismo estructural” (5).

            Hoy día existen organizaciones de cada una de estas comunidades marginales, como la Asociación Nacional de Agricultores y Rancheros Latinos, la Asociación Nacional de Agricultores Negros y la Asociación de Indígenas Estadounidenses, todas ellas luchando por sus derechos para producir comida más saludable y accesible a la población general del país y particularmente a sus propias comunidades, en un franco esfuerzo de decolonización alimenticia. En sus páginas de internet y medios sociales, se puede rastrear su lucha frente al poderío y control de los mercados nacionales dominados por los agricultores blancos, igual que toda la cadena productiva y de distribución de la industria de alimentos. Es una lucha que ahora está siendo más visible, como en el caso de los nativos estadounidenses que están creando un movimiento para decolonizar y volver a sus alimentos ancestrales, como está narrado en el documental Gather.   

La historia surrealista del barco de Nestlé vendiendo comida chatarra a los nativos del Amazonas es solo una más de las muchas que pueblan la criminal intervención del capitalismo depredador de Estados Unidos y Europa, a la que se suman también en las últimas décadas otras regiones del planeta. Esta monstruosa maquinaria alimenticia, que maneja una de las industrias más milmillonarias y con enorme poder e influencia en los gobiernos, hace casi imposible proponer verdaderos cambios en una de las industrias más contaminantes y una de las más nocivas para la salud humana y de los animales de consumo y domésticos. Como sociedad estamos cada vez más lejos de la máxima de Hipócrates: “Que la comida sea tu alimento y el alimento, tu medicina”. Por el contrario, podríamos hacer una exégesis moderna de la queja del salmista y advertir que en nuestra comida han echado veneno y en nuestra sed nos dieron vinagre. Un veneno que afecta de manera desproporcionada a las comunidades con menos recursos, obligadas a vivir en un apartheid alimentario.

Fuentes citadas:

1) “Ultra-processed food exposure and adverse health outcomes: umbrella review of epidemiological meta-analyses”. The British Medical Journal, BMJ, February 28, 2024.

2) “Los alimentos básicos ultraprocesados ​​dominan los principales supermercados estadounidenses”. Por Jaime Giménez Sánchez, Yolanda Fleta Sánchez, Andrea de la Garza Puentes, et al. medRXiv, BMJ Yale, 16 febrero, 2024.

3) Work Under Way. Learn About the Process. Dietary Guidelines for Americans, 2025-2030 Development Process. HHS Office of Disease Prevention and Health Promotion (ODPHP), and the USDA Center for Nutrition Policy and Promotion (CNPP), May 2024.

4) National Agricultural Workers Survey 2019-2020. Selected Statistics. Farmworker Justice, Washington, DC, 2022.

5) “The Racialized Marketing of Unhealthy Foods and Beverages. Perspectives and Potential Remedies”, por Anne Barnhill, A. Susana Ramírez, Marice Ashe, et al. Cambridge University Press, 4 March 2022.

(Publicado en HispanicLA, 22 de mayo, 2024)

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

Grafiteando los rascacielos fallidos: un grito contra la crisis de vivienda

Fachada frontal del Oceanwide Plaza, en el centro de Los Ángeles. Foto del autor

El poeta no cumple su palabra

Si no cambia los nombres de las cosas.

—Nicanor Parra

29 de marzo, 2024. Una mañana de principios de febrero pasado, los madrugadores del vecindario de South Park, en pleno centro de Los Ángeles, fueron sorprendidos por la masiva pintada de grafiti que inundaba las paredes y ventanas de las tres enormes torres incompletas y abandonadas del Oceanwide Plaza. En los días siguientes vieron nuevos grafitis en los edificios, mientras los medios masivos y medios sociales describían el repentino bombardeo de imágenes y letras coloridas en noticias y comentarios que iban desde la criminalización hasta la defensa del grafiti como una forma de arte. Independientemente de la postura de las voces divergentes, lo cierto es que este bombardeo grafitero ha permitido retomar el debate sobre la presencia cada vez más visible del grafiti en los espacios públicos, y a la vez poner la mirada tanto de las autoridades como de la población angelina sobre esta monstruosa ruina que es actualmente el Oceanwide Plaza, un megaproyecto que quedó paralizado desde 2019 por falta de fondos.

La enorme mole está justo al frente de la Crypto.com Arena, la casa del equipo de baloncesto Los Lakers y al lado del Convention Center, dos sitios icónicos en una de las áreas más concurridas de la ciudad. Los grafitis fueron pintados en lo que se conoce en su jerga como un bombing: la creación del mayor número de piezas individuales y continuas de grafiti en el menor tiempo posible en un mismo espacio. Numerosos muros de cemento y ventanas de vidrio de 27 pisos de cada edificio fueron cubiertas de “tags” (etiquetas o firmas), “throw-ups” (vómitos o expulsiones) y “bubble letters” (letras con forma de burbuja).

Una toma semejante, aunque de menor escala, había sido hecha por un equipo de grafiteros el pasado diciembre en los 20 pisos del Hospital Vitas Healthcare, un edificio abandonado desde hace más de 30 años en Miami Beach, Florida. La gigantesca grafiteada se ejecutó durante la Exposición de Arte Basel que se celebra en esa ciudad todos los años. Es probable que el bombing de las torres del Oceanwide Plaza de Los Ángeles pocas semanas después haya sido realizada, al menos en parte, por algunos de los mismos artistas que participaron en el bombing del edificio de Miami Beach. Lo que sí es cierto es que la dimensión de esta última intervención ha sido una de las más espectaculares y mediáticas en la historia del grafiti, añadido el riesgo de escalar esta tortuosa estructura de fierros retorcidos y escombros, y los arrestos que hizo la policía de una veintena de grafiteros dentro del edificio.

La construcción es propiedad de la compañía china Oceanwide Holdings y pretendía ser una elegante construcción de tres edificios, dos de ellos de 40 pisos con 340 condominios de lujo y el otro de 49 pisos con 183 habitaciones para el Hotel Park Hyatt y 164 residencias también del Park Hyatt. El complejo, de un costo de más de un billón de dólares, incluiría salas de eventos, restaurantes, tiendas y espacios verdes para la recreación. En total, los tres edificios tendrían 504 condominios. La construcción empezó en 2015, pero se detuvo en 2019 por falta de fondos y el ahondamiento de las disputas de comercio e inversión entre Estados Unidos y China. La compañía constructora Lendlease de Los Ángeles, comisionada por Oceanwide Holdings (OH) para administrar el proyecto, dijo después de la grafiteada que los propietarios les adeudan cerca de 200 millones de dólares desde 2019 y han radicado una demanda ante un tribunal federal para exigir a OH que se declare en bancarrota involuntaria. El plan de Lendlease es forzar la venta del Oceanwide Plaza, cobrar las deudas y quizá continuar el proyecto con nuevos propietarios.

Pocos días después del bombing en Oceanwide, el Concejo Municipal de Los Ángeles votó a favor de destinar $3,8 millones de dólares, de los cuales 1,1 millones serán dedicados para poner vallas alrededor del edificio y bloquear el acceso a las primeras plantas, y los restantes 2,7 millones se dedicarán a borrar el grafiti, mejorar el sistema de protección contra incendios y otras medidas de seguridad. El Concejo indicó que la ciudad le cobrará eventualmente a Oceanwide Holdings for estos gastos. Sin embargo, no hay ninguna seguridad de que este dinero, que proviene de los impuestos de la población, se pueda recuperar.

Marty Goldberg and Debra Shrout, miembros de la Asociación de Vecinos de South Park, donde se localiza el proyecto, cuestionaron que el Concejo Municipal de Los Ángeles haya reaccionado tan rápido para hacer un gasto millonario de limpieza de este grafiti cuando hay tantas comunidades de la ciudad con urgencias más grandes donde se podrían usar mejor esos fondos. “Reúnan a los funcionarios electos de Los Ángeles y hagan una fracción de las cosas que prometieron que harían: el grafiti es el menor de sus problemas”, argumentan Goldberg y Shrout. Y añaden, “Las fuertes voces y opiniones con respecto al proyecto Oceanwide y el grafiti expusieron sentimientos aún más fuertes que estaban hirviendo debajo de la superficie y que ahora expuestos no disminuirán en el corto plazo” (1).

Otra de las voces que se han expresado es la de Evan Pricco, editor de la revista de arte y cultura Juxtapoz. “Lo que podemos ver”, dice Pricco, “es que debido a que otro monstruoso rascacielos residencial universalmente no deseado se está apoderando de nuestras ciudades, los artistas están tomando el espacio y haciéndolo suyo. Los artistas en general… han encontrado una nueva salida y energía colectiva para recordarle a la ciudad y a sus líderes que estas torres residenciales vacías, impulsadas por corporaciones que construyen sin preocuparse por la ciudad o sus residentes, van a comenzar a convertirse en el lienzo de estas importantes intervenciones… los artistas del grafiti están recuperando las calles y la voz de la ciudad” (2).

Por su parte el People’s City Council (Concejo Municipal del Pueblo), un movimiento social de base de Los Ángeles con más de 60 mil seguidores, critica en su cuenta de Instagram que las autoridades consideren un delito hacer grafiti sobre “un edificio desocupado de 40 pisos, y sin embargo no consideren un delito dejar un edificio de lujo de 40 pisos sin terminar mientras más de 50 mil personas viven en las calles… Nadie sale perjudicado por los grafitis. Mientras tanto, cinco personas sin hogar mueren cada día en las calles de Los Ángeles junto a edificios vacíos”.

Las autoridades políticas y administrativas de Los Ángeles han estado tratando de solventar la crisis de vivienda que padece la ciudad desde hace años. Los resultados han sido ineficaces y desastrosos hasta ahora. El caso reciente más sonado fue el escándalo que estalló a fines del año pasado debido al mal manejo de 140 millones de dólares de fondos públicos de la ciudad, el condado, el estado y el gobierno federal, otorgados a HOPICS, una organización local sin ánimo de lucro, para reubicar y pagar el alquiler de personas sin hogar en diferentes edificios y dúplex de la ciudad durante la pandemia del Covid-19. CalMatters, una organización dedicada a investigar cómo las decisiones del gobierno del estado impactan a las personas que viven en California, informó en enero de este año que HOPICS no pagó el alquiler de cientos de personas sin techo que habían sido albergadas bajo esta organización y terminaron desalojadas por los propietarios de esos edificios. HOPICS indicó que el problema ocurrió porque los intermediarios que usaron para conseguir los alojamientos no pagaron los alquileres. Hasta el momento es un drama de ineficacia, improvisación y posible malversación de fondos, que solo ahonda la crisis de vivienda que padece la ciudad (3).

En ese contexto, Colette Gaiter, una investigadora de las relaciones entre grafiti y activismo indica, “Veo estas obras como hitos importantes, y no solo porque las etiquetas de los artistas del grafiti quizás sean más prominentes que nunca, en lo alto de los edificios y visibles desde cuadras de distancia. Nos hablan también de cómo el dinero y la política pueden hacer que las personas se sientan impotentes, y cómo el arte puede reclamar parte de ese poder”. Gaiter comenta que durante sus investigaciones conversó con una artista de grafiti de Nueva York quien le explicó “que su escritura no tenía mensajes políticos explícitos, [pero añadió que] el acto de escribir grafiti siempre es político”.

Gaiter menciona que a lo largo de su estudio llegó “a entender que escribir grafiti en los muros, billboards y los vagones de los trenes es una manera de comunicar ideas disruptivas de la propiedad privada en lugares públicos y abiertos.  Involucraba a tres grupos diferentes de jugadores. Estaban los grafiteros, que representaban a personas que desafiaban el status quo. Estaban los propietarios públicos y privados de los espacios. Y estaba el gobierno municipal, que limpiaba periódicamente los grafitis de las superficies exteriores y trataba de arrestar a los grafiteros. En las ciudades de Estados Unidos, entonces y ahora, es fácil ver qué intereses son la prioridad, qué errores los gobiernos están dispuestos a pasar por alto y a qué personas vigilan y penalizan agresivamente” (4).

Está claro que el grafiti es una de las expresiones artísticas más controversiales, no solo por su contenido estético y sus funciones como medio de protesta social, sino también porque nos fuerza a repensar la pertenencia y manejo del orden social de los espacios públicos y privados. El grafiti es tan antiguo como el arte rupestre o el dedo de Dios escribiendo un mensaje de juicio político en una pared del palacio del rey de Babilonia. O en las pintadas halladas bajo los escombros de Pompeya o en los edificios del antiguo Egipto. En nuestros días, ha estado cada vez más presente al menos desde la década de los 60 cuando el grafiti fue usado de manera directa o indirecta en consignas políticas.

El grafiti, en el que participan artistas hombres y mujeres de todos los transfondos étnicos, culturales y lingüísticos, es seguramente también la forma de arte más polarizada. En la mayoría de los Estados Unidos es penalizado con cárcel, multas, restitución y la suspensión de la licencia de conducir, entre otros posibles castigos. En otros lugares se ha regularizado su uso y se han creado espacios llamados “muros de grafiti” o “muros legales”, donde se anima a estos artistas a realizar sus obras. A la vez, y como un modo de descriminalizarlo, ya en los Estados Unidos existen dos museos dedicados enteramente a este tipo de arte. El primero de ellos, el Museum of Graffiti, inaugurado por un grupo de artistas de Miami en diciembre de 2019. Menos de un año después, en plena pandemia, 20 artistas de Washington D.C. abrieron las puertas del 14th Street Graffiti Museum. Ambos museos enfocan en la celebración de esta expresión artística y en generar ingresos al comercializar piezas transportables.

El historiador y curador de grafiti, Roger Gastman, dice, “Hemos visto, a través de la pandemia, a través de estos enormes proyectos de torres en Miami y Los Ángeles, cómo cada década tiene sus figuras y estilos clave. El grafiti sigue siendo muy vital. Y vital no sólo como forma de arte, sino como voz de la ciudad. Social, política y artísticamente” (5). Los grafiteros son la voz de los que han sido silenciados y excluídos por la voz del grupo dominante.

Antes que nada, por encima de los métodos para llamar la atención, la grafiteada del incompleto Oceanwide Plaza es un símbolo de un problema al que los Estados Unidos, y de un modo particular California, no ha podido encontrar solución: la escasez y el alto costo de la vivienda. La falta de soluciones gubernamentales fuerza a centenares de miles de personas a vivir en la calle, con pocas esperanzas de salir de esta crisis, mientras el gobierno local de una ciudad cosmopolita como Los Ángeles se siente impotente para manejar el fiasco de una empresa extranjera al tratar de construir un complejo arquitectónico con más de 500 condominios de lujo que se pudren sin uso alguno. Como lo proponía el poeta chileno Nicanor Parra, la función de la poesía es alterar el nombre de las cosas y de esa manera darles una nueva significación. Cuando se trata de la crisis de una sociedad, el grafiti es un poema. Un grito en las paredes y las ventanas de obras suntuosas fracasadas que llama a revertir el orden de una sociedad deshumanizada, metalizada y sin alma.

Fuentes citadas:

1) “Oceanwide Graffiti: The Voices Are Deafening”, por Marty Goldberg and Debra Shrout. South Park Neighborhood Assoc., 22 febrero, 2024.

2) “Los Angeles Skyscraper Development Covered in Graffiti and Changes the Landscape”, por Evan Pricco. Juxtapoz, 5 de febrero, 2024.

