Presencia a oscuras: Ernestina Champourcin y sus poemas de exilio
Por Valentin González-Bohórquez
La poeta alavesa Ernestina de Champourcin (1905-1999) fue una de las varias voces femeninas españolas que iniciaron su producción literaria durante la década de 1920. Sin embargo, como las demás mujeres poetas de la Generación del 27, entre las que se incluyen de manera destacada a Concha Méndez y Josefina de la Torre, ella también fue postergada al olvido y la negligencia de la crítica y la prensa. Como señala Wilcox, esto se debió en gran medida a la manera androcéntrica y patriarcal como generalmente los canonizadores literarios observaban este período tan prolífico y excepcional de la poesía española (1997, 87). El eventual matrimonio de estas poetas con escritores de esa generación fue sin duda otro factor que contribuyó a disminuir su protagonismo y el interés en su obra personal (Ciplijauskaité, 1989, 126). Sin embargo, la tenacidad de sus vocaciones irreductibles les permitió seguir produciendo una obra que con el tiempo está siendo revalorizada. En el caso de Champourcin, la concesión del premio Euskadi de Literatura que le otorgó el gobierno vasco en 1989 ha permitido el descubrimiento de su obra por parte de las nuevas generaciones. Debido en buena medida a este reconocimiento, estas dos últimas décadas han visto la aparición de un creciente volumen de estudios, reseñas y antologías de su copiosa producción poética.
Una mirada retrospectiva al conjunto de su obra permite diferenciar cuando menos tres etapas distintivas: un primer período de exploración y hallazgos, que la poeta misma denominó sus “poemas de amor humano”, y que abarca desde 1926 hasta los comienzos de la Guerra Civil en 1936. En silencio, Ahora, La voz en el tiempo y Cántico inútil muestran la influencia en el estilo depurado y carente de artificios de su amigo y mentor Juan Ramón Jiménez. Al mismo tiempo, se hace evidente ya su temprana atracción por la poesía mística del Siglo de Oro, y en particular de Juan de la Cruz. Estos fueron los años en que los poemas de Champourcin eran publicados de manera entusiasta en periódicos y revistas, a la par con los más reconocidos poetas de su tiempo; JR Jiménez escribió el prólogo de su tercer libro y Gerardo Diego la incluyó en su antología de Poesía española contemporánea, publicada en 1931.
La segunda etapa se inicia hacia el final de la Guerra Civil, en 1939, cuando Champourcin debe emigrar a México con su esposo, el poeta madrileño Juan José Domenchina, ambos afiliados a la causa republicana. Este largo período, que se prolonga hasta su regreso a España en 1972, se caracteriza por sus poemas de amor “a lo divino”, en los cuales reafirma su tendencia hacia una poesía de caracter espiritual, conectada no solo con la intensidad mística del barroco, sino también, de manera más moderna, con la interrogación religiosa machadiana y el discurso filosófico-religioso de Unamuno. Reajustándose con su marido a las nuevas circunstancias de un país desconocido, que sin embargo los acoge y los ayuda (como a tantos otros escritores, poetas, intelectuales y artistas del exilio franquista), Champourcin pasa años en que no publica nada propio, dedicada a su casa y a una sobresaliente labor de traductora para editoriales como el Fondo de Cultura Económica.
Pese a esa labor absorbente, la poeta encontró espacio para publicar seis colecciones de poemas, en los experimenta con sonetos, décimas, romances, romancillos y otras métricas convencionales del barroco, además del verso libre. A su regreso a Madrid se inicia un tercer y final período que los críticos denominan “poesía de amor en la evocación y en el deseo” (Ascunce 1991, 75) o de “amor anhelado” (Landeira 2005, 11), en el cual la poeta vasca dirige su mirada hacia la memoria y el recuerdo, con un predominio en los temas de la soledad y la vejez.
Dentro de todo este periplo vital, este ensayo analizará brevemente algunos elementos de la poesía de Champourcin escrita en México, en especial la connotación de su poesia desde el desarraigo exílico, la temática casi exclusivamente religiosa y el significado que esto tiene en la cosmovisión de su poética.
Poesia de contraexilio
Serge Salaün, uno de los críticos que más tiempo y espacio ha dedicado al estudio de la obra de Champourcin, destaca el hecho significativo de que la poesía de esta autora en sus años en México no puede considerarse una poesía “de” temática exílica