3) “Una organización de Los Ángeles ayudó a albergar a cientos de personas sin hogar pero muchos fueron desplazados. ¿Qué salió mal?”, por Byrhonda Lyons y Jeanne Kuang. CalMatters, 19 enero, 2024.

4) “For graffiti artists, an abandoned skyscraper in Miami becomes a canvas for regular people to be seen and heard”, por Colette Gaiter. The Conversation, 28 de febrero, 2024.

5) “Interview with Beyond the Streets Founder Roger Gastman”, por Lee Sharrock. FAD Magazine, 13 de marzo, 2024.

 

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

El poderío económico latino, a pesar de todo

La Plaza Village y Plaza de la Cultura y Artes, en el lugar donde la ciudad de Los Ángeles, California, fue fundada en 1781 por catorce familias de Sonora compuestas de indígenas, mestizos, afros y españoles.

 

5 de marzo, 2024. Si una cosa se puede decir con toda certeza es que la historia de los latinos en los Estados Unidos es una de tenacidad, de lucha, de ganas sobrehumanas, o quizás muy humanas, de vencer toda adversidad, de sobreponerse a todos los obstáculos de una vida dura donde nada se les ha dado de gratis. Es una historia de valentía, de heroísmo, que a través de un enorme esfuerzo personal, familiar y a menudo colectivo, han sabido sobreponerse una y otra vez a la discriminación, el racismo, la falta de oportunidades y el continuo esfuerzo de invisibilización a que han sido sometidos por el grupo hasta ahora dominante.

Es una historia de más de 500 años como hablantes del idioma español, la lengua colonial europea más antigua en lo que es actualmente el territorio de los Estados Unidos, y por cierto, del continente americano. Y aunque su presencia y contribución históricas hayan querido suprimirse y pordebajearse una y otra vez, EE. UU. no podría explicarse, y su historia quedaría mutilada por entero, si no se incluye lo que los latinos han representado desde siempre, hasta llegar a ser hoy una de las comunidades gestoras de las mayores fuentes de riqueza de este país.

Mirada solamente desde el punto de vista económico, la actividad productiva de los latinos es actualmente la de mayor incremento a nivel nacional. Esta realidad factual es de la que han venido dando cuenta al menos desde 2017 grupos de investigación de varias universidades. Según el Informe de 2023 presentado por un consorcio entre la Universidad de California de Los Ángeles, UCLA, y la Universidad Luterana de California, que recoge estadísticas de 2021, las más recientes disponibles de los programas de datos de agencias del gobierno, el Producto Interno Bruto (PIB) total de los latinos que viven en Estados Unidos fue de $3.2 billones (trillones en inglés), lo cual representó un aumento significativo en relación con los $2.8 billones de 2020, $2.1 billones de 2015 y $1.7 billones en 2010 (1).

El PIB es una medición que abarca el valor de todo lo producido por todos los individuos, empresas y organizaciones gubernamentales dentro del país, o como en el caso de estas estadísticas, de una población específica. Y junto a estas cifras hay que destacar que el aumento del PIB latino de 2021 ocurrió justo en medio de la pandemia del Covid-19, cuando los latinos fueron una de las comunidades más afectadas y con más alta mortalidad, en parte por la dificultad en el acceso a las vacunas, desatención primaria, falta de tratamiento oportuno, y en otros casos por trabajar en puestos de primera línea en hospitales y centros de salud donde estaban expuestos al contagio.

A su turno, el grupo investigativo liderado por la Universidad Estatal de Arizona y The Latino Donor Collaborative, una organización sin ánimo de lucro, indicó en un estudio similar al mencionado anteriormente: “el Poder Adquisitivo Latino (PAL) es impresionante con $2.4 billones (trillones en inglés)”; y añade: “Si los latinos en EE. UU. fueran un país, serían la quinta economía más grande del mundo, solo detrás de EE. UU., China, Alemania y Japón. Los latinos en EE. UU. no son un mercado de nicho, ni pequeño, ni como a veces se describen como un mercado del futuro. Ya es la tercera economía de más rápido crecimiento en el planeta, y pronto podría rivalizar con las tasas de crecimiento de China” (2).

La Oficina federal Advocacy, de la Administración de Pequeños Negocios de los EE. UU., indicó en septiembre del año pasado que los hispanos poseen más de 4,5 millones de empresas pequeñas que dan trabajo a más de 2,9 millones de personas a nivel nacional (3), siendo los estados del suroeste, junto a Florida, Illinois y Nueva York donde se concentra el mayor número de estas empresas de enorme diversidad de producción y servicios. Resulta interesante notar que todos los estados del suroeste, donde vive el mayor número de latinos del país, eran estados mexicanos hasta 1848 cuando fueron tomados por la fuerza por EE. UU., obligando a México a la rendición de ese enorme territorio por la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo. El hecho de que la población y el desarrollo económico latino sean más grandes en estos estados demuestra la enorme resistencia histórica latina, sobre todo mexicana, en dicha región.

Una consecuencia predecible de esta monumental iniciativa empresarial es la creciente movilidad económica y social de las comunidades latinas tanto urbanas como suburbanas. Tim Anderson, periodista del periódico Stateline y experto en demografía, destaca que en la década 2012-2022 “el porcentaje de hogares hispanos en el país que calificaban como de clase media creció aproximadamente del 42% al 48%, mientras que la proporción de hogares blancos de clase media se mantuvo aproximadamente igual en 51%. La proporción de hogares negros de clase media creció más lentamente, del 41% al 44%”, entendiendo por clase media “una familia de tres personas que gane en promedio $46,000 en Nuevo México, o $53,000 para una familia del mismo tamaño en Florida, o $72,000 en Massachusetts y Nueva Jersey”. El estudio se basó en los 15 estados con al menos 10% de población hispana (4).

Sin embargo, como indica Anderson, aunque las familias latinas bien establecidas muestran estabilidad financiera, también son las que experimentan mayor vulnerabilidad a la hora de mantener condiciones de vida estable y están más expuestas a situaciones constantes de inequidad y de retroceso social y económico. Por otra parte, pese a los millones de pequeños negocios de propiedad de los latinos, no quiere decir que sus dueños generen grandes ganancias, ni que contraten necesariamente a personas latinas. Aunque la cantidad de latinos, hombres y mujeres que trabajan en esas empresas sea un porcentaje importante, es todavía pequeño comparado con los más de 63 millones de latinos que viven en el país. Lo que sí significan estos datos es que los latinos son los actores y responsables directos en la generación de esta riqueza distribuida en las empresas e individuos (muchos de ellos no latinos) para quienes trabajan o cuyos productos consumen.

Este músculo productivo y de consumo latino en los Estados Unidos está lejos todavía de traducirse en una mayor participación, relevancia y presencia latina, y ni siquiera en términos de igualdad laboral. Como lo destaca un estudio reciente de McKinsey & Company, una empresa independiente de consultoría de negocios globales, “los latinos estadounidenses ganan solo 73 centavos por cada dólar que ganan los estadounidenses blancos y se enfrentan a la discriminación a la hora de conseguir financiamiento para crear y ampliar empresas. Los latinos tienen dificultades para acceder a los alimentos, a la vivienda y a otros elementos esenciales. Y su nivel de riqueza familiar —que afecta directamente a su capacidad para acumular y transmitir la riqueza de generación en generación— es solo una quinta parte del de los estadounidenses blancos no latinos” (5).

Comentando sobre el Informe del PIB latino en 2021, Ana Nieto, del canal alemán DW en Nueva York, enumera las distintas sombras que arrojan estas estadísticas, incluyendo que cerca de 10 millones de latinos viven en pobreza, que las mujeres ganan salarios más bajos que el de los hombres en las mismas actividades y profesiones, y que las dificultades para obtener créditos con bajos intereses limitan la iniciativa empresarial de la comunidad latina (6). Estas desigualdades son sentidas de manera preponderante entre la juventud latina que tiene que enfrentarse diariamente a la discriminación sistémica tanto en el acceso a la educación superior como en el mundo laboral.

En su libro Citizens but Not Americans: Race and Belonging among Latino Millennials (Ciudadanos, pero no estadounidenses: Raza y pertenencia entre los latinos mileniales), Nilda Flores-González presenta una serie de entrevistas en la que jóvenes latinos expresan cómo se sienten excluidos y limitados en sus aspiraciones, tanto por su apariencia física como por los prejuicios contra la cultura a que pertenecen. “Sentir que son ciudadanos, pero no estadounidenses, es el tema subyacente que encontré en mi investigación sobre los mileniales latinos de segunda y tercera generación”, dice la autora. Pero si los latinos nacidos en los EE. UU., que hablan inglés y han vivido siempre en esta sociedad, experimentan discriminación, es aún más traumático para los millones de latinos indocumentados que ya están establecidos en el país y también para los recién llegados, que no experimentan la misma bienvenida que reciben migrantes de países europeos, como pueden verlo con los ucranios que entran por la frontera con México.

Pese a todas estas desventajas, la población latina, acostumbrada a la resistencia y la lucha, encuentra los medios para proseguir en su búsqueda de estabilidad financiera personal y familiar. Este año 2024 más de 9 millones de latinos residentes serán candidatos a la ciudadanía. A través de ella tendrán no solo la posibilidad de mejores trabajos y movilidad social, sino la oportunidad de votar por candidatos que les favorezcan, o involucrarse directamente en la política para actuar a favor de la comunidad latina. Un promedio de 36.2 millones de latinos podrán votar este año, un aumento de casi 4 millones en relación con el año 2020.

En este año de elecciones presidenciales, donde nuevamente la campaña anti-inmigrante y anti-latina vuelve a ponerse tendenciosamente en el centro del debate, y a encender la llama del racismo y la estigmatización contra los latinos, la visibilización del poderío económico latino es una manera de ayudar a desmantelar la propaganda racista y oportunista. Para los latinos es una simple cuestión de justicia social y un golpe de realismo incontestable sobre el bienestar que producen a este país, a pesar de todo.

Fuentes citadas:

1) 2023 Latino GDP Report. Hard-working. Self-sufficient. Optimistic. Center for the Study of Latino Health and Culture of UCLA, and Center for Economic Research & Forecasting of California Lutheran University.

2) The 2023 Official LDC U.S. Latino GDP Report. 6th Annual Edition. The Role of the U.S. Latino Community in the U.S. Economy. By Dennis Hoffman, Ph.D. and José A. Jurado, Ph.D. Arizona State University.

3) “Datos sobre las pequeñas empresas: Estadísticas de propiedad hispana”. SBA. Office of Advocacy, 26 de septiembre de 2023.

4) “More Hispanic families are reaching the middle class”, por Tim Henderson, Stateline, enero 2, 2024.

5) “La situación económica de los latinos en Estados Unidos: El sueño americano aplazado”, por Lucy Pérez, Bernardo Sichel, et al. McKinsey Insights, 9 de diciembre de 2021.

6) “Latinos de EE. UU. serían la quinta economía mundial si fueran un país”. DW Español, 30 de septiembre, 2023.

(Publicado en HispanicLA. 5 de marzo, 2024)

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

Los asesinos de la luna y del agua

Parte de un grupo de miembros de la Nación Osage, Oklahoma en 1924 junto a colonos blancos que se establecieron en sus tierras ricas en petróleo. Foto de Archie Mason, en los archivos de David Grann.

Más te vale que nunca veas ángeles en la rezer.

Si algún día los ves, será porque te llevan en marcha forzada

hasta Sión u Oklahoma, o hacia algún otro infierno

que habrán diseñado para nosotros.

—Fragmento de un poema de Natalia Díaz, poeta mojave de Needles, California

4 de febrero, 2024. De vez en cuando, muy de vez en cuando, Hollywood se atreve a remecer las aguas oscuras del pasado de los Estados Unidos, todavía muy presentes y tenebrosas en nuestros días. Una de esas ocasiones es con la película Killers of the Flower Moon (doblada al español como Los asesinos de la luna), una de las películas más destacadas de 2023, que aborda sin miramientos uno de los tantos momentos de horror sufridos por los nativos del país. Con un realismo implacable, el largometraje de casi tres horas y media, dirigido por Martin Scorsese, se sumerge en el abismo de lo que se conoce como el Reinado del Terror: las decenas, quizá cientos, de homicidios cometidos en la década de 1920 por hombres blancos contra nativos de la Nación Osage en Oklahoma, para apoderarse de los títulos de propiedad de la minería en sus tierras comunales ricas en petróleo. El filme, que cuenta con los roles protagónicos de Leonardo DiCaprio, Robert de Niro y la actriz Lily Gladstone, miembro de la Tribu Blackfeet de Montana, es una adaptación de buena parte del libro del periodista David Grann, Killers of the Flower Moon: The Osage Murders and the Birth of the FBI, publicado en 2017.

Desde sus primeras presentaciones el año pasado y hasta hoy, la película ha recorido los principales circuitos de nominaciones y premiaciones del cine nacional. Lily Gladstone se convirtió en la primera indígena en ganar el Golden Globe como mejor actriz, y en la segunda indígena en ser nominada en esta misma categoría. El filme ha recibido diez nominaciones a los Óscar, incluyendo mejor película, mejor dirección, mejor actriz, mejor actor secundario, mejor cinematografía y mejor editaje; además del reconocimiento profesional, estas premiaciones son un medio de promoción para que el gran público acuda en masa a ver estas producciones.

Las reseñas a la película en la gran prensa han sido elogiosas y complacientes. Pero, teniendo en cuenta que esta es una historia verdadera sobre una población indígena que, como muchas otras de los Estados Unidos y del resto del continente siguen existiendo en los márgenes con enorme capacidad de resistencia, resulta de importancia conocer las reacciones de los propios miembros de la Nación Osage el día de hoy sobre el filme de Scorsese. La respuesta ha sido variada. Algunos la han visto con horror y espanto al tener frente a frente el asalto a su propio pueblo retratado en el cine. Otros, con un sentimiento parcial de alivio al poder confrontar sus fantasmas con las imágenes de la tragedia de sus parientes de solo dos o tres generaciones atrás. Otros, en cambio, han asumido una actitud crítica al formato y contenido de la película misma, en la que ven repetidos los mismos esquemas de representación de los nativos que han predominado desde los orígenes del cine estadounidense.  

A pesar de los evidentes y publicitados esfuerzos que tanto el director, como los actores blancos, y el personal de producción se tomaron para tratar de relatar la historia del modo más objetivo posible, resulta claro que la película sigue una vez más el paradigma de Hollywood: una historia de hombres blancos contada desde la perspectiva del hombre blanco. Que el retrato sea uno de la maldad, ambición y crimen del hombre blanco, no es importante. Lo que importa es que mantienen el control de la narración, mientras los nativos sirven como trasfondo, las víctimas sobre la que ejecutan su acción destructiva. La presencia de los nativos en la película, que en este caso representan a los osage que habían adquirido una enorme riqueza con los contratos para permitir la explotación petrolera, queda reducida a una población casi sin voz, avasallada por el ingenio perverso del hombre blanco.

Por otra parte, la película parece indicar que lo ocurrido durante el Reinado del Terror fue un evento de excepción en la historia, toda vez que deja por fuera la responsabilidad que tuvo, y sigue teniendo el gobierno de los Estados Unidos, en posibilitar estas agresiones sangrientas. Hasta la década de 1920, nada menos que trescientos años de despojo, esclavitud, masacres y desplazamientos continuos de las poblaciones indígenas. Elizabeth Rule, miembro de la Nación Chicksaw y profesora de la American University, dice que “la película podría haber incluido un contexto más amplio sobre cómo los asesinatos [de los osage] no fueron eventos aislados sino parte de una historia más amplia de colonización. La violencia contra los pueblos indígenas se desarrolló de manera sistemática en otras comunidades en diferentes partes del país” (1).

El crítico de cine Joel Robinson, un nativo osage, indaga de manera personal la película de Scorsese, y aunque hace una reseña positiva sobre todo del papel de Lily Gladstone como Mollie Burkhart, concluye expresando que espera que sean directores de cine indígenas quienes cuenten y filmen sus propias historias. En particular, le gustaría ver que un director de cine osage tuviera la oportunidad de dirigir una adaptación de la novela A Pipe For February, del escritor osage Charles H. RedCorn, en la que relata la historia del Reinado del Terror desde la perspectiva de un osage que la vivió. “Pienso”, dice RedCorn, “que serviría como una historia complementaria a la crónica un tanto más periodística de David Grann” (2). En la actualidad hay un promedio de 21 mil osage, la mitad de los cuales vive en Oklahoma y el resto en distintas parte del país. La explotación de petróleo continúa en sus tierras, pero ya no es ni sombra de lo que fue en los tiempos del boom petrolero de las primeras décadas del siglo pasado, debido en parte a las regulaciones federales y estatales. Hoy muchos de los osage están en el negocio de los casinos.

En una época como la nuestra en que las poblaciones indígenas originales están siendo más visibilizadas en el debate nacional, películas como Los asesinos de la luna ponen sobre el tapete la urgencia de que más historias como estas sean contadas y conocidas, no solo por razones estéticas o de curiosidad, sino ante todo por la necesidad de justicia y reparación histórica a quienes habitaban las tierras que hoy ocupamos. Esas historias están marcadas por una extraordinaria capacidad de resistencia y creatividad frente al trauma histórico de la colonización, genocidio, limpieza étnica y marginación. Y también por algunos de los problemas más acuciantes que padecen en nuestros días como es, en primerísimo lugar, la desaparición, trata y violencia contra las mujeres indígenas.

Según la Oficina de Asuntos Indigenistas del Departamento del Interior de EE. UU., “las tasas de asesinatos, violaciones y delitos violentos contra los nativos estadounidenses y de Alaska son más altas que los promedios nacionales” (3). Las investigaciones sobre esta crisis permanente apuntan a que “hay una mayor prevalencia de violencia interracial contra las mujeres (y hombres) indígenas que de violencia intraracial, es decir, los actos violentos son cometidos en su mayoría por agresores no indígenas”(4).

Sumado a este drama, uno de los conflictos más mediáticos de los últimos años en relación con los nativos de Estados Unidos ha sido la disputa de la Tribu Sioux de Standing Rock en Dakota del Norte y Dakota del Sur contra el proyecto del oleoducto Dakota Access Pipeline (DAPL) que atraviesa tierras sagradas para esta población nativa. Desde que se empezó la construcción en 2016 del DAPL este proyecto petrolero ha enfrentado algunas de las protestas más sonadas de los nativos y las organizaciones ambientalistas. Los miembros de la tribu han denunciado el daño que puede producir el oleoducto si hay posibles derrames de petróleo en el Río Misuri, que es una fuente vital para la tribu y otras poblaciones.

Los Sioux se han declarado Protectores del Agua y de la Tierra contra aquellos que como en el Reinado del Terror en Oklahoma quieren ahora también sabotear sus derechos territoriales. En diciembre 2016 el presidente Obama suspendió de manera temporal la construcción del oleoducto, pero la llegada de Trump a la presidencia, pocas semanas después, reactivó los permisos de construcción. Nuevamente, en 2022, un tribunal estadounidense ordenó al gobierno federal que llevara a cabo una declaración de impacto ambiental más intensiva de la ruta del oleoducto de crudo que atraviesa una extensión de 1,100 millas (1,800 kms) de largo, administrado por la empresa privada Energy Transfer. Se espera que para finales de este año 2024 se emita una resolución final. Mientras tanto, el oleoducto sigue funcionando y la lucha de los sioux y de las organizaciones ambientalistas sigue también en marcha.

No hay duda que Hollywood presta un servicio a la causa de las poblaciones indígenas del país, y globalmente, al producir una película relevante como Los asesinos de la luna y otras en este nuevo siglo como Bury My Heart at Wounded Knee (2007) y Rhymes for Young Ghouls (2013), estas dos últimas con mucha más agencia y vocería indígena en la trama y la representación en los roles protagónicos. Debe ser claro a estas alturas que el cine supremacista blanco de las epopeyas de la conquista del Salvaje Oeste están mandadas a recoger hace tiempo. Y aún de películas como Los asesinos de la luna, que aunque estupendas en su factura e intención, perpetúan el paradigma de ser contadas desde la perspectiva del agresor. Cualquier avance posible en la justicia étnica y racial pasa por otorgar el protagonismo en todos los niveles de la producción artística (libreto, dirección y actuación) a aquellos que han enfrentado la explotación y el saqueo histórico y que tienen ahí su lugar de enunciación. Que sea ahora su turno, al fin, de contar su propia historia.

Fuentes citadas:

1) “In Indigenous Communities, a Divided Reaction to ‘Killers of the Flower Moon’”, por Christopher Kuo. The New York Times, Dec. 12. 2023.

2) Killers of the Flower Moon, reseña por Joel Robisnon. LetterBoxd, 18 de octubre, 2023.

3) “Missing and Murdered Indigenous People Crisis”. U.S. Department of the Interior, Indian Affairs. Consultada el 28 febrero, 2024.

4) “Las luchas por las mujeres indígenas asesinadas y desaparecidas en Estados Unidos”, por Claire Charlo. Capire. 5 de mayo, 2023.

(Publicado en HispanicLA, 4 de febrero de 2024)

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

Los renglones torcidos de la Inteligencia Artificial

“No existe un documento de la cultura que

no lo sea a la vez de la barbarie. Y como en sí mismo

no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso

de transmisión por el cual es traspasado de unos a otros”.

—Walter Benjamin, en La dialéctica en suspenso

 26 diciembre, 2023. En estos días se está cumpliendo poco más de un año del lanzamiento del ChatGPT de la OpenAI que dio una visibilidad masiva al mundo de la inteligencia artificial (IA) generativa  como no se había visto hasta ahora. Una multitud creciente de usuarios del nuevo chabot de Microsoft (y poco después, de chabots similares de otras compañías digitales como el Bard, de Google) comenzó a hacer uso del potencial que ofrecía este recurso de la tecnología informática de fácil acceso. Es cierto que herramientas parecidas han existido, aunque de manera muy limitada, desde la segunda mitad de los 60, empezando con el programa Eliza del Laboratorio de Inteligencia Artificial del MIT (las Siri, Alexa, Irene, Cortana, Aura, y otras, de nuestros días), que permitía mantener una suerte de precaria conversación entre las personas y las máquinas. Pero entre aquellos despuntes de laboratorio y los chabots actuales se ha recorrido ya una gran distancia, que va desde la extraordinaria acumulación de estructuras de datos y algoritmos y las múltiples posibilidades que ofrece, hasta la absoluta facilidad de usar esta tecnología, con un mínimo de conocimiento inicial y una computadora o un teléfono inteligente por parte de cualquier usuario. Lo que podríamos llamar alegremente, el mundo de la inteligencia virtual al alcance de todos.

Sin embargo, en medio de todo este entusiasmo, los observadores críticos de la IA no dejan de notar la falta de transparencia en el proceso de elaboración y funcionamiento del GPT-4, lanzado en marzo de este año, y que se considera hoy el modelo más avanzado y preferido de los tipos de lenguaje de la IA. Como destaca Will Knight, de la revista Wired, estas omisiones no ocurren por casualidad. “OpenAI y otras grandes empresas están muy interesadas en mantener en secreto el funcionamiento de sus algoritmos más preciados, en parte por miedo a que se haga un mal uso de la tecnología, pero también por la preocupación de darles ventaja a sus competidores” (1).

Este secretismo ha sido parte de una tradición de las grandes compañías informáticas. Pero a medida que avanza la utilización cada vez más abarcadora e invasiva de las tecnologías de IA (de las cuales los chatbots son apenas uno de sus muchos y diversificados productos), los expertos en ciencias digitales, y a menudo los mismos creadores o patrocinadores de estas tecnologías, como Sam Altman y Geoffrey Hinton, no dejan de mostrar su profunda inquietud, entre otras cosas, por el peligro potencial de que la IA se use para la desinformación a escala global, ataques cibernéticos ofensivos, pérdida de empleos y la posibilidad de que las máquinas se hagan autónomas y superen las capacidades cognitivas humanas. Es decir, todo un escenario catastrofista a lo 1984. Por cierto, nada improbable, como lo advierten sus propios gestores.

A la par con estas preocupaciones legítimas (aunque incompletas e insuficientes) sobre las amenazas potenciales de la IA, existen otras de carácter inmediato. No tanto por lo que pueda ocurrir en un futuro próximo o lejano, sino por lo que ya ha venido ocurriendo durante años de prácticas discriminatorias y racistas. Como apunta Paola Ricaurte, del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, México, “los sistemas de inteligencia artificial funcionan bien para un tipo de personas: blancas, heteronormadas, que hablan inglés, que tienen movilidad, que pueden entender cómo funcionan esos sistemas. Para las demás personas, estos sistemas representan un tipo de tecnología que no está diseñada para ellas ni por ellas” (2).

Los testimonios sobre los sesgos de la IA, tal como está concebida hasta hoy, son interminables. Aquí algunos de ellos: Joy Buolamwini, una afroestadounidense estudiante de posgrado del MIT, descubrió en 2018 que el programa de reconocimiento facial en que trabajaba no podía detectar su piel oscura. Probó entonces ponerse una máscara blanca. El sistema  reconoció de inmediato su presencia, aunque no pudo identificarla. El hallazgo de Buolamwini la llevó a explorar más profundamente esta falla del sistema a la que la científica denominó la “mirada codificada”.

Su pesquisa la impulsó a fundar Algorithmic Justice League, una organización a través de la cual busca crear conciencia y legislación sobre los prejuicios e ignorancia latentes de los encargados de diseñar programas digitales que favorecen de manera evidente al grupo dominante de la sociedad. Su historia está descrita en detalle en el revelador documental Code Bias, de Netflix (2020). Entre sus investigaciones, Buolamwini destaca cómo los textos e imágenes del programa de aprendizaje automático Stable Difussion mostraba que los trabajos mejor remunerados eran otorgados a hombres de piel clara, mientras las personas de piel oscura estaban bajo las categorías de delincuentes, criminales, terroristas, narcotraficantes o presidiarios, sin ninguna prueba de que tuvieran esos antecedentes.

Otra historia es la de la profesora de ciencias políticas y tecnología de la Universidad de Harvard, Latanya Sweeney. En una ocasión en que buscaba en internet un artículo que había escrito años atrás, halló que las primeras entradas de su búsqueda en Google decían: “Chequea arrestos de Latanya Sweeney” y “Latanya Sweeney, ¿arrestada?”. La profesora quedó sorprendida, primero porque nunca había sido arrestada, y segundo, por la manera criminalizante como el buscador de Google la representaba. Esto la llevó a pensar si el resultado se debía a que tenía un nombre que el buscador identificaba con el de personas negras. Sweeney realizó una investigación online por todos los estados del país y halló que, en efecto, muchos nombres de origen africano estaban clasificados en el internet como personas que podían haber estado en la cárcel o que tenían cuentas con la justicia, aunque al indagar la información de esas personas no había ningún récord criminal. Era claro que el buscador de Google llegaba a conclusiones racistas por la data con la que había sido programado.

Julio César Guanche, especialista del Sector de Ciencias Sociales y Humanas de la UNESCO, narra la historia de un hombre afroestadounidense arrestado en frente de su familia en 2021 en Michigan después de que un programa de IA lo fichara erróneamente como autor de un robo. Luego se comprobó que el sistema había sido programado mayormente con rostros blancos e identificó al hombre negro como un delincuente. Guanche menciona también que en ese mismo año, en Holanda, 26 mil familias “fueron acusadas de fraude. El dato en común entre ellas era poseer algún origen migrante. El hecho llevó a la ruina a miles de inocentes, que perdieron casas y trabajos, obligados a devolver dinero de la asistencia social. Se trataba de un error que generó una ‘injusticia sin precedentes’ en ese país. El gabinete renunció ante el escándalo. El diagnóstico del supuesto fraude lo elaboró una IA” (3).

Los algoritmos que definen el funcionamiento de la IA son como la lista de un conjunto de elementos que componen una fórmula, la secuencia para un procedimiento, una estrategia, una agenda, una rutina, las instrucciones con las que tradicionalmente se han programado las computadoras y otras máquinas “inteligentes”. Pero conforme se ha avanzado en el desarrollo de la tecnología virtual, la acumulación extraordinaria de información (la big data) ha otorgado a las máquinas la capacidad de crear clasificaciones en el ordenamiento de la data. Con frecuencia, sus respuestas o informes son incomprensibles o inesperados para los mismos programadores, pero no por eso los hace menos responsables de los resultados.

El drama laboral y personal de Margaret Mitchell, una de las creadoras del Departamento de Ética de IA de Google, es una advertencia sobre cómo opera el mundo interno de las grandes compañías de IA. Mitchell fue despedida supuestamente por haber violado el código de conducta y de seguridad, entre otras cosas, al filtrar documentos confidenciales de la compañía. En una entrevista al diario El País, de España, la experta en ética y tecnología, indicó que las prácticas discriminatorias y los algoritmos están condicionados “desde el principio: si las decisiones no las toma un grupo inclusivo de personas diversas, no serás capaz de incorporar diversidad de pensamiento en el desarrollo de tu producto. Si no se invita a la mesa a personas marginadas, los datos y la manera en que se recopilarán reflejarán la perspectiva de los que tienen poder. En las compañías tecnológicas, tienden a ser, de forma muy desproporcionada, hombres blancos y asiáticos. Y ellos no se dan cuenta de que los datos que manejan no son completos, porque [solo] reflejan su visión”.

Mitchell señala que, en consecuencia, las tecnologías resultantes “no funcionarán para personas marginadas, o hasta les harán daño. Por ejemplo, coches autónomos que no detectan a los niños, porque los datos que controlan no tienen en cuenta sus comportamientos más caóticos o erráticos. Esto ya ocurría con las airbags, que hacían más daño a las mujeres, porque habían sido diseñados sin tener en cuenta que hay personas con pechos. Hay que prestar atención a las características de personas marginadas, o que son tratadas como menores”. Mitchell denuncia también que los grupos más afectados por los sesgos de las IA son “las mujeres negras, personas no binarias, gente de la comunidad LGTBIQ+ y personas latinas. Esto lo ves también en quién trabaja en las compañías tecnológicas y quién no”. La investigadora confiesa su pesimismo sobre el futuro de la IA, dado que las personas más afectadas son las que no participan ni en la creación ni en la toma de decisiones de las compañías digitales (4).

Safiya Umoja Noble, especialista en estudios de internet y profesora de Estudios de Género y Estudios Africanoestadounidenses de la Universidad de California en Los Ángeles, puntualiza en su libro Algorithms of Oppression: “Aunque tendemos a pensar que términos como data y ‘algoritmos’ son benignos, neutrales u objetivos, ellos son cualquier cosa menos eso. La gente que hace las decisiones tiene todo tipo de valores, muchos de los cuales promueven abiertamente el racismo, el sexismo y falsas nociones de meritocracia, todo esto bien documentado en estudios de Silicon Valley y otros centros tecnológicos” (5).

Resulta también interesante, aunque no extraño en absoluto, que entre los diez países líderes actuales en la tecnología de IA (Estados Unidos, China, Reino Unido, Israel, Canadá, Francia, India, Japón, Alemania y Singapur, del primero al décimo), Estados Unidos ocupe no solo el primer lugar en la cantidad de empresas dedicadas a esta industria, sino que sobrepasa en mucho a los demás en el desarrollo y empleo de tecnologías digitales para la guerra. 

La portentosa industria militar estadounidense experimenta con tecnología digital avanzada al menos desde principios de los 90. En agosto de este año, la Fuerza Aérea solicitó cerca de seis mil millones de dólares para gestionar la compra de por lo menos mil aviones militares sin tripulación, que serán conducidos con inteligencia artificial. Así mismo, el ejército avanza en el desarrollo de drones que serán utilizados en las 750 bases militares que tienen los Estados Unidos en unos 80 países del mundo, todo ello pagado con los impuestos de la población.

En buena medida, los sesgos que caracterizan el diseño de las IA en los Estados Unidos se encuentran también en otros países, con mayor o menor énfasis en unos u otros aspectos. De allí que en marzo de este año, frente al acelerado avance de las tecnologías generativas como el nuevo ChatGPT-4, más de mil expertos y personal de los laboratorios de IA de las grandes compañías digitales pidieron a través de una carta hacer una pausa de seis meses para tratar de frenar el desarrollo explosivo de la IA, a fin de establecer pautas, controles y protocolos sobre la dirección responsable que debía tomar la industria.

La carta indica en uno de sus segmentos clave, “Los sistemas de IA contemporáneos ahora se están volviendo competitivos para los humanos en tareas generales, y debemos preguntarnos: ¿Deberíamos dejar que las máquinas inunden nuestros canales de información con propaganda y falsedad? ¿Deberíamos automatizar todos los trabajos, incluidos los de cumplimiento? ¿Deberíamos desarrollar mentes no humanas que eventualmente podrían superarnos en número, ser más inteligentes, obsoletas y reemplazarnos? ¿ Deberíamos arriesgarnos a perder el control de nuestra civilización? Tales decisiones no deben delegarse en líderes tecnológicos no elegidos. Los sistemas potentes de IA deben desarrollarse solo una vez que estemos seguros de que sus efectos serán positivos y sus riesgos serán manejables”. Dado que tal pausa no se ha llevado a cabo hasta el momento, la carta sigue abierta todavía para la firma de profesores, servidores públicos y de la industria digital a través de la página del Future of Life Institute (5). 

Como una evidencia de las tensiones internas que los propios generadores de la industria de las IA están exhibiendo ante el mundo, en mayo de este año un grupo de más de 350 destacados ejecutivos, investigadores e ingenieros de IA firmaron también un brevísimo documento titulado “Declaración sobre el riesgo de la IA”. Consiste de una sola frase donde indican: “Reducir el riesgo de extinción causado por la inteligencia artificial debería ser una prioridad global, junto con otros riesgos a escala social como pandemias y guerra nuclear” (6).

El gobierno de Biden, que no es inocente ni marginal a lo que está sucediendo (y que, además, es un protagonista con todo su aparato burocrático y militar), tomó nota al fin del impacto que la IA juega y seguirá jugando de modo creciente en el reordenamiento geopolítico global. El 30 de octubre de este año, la Casa Blanca expidió la Orden Ejecutiva sobre el desarrollo y uso seguro y confiable de la inteligencia artificial, la cual está escrita en la correcta dirección. Uno de sus párrafos dice: “Los próximos pasos críticos en el desarrollo de la inteligencia artificial deberían basarse en las opiniones de los trabajadores, los sindicatos, los educadores y los empleadores para respaldar usos responsables de la inteligencia artificial que mejoren la vida de los trabajadores, aumenten positivamente el trabajo humano y ayuden a todas las personas a disfrutar de manera segura de los avances y oportunidades derivados de la innovación tecnológica”. La cuestión es que tales palabras y aspiraciones se cumplan por parte de organismos vigilantes e independientes. Lo cual no suele ocurrir y se pierde en los laberintos de los intereses políticos y económicos.

Entre tanto, el Parlamento de la Unión Europea también dio pasos el pasado 8 de diciembre para establecer los límites en el uso de la inteligencia artificial. El texto tentativo de la A.I. Act busca posicionarse como un referente global sobre los beneficios y riesgos de esta tecnología, entre los que se encuentra, según esta propuesta de ley, la difusión de noticias falsas, la automatización de la fuerza laboral, las limitaciones sobre el uso de reconocimiento facial  y la seguridad nacional. Se espera que el Parlamento la apruebe en algún momento del próximo año.

No hay duda de que el progreso científico, tecnológico y social que representa la IA es uno de los más significativos en prácticamente todas las áreas de la vida personal y pública, incluyendo la educación, la medicina, las ciencias y las comunicaciones, por mencionar unas pocas. Sin embargo, debería resultar claro que, como en tantos otros momentos de la historia, el progreso de unos pocos es el atraso y la explotación de la mayoría. Como anotaba Walter Benjamin, todo documento (o mecanismo) de la cultura lo es también de la barbarie. Lo que puede servir a los fines de la clase y los grupos dominantes es al mismo tiempo el instrumento con el cual los pueblos marginados y minorizados se consumen más en la desesperanza. Quizá hay que empezar por ejercer el control por nosotros mismos en la medida en que nos acercamos de manera crítica e informada a los productos tecnológicos que determinan nuestros modos de vida. Quizás todavía sea tiempo de no ser solo espectadores y consumidores, sino de actuar alertas por el bien común de la actual y las futuras generaciones. Quizás.

Fuentes citadas:

1) “La tecnología detrás de las IA más poderosas es cada vez menos transparente”, por Will Knight. Wired, 17 de diciembre, 2023.

2) “Inteligencia artificial: ¿discriminación garantizada?”, por Maricel Drazer. DW, 23 de noviembre, 2023.

3) “La historia del algoritmo. Los ‘fallos’ de la Inteligencia Artificial, por Julio César Guanche. UNESCO, 21 de Septiembre de 2023.

4) “Margaret Mitchell: ‘Las personas a las que más perjudica la inteligencia artificial no deciden sobre su regulación’”, por Josep Catà Figuls. El País, 26 de noviembre, 2023.

5) “Pause Giant AI Experiments: An Open Letter”. Future of Life, March 22, 2023

6) “Statement on AI Risk”. Center of AI Safety, May 30, 2023.

(Publicado en HispanicLA, 26 de diciembre, 2023)

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

Salud: el sistema del desastre

 

24 de noviembre, 2023. En 1966, durante una conferencia de prensa con la AP en el marco de la reunión anual del Comité Médico por los Derechos Humanos en Chicago, el Dr. Martin Luther King, Jr. dijo enfáticamente, “De todas las formas de desigualdad, la injusticia en la atención médica es la más impactante e inhumana, porque a menudo resulta en la muerte física”. Luther King enfocaba de manera específica en el cuidado médico segregado e inferior que recibía la población afrodescendiente y en la feroz discriminación contra los médicos negros calificados para ejercer su profesión. Era todavía el tiempo del movimiento por los derechos civiles. Largas décadas, después de estas luchas interminables, las desigualdades en el acceso de calidad al cuidado de la salud siguen siendo muy parecidas a las de entonces, y como siempre, afectando de manera preponderante a los grupos racializados del país.

Pese a la alta tecnología de que se dispone y a la gran inversión en salud pública, los Estados Unidos es el país con más bajas calificaciones en materia de atención médica, comparado con otros de igual nivel económico y desarrollo. Un estudio hecho por el Commonwealth Fund presenta una lista de once países desarrollados, entre los cuales EE UU ocupa el último lugar en cuatro de cinco categorías del sistema de salud. Estos países son, en orden descendente, Noruega, Países Bajos, Australia, Reino Unido, Alemania, Nueva Zelanda, Suecia, Francia, Suiza, Canadá y EE UU. Las cinco categorías del estudio destacan que este país tiene el desempeño más bajo en acceso al cuidado médico, eficiencia administrativa, equidad y resultados en el cuidado de la salud, aunque ocupa el segundo lugar en el proceso científico de diagnóstico y tratamiento (1). Con todo, hay que tener en cuenta que ese “diagnóstico y tratamiento” se ve confinado a la asequibilidad real a los servicios médicos de la que carecen millones de personas por falta de un seguro de salud público o privado, o una combinación de ambos, en un sistema que sigue siendo discriminatorio y excluyente.

De los países mencionados aquí, y muchos otros en el mundo, desarrollados o no, Estados Unidos es el único que no tiene una cobertura sanitaria universal, y en consecuencia, millones de personas carecen o tienen un acceso muy limitado a los servicios médicos. El sistema de salud del país es uno de los más complejos y enredados del mundo y millones quedan atrapados en la maraña, sin poder acceder a la atención médica que necesitan. A pesar de la ineficiencia de esta maquinaria devoradora de recursos, los poderes ejecutivo y legislativo han fallado una y otra vez en mostrar la voluntad para crear un modelo de salud justo socialmente y asequible a toda la población.

Según los Centros de Servicios de Medicare y Medicaid, en la actualidad el gasto anual en atención médica por parte del gobierno asciende a 4,3 billones de dólares, lo que representa más del 18% del producto interno bruto del país. Sin embargo, este gasto es el resultado de una enorme burocracia y una distribución arbitraria y de privilegio en el acceso a la salud, como pudo verse en los años de la reciente pandemia en la que murieron más de un millón cien mil de personas, la cifra más alta del mundo, seguida por Brasil (más de 700 mil) e India (más de medio millón) (2).

Los servicios de salubridad, como tantas otras cosas en Estados Unidos, están marcados por profundas y sistémicas divisiones raciales, socioeconómicas y de origen nacional. Aunque no hay todavía estadísticas oficiales conclusivas que cubran desde el comienzo de la pandemia a principios de 2020 hasta el 11 de mayo de 2023, cuando el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS) declaró el fin de la pandemia, los datos existentes revelan un número desproporcionadamente mayor de muertos por Covid-19 entre los afroestadounidenses, hispanos/latinos, asiáticoestadounidenses, poblaciones indígenas, nativos de Alaska, de Hawai y de isleños del Pacífico (3). La falta de eficiencia del sistema sanitario, junto a otras causas, incluídos los grupos negacionistas políticos y religiosos, que promovieron no vacunarse ni guardar medidas de protección, contribuyeron al desastre.

La experiencia funesta de la pandemia del Covid-19 solo puso en evidencia, una vez más, la necesidad de una transformación radical en la atención y el cuidado de la salud, en particular para los grupos discriminados. El Informe del Censo de los EE UU publicado en 2021, indica que el 18.8% de los indígenas del país y nativos de Alaska, no hispanos no tenían seguro médico (4). Así mismo, un reciente informe del Centro Nacional de Estadísticas de Salud, reveló que uno de cada cuatro hispanos adultos entre las edades de 18 a 64 años no tenía seguro médico en 2022, equivalente al 27.6% de la población latina censada en 2020.

Este es un porcentaje mucho mayor para el mismo período que el de personas sin seguro médico entre la población afroestadounidense no hispana adulta (13.3%), de los blancos no hispanos adultos (7.4%), o de los asiáticoestadounidenses no hispanos adultos (7.1%). El informe no incluye ni a los latinos menores de 18 años ni mayores de 64 años. Y aunque el título del informe indica una reducción del 18% de los no-asegurados, es claro que no representa un avance para la población latina, todavía una de las más desprotegidas (5), en parte por la falta de seguro médico, y por las dificultades para obtener cuidados preventivos, las barreras culturales y de idioma. El creciente número de nuevos inmigrantes y de personas indocumentadas (calculadas estas últimas en más de once millones), la mayor parte de ellas de países latinoamericanos, les hace más difícil obtener asistencia médica oportuna, de calidad y consistente.

Un aspecto fundamental del fracaso actual del sistema de salud radica en el desinterés del gobierno y de las instituciones para ver la atención a la salud como un componente inseparable de las políticas sociales y del bienestar de la sociedad en asuntos no directamente clínicos, como lo hace la mayoría de los países más avanzados en salud en el mundo. A pesar del enorme gasto en salud pública, en los Estados Unidos hay una permanente crisis de vivienda, educación, cuidado preventivo, sana alimentación y recreación, cuyo presupuesto federal y estatal se ve constantemente recortado e insuficiente. Aspectos como la aspiración casi imposible para muchos de tener una casa propia, o siquiera poder pagar los altos costos de renta de una casa o apartamento, se convierten en un problema de salud física y mental.

Los cientos de miles personas que viven en las calles y a la orilla de las autopistas de las grandes ciudades del país, son la evidencia de un fracaso políticosocial que desnuda las profundas desigualdades de la población, con un impacto visible en las condiciones de salud. Solamente en la ciudad de Los Ángeles, Calif., donde se concentra la mayor cantidad de personas sin techo en los Estados Unidos (un promedio de 75 mil en la actualidad), la policía reporta la muerte de al menos cinco personas cada día por diversas enfermedades no tratadas (6). Hombres y mujeres de todas las edades mueren abandonados, a menudo rodeados de personas en iguales condiciones, expuestas también a una muerte prematura.

Sumado a condiciones congénitas y crónicas, y múltiples factores como la pobreza, la falta de higiene y de ejercicio, y el consumo de comida genéticamente modificada, a que son forzadas millones de personas por el alto costo de comida más saludable y orgánica, la nación confronta una epidemia de problemas como la diabetes (que causa, entre otros males, un promedio de 150 mil amputaciones de pies al año), enfermedades coronarias y obesidad, por citar apenas algunas de las causas más frecuentes de muerte en el país.

La obesidad, en particular, constituye uno de los problemas de salud más alarmantes el día de hoy. La organización independiente Trust for America’s Health publicó recientemente un estudio que indica que desde 2004, cuando este grupo investigativo de salud pública comenzó a publicar sus reportes, las tasas de obesidad han aumentado hasta el punto actual en que un 42% de los adultos adolecen de esta grave condición. Los afroestadounidenses son los que tienen el índice más alto, con casi el 50%, seguidos por los latinos con 45.6%. Contrario a lo que podría pensarse, las comunidades en las zonas rurales tienen más problemas de obesidad que las que viven en las ciudades y pueblos pequeños (7).

De acuerdo al “Estudio de salud de los trabajadores agrícolas”, realizado por el Centro Comunitario y Laboral de la Universidad de California en Merced, y publicado este año, entre un tercio y la mitad de 1,200 trabajadores agrícolas latinos entrevistados en distintas partes del estado, padecen de enfermedades crónicas como diabetes e hipertensión. Una buena parte de los encuestados declaró tener sobrepeso u obesidad. Esta investigación académica, que la universidad considera la más grande jamás realizada en el país sobre la salud de los trabajadores agrícolas, revela que las condiciones descritas por los encuestados están directamente relacionadas a “determinantes sociales de la salud”, como “el estatus socioeconómico, la falta de acceso a atención primaria y cobertura de seguro médico, barreras culturales y lingüísticas, transporte, vivienda asequible, estatus legal y otros factores”. El estudio halló que “casi la mitad de los encuestados carecieron de seguro médico en algún momento (a la mayoría no se les ofreció cobertura de atención médica por parte de sus empleadores) y más de un tercio habían sido ingresados en un hospital o en una sala de emergencias” (8).

A diferencia de otros países, donde la asistencia de salud está vinculada con las más diversas políticas sociales para garantizar el bien general de la población, en los Estados Unidos la asistencia de salud es ante todo reactiva y no preventiva, porque es más lucrativo a todos los niveles brindar tratamiento cuando la persona está enferma. En ese sentido, tenía razón el periodista de televisión Walter Cronkite: “El sistema de salud médica de Estados Unidos no es ni saludable, ni solidario y ni siquiera es un sistema”. O para el caso, como dijo el ahora ex-senador Tom Harkin (D-Iowa), una de las voces prominentes a favor de la medicina integrativa (aquella que combina la medicina convencional con la medicina natural), en EE UU “no tenemos un sistema de cuidado de la salud; lo que tenemos  es un sistema de cuidado de los enfermos”; y esto último, como hemos visto, con decenas de millones de personas luchando para poder recibir dicho cuidado, aún cuando están enfermas.

Dado el énfasis en una asistencia médica reactiva, en las últimas décadas ha aumentado la realidad de que vivimos en una sociedad drogada que se mantiene a punta de analgésicos/opiodes para escapar del dolor, mientras no hay un énfasis suficiente, ni las provisiones necesarias, para modos de vida saludable. De esa manera contribuimos al desbordante crecimiento de los grandes laboratorios que se lucran con la venta multibillonaria de medicamentos que crean adicción y dependencia crónica, a problemas que quizás podrían ser tratados de maneras restaurativas naturales y homeopáticas.

Más ejercicio, mejor alimentación, que no signifique necesariamente alimentos más costosos, mejores hábitos de vida, mayor socialización, han estado siempre entre las recetas para una vida mejor. Aunque la expectativa de vida de los latinos bajó dramáticamente durante la pandemia del Covid-19, la llamada “paradoja hispana” ilustra el hecho de que pese a que muchos hispanos no tengan seguro médico y otras ventajas sociales, sí tienen una expectativa de vida mayor que los estadounidenses blancos y una tasa de mortalidad materna más baja. Parte de la explicación de esta “paradoja hispana” pueden radicar en mantener familias fuertes, multigeneracionales, redes de apoyo comunitario y comportamientos saludables.

Estos elementos positivos de la población hispana, que sirven como modelo al resto de la sociedad, no pueden de ninguna manera ser usados como una excusa o una justificación para que la población latina y demás comunidades racializadas no tengan un acceso adecuado, oportuno y de calidad en la atención primaria de servicios médicos profesionales, independientemente de su condición socioeconómica y estatus legal.

Ante un panorama que nunca ha sido optimista ni eficiente, ¿qué opciones hay entonces para mejorar el desastre nacional que es el sistema de salud de los EE UU, sobre todo para las comunidades racializadas del país? En primer lugar, la urgencia de crear un seguro médico universal, un sistema de salud pública que permita el acceso a toda la población, sin distingo de raza o etnicidad, ingreso económico, estatus legal o idioma. Como sostiene Aaron E. Carroll, director general de Salud de la Universidad de Indiana, “Lo que importa es la cobertura universal, y no cómo se proporciona esa cobertura, ya se trate de un sistema de Seguridad Social, de un modelo de pagador único modificado, de seguros regulados sin ánimo de lucro o planes de cuentas de ahorro médico”.

Y Caroll añade, “Tenemos todo tipo de planes de cobertura, desde Asuntos de los Veteranos a Medicare, y desde los intercambios de Obamacare a los seguros vinculados al puesto de trabajo, y, cuando se junta todo, no funciona bien. Son todos demasiado complicados e ineficientes, y no logran alcanzar el objetivo de la cobertura universal. Nuestra complejidad, y la ineficiencia administrativa que esta conlleva, nos está lastrando”(9).

Adicional a la urgencia de una cobertura médica universal, mencionada por Caroll y muchos otros especialistas en política sanitaria, el estudio del Commonwealth Fund, citado al comienzo de este artículo, señala otras tres características que tienen países con mayores logros de salud que los EE UU. Estos son, la priorización de atención primaria de modo tal que todas las comunidades poblacionales del país, sin distinción de raza ni origen étnico o nacional, tengan el mismo acceso a servicios de alta calidad. Al mismo tiempo disminuir la carga burocrática y administrativa que malgasta los fondos públicos y produce pérdida de tiempo y de esfuerzos. Finalmente, dichos países tienen una mayor inversión social, “especialmente para niños y adultos en edad de trabajar”.

La pregunta persistente es si el Congreso y el ejecutivo tendrán alguna vez en la historia presente o futura de este país el deseo de cambiar el enfoque esencialmente militarista (que devora una gran parte de los impuestos de los contribuyentes) y de priorización de la voracidad capitalista, que ve toda ocasión como una oportunidad para el enriquecimiento económico (el negocio de la salud), en cambio de poner los valores de la vida y la cultura como la meta primordial de la existencia del estado y de la sociedad en democracia. Amanecerá y veremos, decían nuestros abuelos, con una dosis de realismo escéptico.

Fuentes citadas:

1) “Mirror, Mirror 2021: Reflecting Poorly Health Care in the U.S. Compared to Other High-Income Countries”, por Eric C. Schneider, Arnav Shah, et.al. The Commonwealth Fund, 4 de agosto, 2021.

2) “Número de personas fallecidas a causa del coronavirus en el mundo a fecha de 8 de agosto de 2023, por país”. Statista, agosto 2023.

3) “Mayor desproporción de muertes de hombres y de personas hispanas, indígenas de las Américas y nativas de Alaska durante la pandemia”. United Estates Census Bureau, 22 de junio, 2023.

4) “La Oficina del Censo publica un nuevo informe sobre seguro médico por raza y origen hispano” United States Census Bureau, 22 de noviembre, 2022.

5) “U.S. Uninsured Rate Dropped 18% During Pandemic”. CDC, National Center for Health Statistics, May 16, 2023.

6) “Every Day, An Average Of Five Unhoused People Die In LA, Says The City Controller. And He Wants More Affordable Housing To Stop That”, por Ethan Ward. Laist, 18 de mayo, 2022. 

7) “State of Obesity 2023: Better Policies for a Healthier America Special Feature. 20-Year Report Anniversary Retrospective. Washington DC., Septiembre 21, 2023.

8) Farmworker Health in California 2022. Health in a Time of Contagion, Drought, and Climate Change. Community and Labor Center, UC Merced, 2022.

9) “El sistema de salud de EE. UU. está averiado. ¿Cómo podemos mejorarlo?”, por Aaron E. Carroll. The New York Times, 19 de junio de 2023.

(Publicado en HispanicLA, 27 de noviembre, 2023)

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

La aberrante explotación laboral de niños migrantes en los Estados Unidos

Foto: Voz de América

Quién salvará a ese chiquillo
Menor que un grano de avena?
De dónde saldrá el martillo
Verdugo de esta cadena?

          —El niño yuntero, Miguel Hernández

 27 de septiembre, 2023. Se estima que solo desde el año 2021 hasta el presente más de 300 mil niños y niñas, la mayoría de ellos de países centroamericanos (sobre todo de Guatemala y Honduras), han entrado a los Estados Unidos por la frontera con México, sin un acompañante adulto y sin documentos. Y cada día siguen llegando más, como una marejada que arroja sus despojos en las extensas fronteras del desierto. Exponiendo su vida a todos los peligros imaginables atraviesan países dejando parientes atrás, esperando encontrar parientes, o una persona generosa que quizás los acoja a este lado de la frontera que conciben como un sueño idealizado, o al menos como un escape. Pero al cruzar la frontera se encuentran con una realidad hostil, más dura quizá que el largo camino para llegar aquí.

 Una porción de esos menores podrán reencontrarse con sus familiares después de permanecer en refugios que operan como cárceles provisionales. Otros serán puestos en manos de patrocinadores que se ofrecen a responder por ellos mientras resuelven su situación legal. Pero lo que constituye el verdadero drama a largo plazo es que miles de estos menores vendrán a ser parte de una creciente masa de niños y niñas que terminan siendo explotados en trabajos de agricultura, fábricas, hoteles, restaurantes, obras de construcción. Otros trabajarán en oficios menos visibles y tal vez peores, muchas veces gestionados por las mismas personas que se ofrecen a ser sus patrocinadores y custodios, y a los que las autoridades, en su urgencia de deshacerse de los menores, no les chequean adecuadamente sus antecedentes.

 El pasado 27 de julio, el Departamento de Trabajo de los Estados Unidos (DOL) dio un vislumbre de ese panorama desolador. Según un reporte del DOL, desde el 1 de octubre de 2022 y hasta julio de este año, han encontrado a 4,474 migrantes menores de edad siendo explotados en 765 lugares de trabajo de distintos estados del país. La cifra representa un aumento del 44% en comparación con el año fiscal pasado (1), y un aumento del 83% desde 2015. Pero, como todas las estadísticas de migración, estos datos cambian continuamente y son apenas un porcentaje de una realidad mucho más trágica. El rastreo que hace el DOL y el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS), responsable de los niños migrantes, es difícil y complejo, no solo por el personal insuficiente, los trámites y el papeleo burocrático, sino porque los migrantes menores de edad, aún después de que han sido aceptados permanente o temporalmente en el país, suelen desaparecer de los radares institucionales y se convierten en presas fáciles y vulnerables a la explotación.

 Las autoridades y el personal de estas dos agencias federales debían haber sido las que denunciaran y tomaran acciones a tiempo contra estos atropellos. Sin embargo, fue la periodista Hannah Dreier, del The New York Times, quien hizo sonar las alarmas con una investigación a fondo que le tomó desde finales de 2022 hasta principios de este año. Dreier entrevistó a decenas de niños migrantes que estaban siendo explotados, y consultó con abogados, trabajadores sociales, maestros de escuela y oficiales del gobierno en 20 estados para crear un cuadro amplio de flagrantes violaciones a los derechos de los niños, que dio a conocer a finales de febrero pasado. La periodista ilustra el caso de adolescentes migrantes trabajando toda la noche en aserraderos donde cortan madera con grandes sierras; niños de 12 a 15 años haciendo labores pesadas de construcción; lavando ropa de cama de hoteles en horario nocturno; empacando cereales en medio de poleas y engranajes filosos donde pueden perder los dedos, como ha ocurrido; en fábricas con ruidos atronadores que les afectan la salud y les quitan el sueño; en jornadas de trabajo de doce  o más horas diarias (2).

 En otro artículo, publicado pocos días después, Dreier menciona entre los explotadores a compañías reconocidas como “Ben & Jerry’s, Fruit of the Loom, Ford, General Motors, J. Crew, Walmart, Whole Foods y Target”, y la enorme planta “Hearthside Food Solutions, una empresa que fabrica y envasa alimentos para otras marcas como General Mills, Frito-Lay y Quaker Oats” (3). Después de estos hallazgos, el conjunto de estas compañías ha recibido multas por cerca de 7 millones de dólares; una cifra irrisoria comparada con la gravedad del abuso laboral y el maltrato a que son sometidos estos menores.

 A nadie debe sorprenderle que la explotación y esclavitud laboral de menores de edad (definidos por las Naciones Unidas como niños y niñas de menos de 18 años) haya existido desde los orígenes de este país. Niños y niñas negros en las plantaciones de los colonos blancos eran forzados a trabajar junto con sus familiares adultos largas horas sin ningún pago ni oportunidades de ir a la escuela y con poco tiempo para el descanso. Lo mismo ocurrió con los niños de las poblaciones indígenas, cuyas tierras les fueron arrebatadas, y los sobrevivientes fueron sometidos a la esclavitud por los colonos.

 Fue solo hasta 1938 cuando se aprobó la llamada Fair Labor Standards Act (Ley de Normas Laborales Justas) en el marco del New Deal de F.D. Roosevelt, que buscaba, entre otras cosas, la abolición del “trabajo infantil opresivo”. En dicha ley se indica que “Ningún empleador usará mano de obra infantil opresiva en la producción de bienes para el comercio” (4). La ley especifica que los menores de 14 años no deben trabajar en gran parte de las industrias y limita el tiempo de trabajo a tres horas en los días de escuela hasta los 16 años, a la vez que prohibe el trabajo peligroso hasta los 18 años. Pero esta ley federal incluye una trampa (o un mico, como dicen en Colombia): no solo dejó por fuera la explotación de los niños y niñas en la agricultura, sino que su interpretación y aplicación a nivel estatal ha estado siempre acomodada al beneficio explotativo de las compañías agrícolas. Para agravar aún más el problema, el término “agricultura” está definido en esta ley como una actividad bastante abarcadora, que incluye no solo el cultivo del suelo, sino también la ganadería, crianza de aves y el empacado y envío de estos productos.

 La Federación Estadounidense de Maestros (AFT) ha denunciado que en la actualidad hay un promedio de 500 mil niños y niñas trabajando en la agricultura sin la protección del sistema legal, y en abierta violación a las leyes y acuerdos internacionales del tratamiento a menores de edad. Uno de los efectos a los que apunta la AFT es que la mayoría de estos niños no tiene la oportunidad siquiera de terminar la escuela secundaria. “Muchos”, dice la AFT, “comienzan a trabajar a edades tan tempranas como los 8 años, y las semanas de trabajo de 72 horas (más de 10 horas por día) no son infrecuentes” (5). No debería, por tanto, ser extraño, como apunta esta federación de educadores, que el día de hoy los niños migrantes sean la mayoría de los que trabajan en pesadas tareas en los campos, sin ninguna o muy escasa protección legal.

 El problema del trabajo infantil es una de las grandes y perpetuas pandemias en un país que de manera estructural privilegia el lucro por encima de la vida de los más desfavorecidos. Pese a que los Estados Unidos ha firmado la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, es el único país del mundo que se ha resistido a ratificarla, reservándose la libertad de establecer sus propias normas, que en la práctica solo han conducido a una mayor servidumbre y saqueo de los derechos de los niños migrantes, y también de los niños de grupos racializados y empobrecidos, entre los cuales el tráfico humano y toda clase de abusos son también elevados.

 Aunque el Departamento de Educación señala que todos los niños migrantes tienen el derecho a estudiar al menos hasta terminar la secundaria, y a que se les preste la atención debida para lograr esa meta, la realidad es que el sistema es deficiente para la cantidad de niños y niñas arribando al país. En cambio, el sistema funciona bien para que estos menores sean empujados a trabajar a edades muy tempranas, como lo muestran las investigaciones de las fuentes mencionadas y de otras organizaciones. Como consecuencia, el año pasado la Human Rights Watch (HRW), una de las principales agencias independientes de derechos humanos, le dio una calificación de “D” y “F” a 46 estados del país en términos de los estándares internacionales de protección de los niños en las áreas de trabajo infantil, castigos corporales, matrimonios de niños y abuso del sistema judicial. Solo cuatro estados restantes, Nueva Jersey, Ohio, Iowa y Minnesota obtuvieron una “C” (6).

 Según el Instituto de Política Económica (EPI), la cancelación en 2022 de la ayuda económica que implementó el presidente Biden (el crédito tributario por hijos menores en familias que calificaban para esta y otras ayudas durante la pandemia), hizo disparar el número de niños viviendo en la pobreza de 3.8 millones en 2021, a 9 millones en el 2022. Como dice el informe del EPI, los índices de “pobreza siguieron afectando a los niños afroestadounidenses, hispanos e indígenas de los Estados Unidos y los nativos de Alaska más del doble de lo que ha afectado a los niños de la población blanca” (7). A su vez, el mismo informe del EPI revela que, “El número de menores empleados en violación de las leyes sobre trabajo infantil aumentó un 37% en el último año y al menos 10 estados introdujeron o aprobaron leyes que revocaron las protecciones contra el trabajo infantil en los últimos dos años”. El resultado de esto es que más niños, incluyendo a los migrantes más recientes, seguirán engrosando el número de menores obligados a trabajar con mínima o ninguna protección legal. 

 La Organización Internacional del Trabajo, con el apoyo de la Asamblea General de las Naciones Unidas, lanzó hace dos años, en plena pandemia, la entusiasta campaña “2021, Año Internacional para la Eliminación del Trabajo Infantil”, con el propósito de crear conciencia y un esfuerzo concertado entre las naciones del mundo en la lucha por justicia social para los niños, y de modo particular para los más desprotegidos, entre los que están los niños migrantes solos. El hecho de que los Estados Unidos no haya ratificado hasta ahora la Convención de los Derechos del Niño, lo exime de estar obligado legalmente a sumarse a estos esfuerzos y lo mantiene en este, como en todos los demás asuntos de sus relaciones con el resto de las naciones, en esa esfera autónoma y supremacista en la que solo tiene que rendirse cuentas a sí mismo. Y los resultados hasta el presente no son necesariamente los mejores. 

Fuentes citadas:

1) “Department of Labor, Interagency Task Force announce recent actions to combat exploitative children labor with new partneship, innovative tactics, ramped up enforcement”. Department of Labor. News Release. 27 julio 2023.

2) “Solos y explotados, niños migrantes desempeñan trabajos crueles en EE. UU.”, por Hannah Drier. The New York Times, 25 febrero, 2023.

3) “El gobierno de Biden anuncia medidas enérgicas contra la explotación de menores migrantes”, por Hannah Dreier. The New York Times, 28 febrero 2023.

4) “The Fair Labor Standards Act Of 1938, As Amended”. U.S. Department of Labor Wage and Hour Division WH Publication 1318, Revised May 2011.

5) “Trabajo infantil en los Estados Unidos”. American Federation of Teachers. Consultado el 15 de septiembre, 2023.

6) “US States Fail to Protect Children’s Rights”. Human Rights Watch, September 13, 2022. 

7) “The end of key U.S. public assistance measures pushed millions of people into poverty in 2022”, por Ismael Cid-Martínez y Ben Ziperer. Economic Policy Institute, September 12, 2023.

(Publicado en HispanicLA, 28 septiembre 2023)

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

La mala jugada del racismo en los deportes en EE.UU.

Ezra Shaw/Getty Images

“He ganado una medalla de oro, pero no significó nada,

porque no tenía el color de piel adecuado”.

—Muhammad Alí, boxeador

14 de agosto, 2023. La imagen de un muñeco con la figura del jugador brasileño de fútbol Vinicius Junior atado al cuello y colgando de un puente de Madrid en mayo pasado conmovió no solo al mundo del deporte sino a una gran parte de la sociedad global. Los ataques racistas contra Vinicius, que juega en el Real Madrid, no son los primeros que enfrenta, ni es tampoco el único jugador afro que los padece. El racismo y xenofobia contra los deportistas negros y latinoamericanos en España es habitual. Pero la oprobiosa agresión contra Vinicius ha servido para desatar una ola de denuncias sobre situaciones semejantes que ocurren de manera sistémica, no solo de parte de las barras bravas de fans, sino también dentro de los clubes y organizaciones deportivas. Los ataques y la discriminación racial, por supuesto, no son nuevos ni privativos de España. Desde los origenes mismos de los deportes organizados han sido parte de la historia de Europa, y de otras partes del mundo, incluyendo de manera preponderante a los Estados Unidos, donde es un problema arraigado, extendido prácticamente a todos los deportes.

Pocos días después de la criminal acometida racista contra Vinicius, la tenista afroestadounidense Sloane Stephens, ganadora del US Open en 2017, señaló que toda su vida ha tenido que afrontar ataques racistas contra ella. Stephens, como centenares de otros deportistas de grupos racializados, son objeto de acoso cada vez peores en las redes sociales. A pesar de que los administradores de las redes han creado programas para tratar de bloquear estas agresiones, la tenista observa que los atacantes encuentran formas de burlar dichos controles (1). Serena Williams, quien junto con su hermana Venus son las jugadoras de más alto perfil en el tenis profesional de los EE. UU., también ha denunciado los ataques racistas y la discriminación que junto a su hermana han enfrentado antes y después de ser famosas. En la edición británica de la revista Vogue indicó que como mujer negra “ha sido mal pagada [e] infravalorada”.

Williams ha sido sometida a más pruebas de drogas previas a los juegos que ninguna de sus contrapartes blancas; sus danzas de celebración han sido catalogadas como parte de la cultura de las pandillas; y cuando reclama por errores en su contra en el arbitraje se le cataloga como “una mujer negra airada”. Serena dice que en toda su carrera se le ha pagado consistentemente menos que a sus pares hombres o tenistas blancas y ha sido tratada por estándares diferentes y excluyentes, al punto de que las numerosas llamadas negativas de los jueces cuando jugaba una de las dos hermanas fue decisivo para crear la norma de revisión de jugadas en video de la Asociación de Tenis de los EE. UU. Serena, como su hermana Venus, eventualmente se hicieron activistas contra el racismo en los deportes y manifiestan su orgullo de representar “a las hermosas mujeres negras del mundo” (2).

Un caso reciente de gran resonancia mediática fue el de Brian Francisco Flores, afrolatino de padres hondureños nacido en Brooklyn, NY, entrenador en jefe del equipo de fútbol americano Miami Dolphins de 2019 a 2021. Flores llevó a su equipo a temporadas ganadoras en sus dos últimos años como entrenador, a pesar de que no logró remontar al equipo hasta una final. Poco después de ser despedido, en febrero de 2022, Flores presentó una demanda ante el Tribunal del Distrito Sur de Nueva York contra la NFL, los Denver Broncos, los Giants de New York y los Dolphins, acusándolos de discriminación racial. Flores indicó que según un mensaje de texto que le envió por error Bill Belichick, entrenador de los New England Patriots, y de reportes de prensa, los Giants de New York habían decidido de antemano contratar al canadiense-estadounidense Brian Daboll, antes que a un candidato minoritario como él. Flores apuntaba al incumplimiento de la Regla Rooney de la NFL que exige, si no igualdad, al menos oportunidades a candidatos minoritarios de ser entrevistados para una posible (aunque poco probable) contratación en posiciones gerenciales o de liderazgo en el campo de juego o en la administración.

 Según Flores, los Giants ya habían decidido contratar a Daboll el 23 de enero, cuatro días antes de  la entrevista de trabajo que tenían programada con él. En la misma demanda, Flores alega que John Elway, gerente de los Denver Broncos, realizó una entrevista falsa con él, en la cual no había ningún interés real de contratarlo. Flores acusó asimismo al propietario de los Dolphins, Stephen Ross, de ofrecerle 100 mil dólares por cada juego que perdiera el equipo, a fin de darle mejores posibilidades de draft (proceso de selección de nuevos jugadores provenientes de las ligas de fútbol americano universitario) para la temporada siguiente. Según Flores, fue despedido como entrenador por negarse a las exigencias de Ross. La demanda exige no solo reparaciones personales sino también cambios de fondo en los métodos de contratación, retención de jugadores y personal administrativo, procesos de despido y justicia en los salarios de los empleados en todos los niveles. Dos afroestadounidenses, Steve Wilks, ex-entrenador en jefe de los Arizona Cardinals y Ray Horton, asistente de la NFL, se unieron a Flores en la demanda. En marzo pasado, la jueza afroestadounidense Valerie E. Caproni, concedió la demanda a través de arbitraje. El juicio está todavía pendiente de llevarse a cabo.

Flores, como otros jugadores y personal administrativo de la NFL han denunciado que las leyes de contratación de minorías son una mascarada. La Regla Rooney, aprobada por la NFL en 2003 requería que cada equipo con una vacante de entrenador en jefe entrevistara al menos a uno o más candidatos de grupos minoritarios antes de hacer una nueva contratación. La regla fue modificada en 2009 para incluir la contratación de gerentes generales y otras posiciones de poder, requiriendo que cada equipo entrevistara al menos dos candidatos externos de minorías raciales. En 2020, los dueños de equipos aprobaron una propuesta para recompensar a los equipos que ayudaran a desarrollar talentos entre las minorías para ser gerentes generales o entrenadores en jefe a través de la liga (3). Sin embargo, hasta el día de hoy el número de entrenadores en jefe, directivos de clubes o gerentes afroestadounidenses, latinos, asiáticos o de otros grupos, siguen siendo casi inexistentes. 

Aunque el 70% de los jugadores actuales de la NFL pertenecen a minorías, sobre todo afros y afrolatinos, el 100% de los dueños de los clubes deportivos y más del 98% de los directivos y administradores son hombres blancos. Y a menudo, estos hombres multibillonarios son también dueños de otros clubes deportivos, como en el caso de Stan Kroenke, que además de ser dueño de Los Ángeles Rams de la NFL (fútbol americano) es propietario del Arsenal de la Premier League de Inglaterra (balompié), del Colorado Avalanche de la NHL (hockey) y de los Denver Nuggets de la NBA (baloncesto). Y la lista es extensa, según lo presenta un reporte de este año de la revista Forbes (4).

En el libro Baloncesto y racismo: una historia indisociable, escrito por el sociólogo español Pablo Muñoz Rojo, y publicado en enero de este año, el autor traza una historia reveladora de las prácticas racistas de la NBA (la asociación nacional masculina de baloncesto de los Estados Unidos) y la WNBA (la asociación nacional femenina de baloncesto). Además del recuento de casos de abierta discriminación racial contra jugadores, hombres y mujeres negros, Muñoz describe el sistema instituído en los Estados Unidos por medio del cual los jugadores que serán seleccionados para cada una de las dos ligas mayores deben primero pertenecer al equipo de baloncesto de su respectiva universidad. En los años en que compiten con otras universidades no reciben ningún salario, pese a que sus universidades venden las entradas a los partidos y producen y venden mercancías que les representan millones de dólares en ganancias. La inmensa mayoría de los estudiantes que juegan en estos equipos de baloncesto universitario son afroestadounidenses, que de esa manera son explotados física y económicamente para el entretenimiento de multitudes.

De acuerdo a Muñoz, en el pasado los candidatos seleccionados por la NFL podían ser jugadores que daban el salto de la escuela secundaria a la liga profesional. Sin embargo, desde hace tiempo se les exige pasar al menos un año como jugadores amateurs en una universidad. “Con ese formato”, dice Muñoz, “las universidades se pelean por conseguir que los mejores jugadores de todos los institutos del país las elijan.  Ofrecen becas y minutos de juego, y venden triunfo, futuro y esperanza. Estos jugadores, que no pueden recibir remuneración por parte de las universidades al no ser una liga profesional, pasan a ser una suerte de obra gratuita”. Muñoz cita a Stan Van Gundy, ex-entrenador de los Detroit Pistons: “La gente que estuvo en contra de que los jugadores llegaran directamente desde el instituto inventó muchas excusas, pero en gran parte fue por racismo. Nunca he visto a nadie levantarse a protestar sobre las ligas menores de béisbol o hockey. Allí no gana muchísimo dinero y suelen ser chicos blancos, así que nadie tienen ningún problema. Pero de repente tienen a un chico negro que quiere salir del instituto y ganar millones y eso sí es una mala decisión. Mientras, saltarse la universidad para ganar 800 dólares al mes en una liga menor de béisbol es una buena decisión. Qué narices está pasando” (5).

El profesor, ministro bautista y escritor Michael Eric Dyson, publicó hace menos de dos años Entertaining Race. Performing Blackness in America, uno de los análisis más lúcidos y devastadores sobre las relaciones de la mayoría blanca estadounidense con la comunidad afro del país. En línea con el análisis de Pablo Muñoz Rojo, Dyson destaca que uno de los roles racistas asignados por la hegemonía blanca a los afroestadounidenses es el del entretenimiento. “Los negros”, señala Dyson, “fueron considerados como malos en la ciencia y la sociedad, mucho mejores en el canto y el baile, aunque de un carácter crudo e incivilizado, y mejores en los deportes y el sexo debido a que estas actividades demandaban poca motivación más allá del ejercicio de los músculos y la pasión”.

Dyson añade: “El estereotipo de que los negros en particular han nacido para cantar y bailar [y para los deportes] niega nuestra inteligencia creativa y alimenta el mito de que los negros y los blancos son inherentemente diferentes. Estos prejuicios hacen más fácil descartar la seriedad del arte negro y reduce a la población negra a la categoría de una raza para el entretenimiento ante los ojos y los oídos de los blancos. La comunidad negra se convierte así en una raza para el entretenimiento —en los barcos de esclavos, en las plantaciones donde los amos competían por tener a los actores más dotados y, más tarde, en libertad, cuando el entretenimiento negro ofrecía a los artistas negros una medida de independencia y recompensa financiera mientras su desempeño artístico era codiciado y explotado por el mundo blanco” (6).

En el siglo 20, y sobre todo a partir de su segunda mitad y hasta el día de hoy, las grandes asociaciones del deporte profesionalizado, han convertido también la participación de deportistas afroestadounidenses y otros grupos racializados en un enorme y lucrativo negocio del capitalismo racial. Es evidente que solo una absoluta minoría de jugadores negros llegan a adquirir una gran riqueza como resultado de su actividad deportiva; otro tanto ocurre en el mundo de la música, y en menor proporción en el cine, la televisión y las artes plásticas y escénicas. Pero sin duda, la desproporción más importante se da en el hecho de que, como se ha destacado, la práctica totalidad de los dueños de clubes deportivos, sus gerentes y personal en posiciones de poder son hombres blancos en todos los deportes organizados y lucrativos.

Por supuesto, como en todas las luchas contra el racismo y la discriminación en los Estados Unidos, los que han padecido y siguen padeciendo el racismo en el deporte han presentado una lucha y resistencia valerosa en una nación imperial. En décadas recientes recordamos al boxeador Muhammad Alí, quien se negó a ir a la guerra de Vietnam, alegando que los vietnamitas nunca lo había tratado de “negro de m…”, ni le habían hecho ningún daño. O el jugador de fútbol americano Bill Russell y sus compañeros negros de los Boston Celtics a quienes se les impidió cenar en un restaurante en Kentucky en 1961, y en su lugar decidieron boicotear el partido de esa noche no saliendo a la cancha. O la protesta internacional de los afroestadounidenses Tommie Smith y John Carlos en los Juegos Olímpicos en Ciudad de México en 1968, donde levantaron sus puños al aire para protestar contra el racismo en los Estados Unidos. O Colin Kaepernick y Eric Reid de los San Francisco 49ers, quienes fueron los primeros entre muchos otros afroestadounidenses en hincar la rodilla cada vez que sonaba el himno nacional previo a un juego para manifestar su oposición a las muertes y la brutalidad policial contra la población negra en el país. Este gesto les valió agresivos ataques verbales de Donald Trump. La serie documental Colin en blanco y negro, transmitida en Netflix, es una de las más contundentes que pueden verse sobre el racismo histórico y actual.

O los jugadores afroestadounidenses y latinos de la Major League Soccer, MLS, quienes previo a un juego en Orlando en julio de 2020 levantaron sus puños para expresar su solidaridad en contra del racismo en los deportes y en la sociedad norteamericana en general. O los jugadores afroestadounidenses de los Milwaukee Buck de la NBA que rehusaron jugar los playoffs en agosto de 2020 por el asesinato de Jacob Black a manos de la policía. En los días siguientes otros jugadores negros de otros equipos de la NBA tampoco salieron a jugar, siendo imitados de inmediato por jugadores de tenis, hockey sobre hielo, fútbol y béisbol. La demanda contra la NFL del hondureño afrolatino Brian Francisco Flores, mencionada anteriormente, es una de las más recientes reacciones públicas contra el racismo deportivo.

Como todas las batallas contra el racismo, la discriminación, la brutalidad policial y el ninguneo contra las minorías deportivas está lejos de estar disminuyendo. Desde siempre, el racismo sistémico se camufla aquí y allá bajo diferentes ropajes, que van desde la negación y la justificación, hasta las actitudes de condescendencia y fingida solidaridad que busca aquietar las aguas cada vez que estas se agitan para que todo siga igual. Un grupo creciente de deportistas minoritarios son conscientes del problema. Un problema que no se limita a un país como España, donde se agrede a deportistas como Vinicius Junior. Un problema de primer orden en un país como Estados Unidos que apunta con su dedo acusador a otras naciones mientras mantiene a sus minorías deportivas en un estatus de segunda clase, o como razas para su entretenimiento.

Fuentes citadas:

1) “Sloane Stephens says racist abuse of athletes is getting worse”. Reuters, 29 de mayo, 2023.

2) “Serena Williams On ‘Being The Voice That Millions Of People Don’t Have’”, por Olivia Singer. British Vogue, 4 noviembre, 2020.

3) “The Rooney Rule”. Football Operations. National Football League, NFL. Consultado el 4 de agosto, 2023.

4) “The World’s Most Valuable Sports Empires 2023”, por Mike Ozanian, Forbes. Jan. 24, 2023.

5) Baloncesto y racismo. Una historia indisociable, por Pablo Muñoz Rojo, enero 2023.

6) Entertaining Race: Performing Blackness in America, por Michael Eric Dyson, 2021.

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

Latinos en Hollywood: Una discriminación de película

29 junio, 2023. Digamos la verdad. A los grandes estudios de cine de Hollywood les importa muy poco no tener representación de directores, productores, cinefotógrafos, guionistas y actores latinos. Una de las razones de fondo es simplemente porque la industria estadounidense del cine fue creada como un medio para promover la creatividad, el arte y la perspectiva étnica, cultural e histórica angloestadounidense como la norma de esta nación: “los verdaderos americanos”. Y en sus poco más de 110 años de historia se ha resistido tenazmente a tener una política de inclusión hacia cualquier otro grupo poblacional del país.

Comunidades como los afroestadounidenses, latinos, asiáticos, indígenas, han permanecido prácticamente invisibles en los roles protagónicos. Han sido utilizadas, eso sí, para labores logísticas en el enorme tinglado de la producción cinematográfica. Y cuando son visibles como actores en la pantalla, casi siempre lo son de una manera estereotipada, sin el más mínimo interés de acercarse a la complejidad, creatividad y diversidad de sus historias y experiencias. Por lo regular se les ha caracterizado como sirvientes, criminales, gente poco educada, pobres e ignorantes. Siempre racializadas. Siempre inexistentes en los escenarios dominantes de la sociedad norteamericana, que todavía se percibe como esencialmente anglosajona y centroeuropea a la hora de recrear su propia imagen. Y en el caso particular de los latinos, arquetípicamente representados como eternos inmigrantes, forasteros que han cruzado una frontera denigrada. Una presencia siempre sospechosa, incómoda y ajena a la historia nuclear de la nación.

Para completar el cuadro, los dueños y directivos de la industria del cine descansan cómodos en la certeza de que estas comunidades racializadas y etnizadas son audiencias cautivas. Aunque no se vean representadas ni con mínima justicia en las películas, de todos modos van al cine, o consumen las películas y series de los grandes estudios en el creciente número de plataformas de transmisión en línea. Sin embargo, según el Informe sobre Diversidad en Hollywood 2023, escrito por Ana-Christina Ramón, Michael Tran, and Darnell Hunt, de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), esta tendencia está cambiando, y los años más recientes demuestran que en Estados Unidos las “audiencias cada vez más diversas prefieren también un contenido cinematográfico más diverso y representativo tanto en las salas de cine como en las plataformas digitales” (1).

Por supuesto, como suele ocurrir en otros campos de la vida de este país (en la música, los deportes, la política, el arte, la literatura, la academia, las ciencias, los negocios) también hay una presencia selectiva y esporádica del talento latino en la industria del cine. Con todo, si la comparamos con la lista de nombres no latinos, famosos o no, la desproporción es enorme y muestra de manera descarnada su condición marginal. Aún aquellos latinos que han logrado descollar en Hollywood cuentan sus historias personales de discriminación, prejuicio y ninguneo, contra las que tienen que seguir luchando, aún después de que su trabajo artístico y creativo ha producido y sigue produciendo millones de dólares de ganancia a los grandes estudios.

El Informe de UCLA, mencionado anteriormente, cuyo concepto de “diversidad” no se limita a la identidad étnica o racial, sino también a aspectos como edad, orientación sexual y religión, indica que solo 2.2 de cada 10 actores en el rol principal en las 200 películas proyectadas en salas de cine y 100 transmitidas en plataformas digitales en 2022 pertenecían a minorías. Para las películas presentadas en cines, el 78.4% fueron actores blancos, 8% afroestadounidenses, 2.3% latinos, 2.3% asiáticos y 9.1% multiétnicos/multirraciales. Entretanto, en las películas transmitidas en línea, 66.7% fueron blancos, 13.1% afroestadounidenses, 6.1% latinos, 2% asiáticos, 11.1% multiétnicos/multirraciales, y 1% del Medio Oriente y Norte de África.

La presencia total de latinos, hombres y mujeres, en diversos personajes, fue de solo el 5% en películas en salas de cine y de 6.6% en las plataformas digitales. A su vez, los directores blancos fueron el 83.1%, afroestadounidenses 5.6%, latinos 1.1%, asiáticos 5.6% y los directores multiétnicos/multirraciales el 4.5%. Las estadísticas continúan en el mismo tenor, o aún peor, en las distintas categorías de diversidad que analiza el estudio de UCLA, incluyendo los guionistas latinos con solo 1.1% para películas en salas de cine, y el 4% en películas en plataformas digitales.

Otro informe revelador fue el realizado por las investigadoras Ariana Case, Zoily Mercado y Karla Hernández, de la Universidad del Sur de California (USC) y publicado en septiembre de 2021, donde se destaca la enorme ausencia de actores, directores, productores, directores de reparto y de guionistas hispanos/latinos en un total de 1,300 películas populares en inglés proyectadas entre 2007 y 2019. Entre las estadísticas se menciona que de un total de 51,158 personajes, solo un 5% eran hispanos/latinos. Del total de las 1,300 películas solo un 3.5% tuvo un hispano/latino como protagonista o coprotagonista, de los cuales 26 fueron mujeres menores de 45 años y solo 3 mayores de esa edad (2). Muy a menudo también, actores de origen hispano/latino no necesariamente actúan en papeles que tengan que ver con la cultura latina, o en los cuales tuviera alguna importancia el origen étnico de los personajes que encarnaban.

Hastiados de esta discriminación histórica, hace poco más de dos años 270 productores, guionistas, creadores y escritores de programas y series de cine y televisión latinos, levantaron su voz de protesta contra los grandes estudios de cine y televisión estadounidenses a través de una carta abierta titulada “Querido Hollywood”. La carta-manifiesto, que fue publicada en diversos medios del país en octubre de 2020, indicaba: “[E]stamos indignados por la continua falta de representación latina en nuestra industria, especialmente entre los miembros negros e indígenas de nuestra comunidad. Nuestras historias son importantes y nuestra eliminación en pantalla contribuye al prejuicio persistente que impide un cambio real en este país. […]

“Al negarse a contar nuestras historias y al negarse a ponernos a cargo de contarlas”, añade la carta, “los poderosos agentes de Hollywood son cómplices de nuestra exclusión. Estamos cansados ​​de que los proyectos latinos se desarrollen sin un escritor, director o productor latino adjunto. Nos negamos a ser filtrados por una perspectiva blanca. Estamos cansados ​​de escuchar ‘no pudimos encontrar ningún escritor latino para contratar’. […] Estamos cansados ​​de que nos pinten con el mismo pincel. Estamos compuestos por una variedad de orígenes y etnias. Estamos cansados ​​de historias que solo tratan sobre nuestro trauma. Contamos con multitudes”.

Los firmantes hacen un total de cinco demandas: “1. No hay historias sobre nosotros sin nosotros (Póngannos en posiciones de poder. ¿No saben cómo encontrarnos? Comuníquense con la WGA, el sindicato de guionistas). 2. Den luz verde a nuestros proyectos (Solo un puñado de pilotos de escritores latinos se compran cada año, y la mayoría de ellos nunca se producen). 3. Representen todos los aspectos de nuestra vida y cultura (Asegúrense de que los proyectos que aprueben reflejen la diversidad de nuestra población. Somos una diáspora de más de 20 países diferentes. Somos más que latinos blancos y mestizos. Somos negros e indígenas. Somos LGTB. Somos indocumentados. Hay discapacitados. Tenemos diferentes antecedentes religiosos y creencias espirituales, somos más que nuestro trauma. Escribimos historias de alegría, historias de origen, historias de género, historias para niños y mucho más. Exigimos ser vistos y escuchados en nuestra totalidad).

 “4. Acaben con los niveles estancados (Nuestro talento se desperdicia durante años en los rangos inferiores, lo que nos impide ocupar puestos de showrunners. En lugar de frenarnos, inviertan en nuestro crecimiento). 5. Contrátennos para proyectos que no sean latinos (Somos capaces de escribir más historias aparte de las de identidad. De hecho, nuestras historias también son historias estadounidenses, historias de resiliencia, de liberación, de esperanza. Historias de dueños de negocios que persiguen el sueño americano, niñas pequeñas que algún día serán presidentas o trabajarán para la NASA, veteranos de guerra, enfermeras, artistas musicales y amantes de la moda)” (3).

Pero el gremio latino de creadores, actores, productores y artistas del cine no se han limitado a expresar su rechazo y demandas contra las políticas racistas y discriminatorias de Hollywood.  Durante décadas, numerosos artistas y creadores latinos en la industria del cine han luchado, casi siempre con escasos recursos, para crear sus propios estudios cinematográficos y canales de distribución y transmisión. Este sector forma parte del llamado cine independiente que ofrece una vía para presentar sin filtros ni imposiciones externas las historias de la comunidad hispana/latina de los Estados Unidos, a la vez que facilita la entrada a este país a producciones de América Latina y España. Plataformas digitales como Netflix, Hulu, HBO Max, Amazon Prime Video, y más recientemente Peacock, también están creando oportunidades novedosas para la expansión del cine en español, con actores y talentos predominantemente latinos. La incorporación del cine latinoamericano y español a estas plataformas digitales ha representado un salto cuantitativo (y cualitativo) a la presencia del cine latino en inglés, español y otros idiomas, y su acceso a las audiencias más diversas de los Estados Unidos.

Entre las agrupaciones latinas de la industria del cine en los Estados Unidos están la Asociación Nacional de Productores Independientes Latinos (NALIP), o el Latino Filmmakers Network, que trabajan en promover la representación y la creación fílmica y actoral latina en la industria del cine en los EE.UU. NALIP es también organizador del Latino Media Fest y de la Iniciativa para la Inclusión de Creadores Emergentes de Contenido. Entre los festivales de cine latino que se realizan en distintas ciudades del país y que presentan documentales, largometrajes y cortometrajes producidos por latinos en los EE.UU., América Latina y España, están el Festival de Cine Latino de Chicago; el Festival de Cine Latino de Los Ángeles (LALIFF); el Festival de Cine Latino de San Diego; el Festival de Cine Latino de Houston; el Sunscreen Film Festival en St. Petersburg, Florida; el Tulipanes Latino Art & Film Festival en Holland, Michigan, el Latin Beat en Nueva York; el CineSol Film Festival de Harlingen y McAllen, Texas; el Palm Springs International Film Festival en California; el Santa Barbara Film Festival, en North Carolina; y el Festival de Cine Latino de Seattle, entre otros.

Con estas iniciativas incansables, cabría preguntarse si los actores, directores, escritores productores y profesionales latinos en la industria del cine en los Estados Unidos deben buscar la inclusión en el mundo de los grandes estudios de Hollywood. Esas compañías ya tan familiares que vemos en los créditos de incontables películas como Columbia Pictures, Walt Disney Pictures, Paramount Pictures, Legendary Entertainment, 20th Century Studios, Universal Pictures Hollywood, Marvel Studios, Warner Bros, RatPac-Dune Entertainment y Relativity Media, que hacen la lista actual de los diez estudios de cine con mayores ingresos de los EE.UU.

La respuesta es sí, sobre todo cuando se trata de tener acceso a los millonarios recursos de financiación que requieren proyectos de alto costo, y de los poderosos medios de distribución nacional e internacional que tienen dichos estudios para alcanzar audiencias globales. Estos estudios se han beneficiado económicamente y se siguen beneficiando de un público latino e hispanohablante estadounidense y mundial. Y la razón esencial para que continúe la clase de control de qué producir y distribuir está fundamentada en una política excluyente del grupo dominante sobre los demás.

No hay duda de que los cambios se están produciendo, no porque los estudios de Hollywood estén inclinados a la inclusividad, sino por la presión que ejerce, entre otras cosas, el surgimiento de las plataformas digitales de cine, que tienen un alcance internacional inmediato. El enrocamiento supremacista de Hollywood, que sigue privilegiando torpemente a la comunidad blanca no latina, es solo una manifestación más de que el racismo en la sociedad norteamericana es sistémico y no meramente un problema aislado. En medio de esa pugna, la creatividad, el arte y el genio colectivo e individual latinos seguirán buscando vías para que la riqueza y complejidad de sus historias lleguen al gran público.

Fuentes citadas:

1) Hollywood Diversity. Report 2023. Exclusivity in Progress. Part 1: Film. UCLA Entertainment & Media Research Initiative, por Ana-Christina Ramón, Michael Tran, and Darnell Hunt. UCLA College of Social Sciences. Institute for Research on Labor & Employment, 29 marzo, 2023.

2) Hispanic and Latino Representation in Film: Erasure On Screen & Behind the Camera Across 1,300 Popular Movies, por Ariana Case, Zoily Mercado & Karla Hernandez.  USC Annenberg Inclusion Initiative. Septiembre, 2021.

3) LA Letter. Dear Hollywood. Firmado por 270 artistas. Untitled Latin Project. Los Àngeles, CA, 15 de octubre, 2020.

CUADERNOS DE LA PANDEMIA

El ataque inacabable contra la comunidad asiática en los EE.UU.

Foto: Eric Thayer. Getty Images 2023

... sigo

ciegamente, buscando una vida con la vida en el centro,

buscando una vida con claridad afilada como el cuchillo de un santo

en el centro. Partir la madera, dijo el profeta

en el evangelio perdido. Levanta la piedra. Allí me encontrarán.

—Brynn Saito, poeta japonés-estadounidense, preso en uno de los campos de concentración para japoneses creado por el gobierno estadounidense en suelo norteamericano entre 1942 y 1946

24 mayo 2023. Para todos es sabido que la comunidad asiática de los Estados Unidos ha estado bajo crecientes ataques en este país desde que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia del Covid-19 el 11 de marzo de 2020. La crisis sanitaria le sirvió al presidente de entonces como una perversa herramienta política para promover, una vez más, el odio contra China, que por extensión se convirtió, en las mentes racistas y xenofóbicas, en una ocasión para agredir física y verbalmente a toda la población asiática. Una población que hoy asciende a más de veinte millones de personas, representando el 6 porciento de la población de los EE UU y procedente de los países asiáticos continentales y de las Islas del Pacífico Sur.

De acuerdo a STOP AAIP HATE (Alto al Odio contra los Asiáticos y los Isleños del Pacífico), una coalición de organizaciones por los derechos civiles que surgió a raíz de dichos ataques, la comunidad asiática ha sido objeto de violencia a través de la historia de los EE UU, al menos por dos prejuicios racistas iniciales: el primero de ellos, caracterizado peyorativamente como el “peligro amarillo”, señala que los asiáticos son una amenaza para la existencia misma de la civilización occidental; y segundo, la percepción de los asiáticos como “extranjeros perpetuos”, que no se integran ni pertenecen a la cultura dominante de los Estados Unidos. (1). Además de esta propaganda discriminatoria, STOP AAIP HATE encuentra otras dos acusaciones persistentes contra la comunidad asiática. Una que alega que los asiáticos y los asiático-estadounidenses son espías del Partido Comunista de China, y otra que les señala como culpables de robar los trabajos a los “verdaderos” estadounidenses. La pandemia del Covid-19, vino a añadir a esta campaña de acusaciones el estigma de que los chinos fueron los culpables de esparcir el virus en los Estados Unidos.

 Coincidiendo este mes de mayo con la celebración de la Herencia Asiática-Estadounidense y de los Isleños del Pacífico, STOP AAPI HATE  dio a conocer los resultados de una encuesta nacional que comisionó al grupo independiente no partidista NORC de la Universidad de Chicago. Los resultados de la encuesta, la más extensa y representativa de su clase hecha hasta el momento en los EE UU sobre los asiático-estadounidenses y los isleños del Pacífico, revela un panorama devastador. Entre algunos de los datos más destacados muestra que el 49 porciento de los asiático-estadounidenses e isleños del Pacífico enfrentan agresiones y rechazo en todo tipo de actividades públicas. Desde hacer compras en los supermercados, hasta viajar en el metro y los buses, o cuando van a los restaurantes. El maltrato y el acoso se evidencian también en los lugares de trabajo, en la escuela, a la hora de querer rentar o comprar vivienda, cuando hacen diligencias en las oficinas del gobierno y en el trato con la policía, por citar solo algunas.

 La encuesta disecciona el enorme impacto que este bullying tiene en la salud mental y el bienestar de la comunidad asiática. El 50 porciento de ellos y ellas reportan sentirse tristes, estresados, ansiosos o deprimidos por causa de estas experiencias. El 45 porciento dice que este asedio racial ha afectado negativamente su sentido de pertenencia a su escuela, lugar de trabajo o a la comunidad. Casi un 31 porciento se ha visto forzado a cambiar de escuela, de trabajo, o lugares que frecuenta.

Un patrón consistente es que pese a que una buena parte de las personas que son agredidas saben que se está cometiendo una acción ilegal contra ellas, deciden no presentar ninguna denuncia a las autoridades. Quienes lo hacen a través de una llamada o una visita a una estación de policía, encuentran que el proceso de radicar una denuncia es difícil, y a menudo concluyen que todo va a seguir igual. Por otra parte, el estudio muestra que una mayoría del 57 porciento confía en las organizaciones comunitarias de defensa y de lucha por los derechos civiles, y el número más grande de encuestados, un 67 porciento, afirma que se necesitan nuevas leyes para proteger no solo a la comunidad asiática y a los isleños del Pacífico, sino también a otras comunidades racializadas como los afroestadounidenses y los latinos (2).

Los ataques contra las comunidades asiáticas e isleñas del Pacífico (que comprenden Melanesia, Micronesia y Polinesia) no son en absoluto nuevos en la historia de los Estados Unidos. Desde la llegada en tiempos modernos de los primeros inmigrantes chinos en la segunda década del siglo 19 enfrentaron un duro racismo por parte de los anglo-estadounidenses, quienes los etiquetaron desde el principio como un peligro para los Estados Unidos. Era el tiempo cuando los Estados Unidos avanzaba en la conquista violenta y militar del noroeste de México, y en particular del estado mexicano de la Alta California. La migración china, y eventualmente de otros países asiáticos, se produce y se incrementa en el contexto de la fiebre del oro, que atrajo no solo a anglo-estadounidenses, sino también a gente de distintas partes del mundo, incluyendo países de Europa y de América Latina.

Los asiáticos fueron uno de los grupos que más experimentaron el racismo, la violencia y la xenofobia. Eran obligados a realizar los trabajos de mayor servidumbre y con salarios más bajos, a la vez que eran saqueados y asesinados, sin que nadie pudiera reclamar esas muertes.  En el célebre juicio The People v. Hall (El Pueblo contra Hall) en 1854, la Corte Suprema de Justicia de California determinó que el testimonio de un chino que presenció el asesinato cometido por un hombre blanco no era admisible. ¿La razón? La Corte señaló que “[los chinos son] una raza a quienes la naturaleza ha marcado como inferiores y son incapaces de progresar o desarrollarse intelectualmente más allá de cierto punto, como lo ha demostrado su historia; difieren en lenguaje, opiniones, color y conformación física; entre quienes y nosotros la naturaleza ha puesto una diferencia infranqueable”. La Ley 399 de Práctica Civil de California, Sección 394, estipuló que los términos “indio, blanco y negro, son términos genéricos, que designan raza. Que, por lo tanto, los chinos y todas las demás personas que no sean blancas, están incluidas en la prohibición de ser testigos contra los blancos” (3). La ley implicaba que una persona blanca podía evitar el castigo o cárcel por delitos (incluido el asesinato) cometidos contra asiáticos o cualquier otra persona que no fuera considerada blanca.

A pesar de esta opresión diaria, la creciente comunidad china fue fundamental en diversas áreas en el desarrollo de California y del país en general. La fuerza, creatividad y conocimiento chinos fueron decisivos para convertir a California en la principal zona vinícola del país y en la construcción del ferrocarril transcontinental. En su libro Beasts of the Field, Richard Steven Street, describe que fueron los migrantes chinos quienes plantaron los más de tres millones de vides que hicieron del Valle de Sonoma la gran zona vinícola de los Estados Unidos hasta el día de hoy. El aporte chino no fue solo reemplazar los viñedos de las misiones católicas, sino la selección y plantación de variedades francesas y de otras regiones europeas como el Cabernet Sauvignon, Chardonnay, Muscatel y Riesling, que enriquecieron la calidad de la industria vinícola (4).

A la vez, un promedio de 15 mil inmigrantes chinos fueron la fuerza laboral más importante en la construcción de un trayecto del ferrocarril transcontinental más largo y moderno de los EE UU, conectando a Omaha, Nebraska con Sacramento, California. De un total de 2.859 kilómetros, los obreros chinos tendieron 1.110 kilómetros de rieles, en los parajes más difíciles, arriesgados y montañosos a través de la Sierra Madre entre Nevada y California, con altitudes cercanas a los 4.500 metros. Unos mil obreros chinos murieron en diversas circunstancias durante la construcción, incluyendo avalanchas de tierra y explosivos. Los chinos demostraron ser tanto o más trabajadores, eficientes e imaginativos que sus contrapartes, los irlandeses, que fueron el otro grupo grande que construyó el resto del proyecto con 10 mil hombres. A los chinos se les pagó mucho menos que a los irlandeses y vivieron  en condiciones más precarias, pese a que su trabajo fue más duro y peligroso. El tren fue inaugurado el 10 de mayo de 1869, pero la odisea de estos obreros chinos no fue incluida en los libros de historia. 150 años más tarde, en 2019, los descendientes de aquellos obreros chinos reivindicaron la proeza de sus ancestros con un gran encuentro en Promontory Peak, Utah, el sitio donde se hizo el empalme de la vía construida por chinos e irlandeses.

 Pocos años más tarde, los sentimientos antiinmigratorios y xenófobos contra los chinos se hicieron más radicales. Finalmente el Congreso de los EE UU aprobó la Ley de Exclusión China en 1882, que prohibió la inmigración china, siendo esta la única ocasión en la historia de los Estados Unidos en que expresamente se ha prohibido por ley la entrada al país de todo un pueblo en función de la raza. Esta Ley fue derogada en 1943 por la Ley Magnuson, en plena Segunda Guerra Mundial por la alianza temporal de EE UU y China contra Japón y por la pretensión de los EE UU de mostrar una imagen democrática. Sin embargo, la ley solo permitía la entrada de 105 chinos por año, y siguió impidiendo de facto la migración hacia EE UU de los demás países asiáticos y de las Islas del Pacífico.

En ese mismo tiempo de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos cometió uno de los más grandes atropellos contra poblaciones asiáticas con la creación de diez campos de concentración en siete estados del país donde fueron encarcelados un total de 125.284 japoneses (más de la mitad de ellos ciudadanos estadounidenses) entre 1942 y 1946. Miles de ellos y ellas eran japoneses procedentes de Brasil y Perú. Llamados eufemísticamente “campos de internamiento”, o “centros de reubicación”, fueron en realidad verdaderas cárceles construidas por el gobierno en áreas alejadas de los centros urbanos, rodeadas con alambradas y guardias armados vigilando las 24 horas del día.

El encarcelamiento de los japoneses en el país durante esos años fue el resultado de la Orden Ejecutiva 9066 del presidente F.D. Roosevelt, con la excusa de que los japoneses en el país pudieran mostrarse leales a su país de origen después del ataque japonés a Pearl Harbor. Se estima que un promedio de 1.600 japoneses murieron por múltiples razones en estos campos de concentración, incluyendo los que fueron ejecutados mientras intentaban escapar. La mayoría de los prisioneros perdieron las casas, propiedades y negocios que tenían antes de ser presos. El presidente Reagan pidió disculpas a los sobrevivientes y sus familiares y entregó un cheque de 20 mil dólares a cada uno de los más de 80 mil de ellos en 1988. Estos campos de concentración son hoy día lugares que pueden visitarse con tours guiados a las barracas donde vivieron los prisioneros.

Uno podría pensar que después de tanto atropello, discriminación y racismo contra las comunidades asiáticas, esa historia fuera un asunto del pasado. Pero no lo es en absoluto. La narrativa excluyente de mentes calenturiantas y xenófobas sigue muy viva en el país. El aumento de ataques contra los asiáticos y los isleños del Pacífico se ha incrementado en los últimos años, y en particular desde la pandemia del Covid-19, como lo muestra el estudio mencionado de la Universidad de Chicago y STOP AAPI HATE publicado este mes de mayo.

El asesinato de seis mujeres de ascendencia asiática en tres spas de Atlanta, Georgia, en marzo de 2021, no fue una tragedia aislada ni única, y es un incidente que habla de cómo el racismo y el sexismo están profundamente vinculados a los ataques contra mujeres asiáticas. Menos de dos años después, el 21 de enero pasado, un hombre asiático entró a un salón de baile en la ciudad de Monterrey Park, en el Condado de Los Ángeles, y asesinó a tiros a diez personas e hirió a otras diez, todas ellas de ascendencia asiática. Esta nueva masacre ha aumentado la ansiedad de una comunidad que ya de por sí vive muy consciente de su vulnerabilidad ante la violencia y el fácil acceso que las personas tienen para comprar y portar armas.

Para añadir a este clima racista, que afecta no solo a los asiáticos sino a todas las comunidades racializadas en EE UU, el gobernador de Florida, Ron DeSantis, quien acaba de postularse como precandidato republicano a la presidencia, firmó este 17 de mayo varias leyes (SB 264, SB 846, and SB 258) que prohiben a los chinos que no tienen nacionalidad estadounidense comprar propiedades y terrenos en el estado. Estas nuevas leyes están claramente vinculadas con las acusaciones recientes de DeSantis de que hay chinos en Florida que son espías del Partido Comunista de China.

En medio de toda esta campaña de odio, no está en lo absoluto de sobra tener presente que gente proveniente de Asia fueron los primeros pobladores de este continente. Aunque es un hecho aceptado en general, es de interés indicar que conclusiones recientes de investigaciones genómicas confirmaron que los primeros humanos que migraron a estas tierras hace 20 mil a 14 mil años, provienen de distintas regiones del noreste asiático (5). Estos migrantes asiáticos son los genuinos ancestros directos de las naciones, pueblos y tribus de los primeros humanos que poblaron desde Alaska hasta Tierra del Fuego y la Patagonia; aquellos a quienes los españoles, y luego los ingleses y demás imperios coloniales europeos, llamaron indios o indígenas.  Trazando esa diáspora milenaria, cada hombre y mujer asiático que emigra a los EE UU lo hace a la tierra donde emigraron sus ancestros antes que cualquier otro grupo humano.  Así que cuando los nativistas estadounidenses de ascendencia europea apuntan el dedo contra los inmigrantes asiáticos, en realidad están señalando al pueblo más antiguo que ha poblado y vivido en estas tierras.

Parte de ese profundo arraigo asiático a estas tierras es lo que expresaba el grupo de poetas japoneses que fueron parte de los más de 125 mil presos japoneses en los campos de concentración en los Estados Unidos entre 1942 y 1946. Es lo que describe de manera táctil, geológica, Brynn Saito, uno de estos poetas japoneses-estadounidenses cuando evoca en tono profético, “Levanta la piedra. Allí me encontrarán”. Les encontraremos esparcidos por todo este continente. Más pertenecientes y más antiguos que todos los demás pueblos del mundo que miles de años más tarde también hicieron de estas tierras su lugar de residencia. Quizá haya que partir de ahí, con ese reconocimiento de respeto ancestral para acabar el odio. Volviendo a la raíz humana misma. Al origen asiático de este continente al que hace solo poco más de 500 años los españoles le pusieron el nombre América.

Fuentes citadas:

1) “The Blame Game. How Political Rhetoric Inflames Anti-Asian Scapegoating”. Stop AAPI Hate. October 2022.

2) Righting Wrongs. How Civil Rights Can Protect Asian American & Pacific Islanders Against Racism. Por Candice Cho, Annie Lee, Stephanie Chan, et.al. Stop AAPI Hate, May 2023.

3) THE PEOPLE, Respondent, v.  GEORGE W. HALL, Appellant.Cal. 1854. Immigration and Ethnic History Society. The University of Texas at Austin. Department of History.

4) Beasts of the Field. A Narrative History of California Farmworkers, 1769-1913. Por Richard Steven Street. Stanford University Press, 2004.

 5) “Peopling of the Americas as inferred from ancient genomics”. Por Eske Willerslev, y David J. Meltzer. Nature, June 17, 2021. 

(Publicado en Hispanic LA, 29 mayo, 2023)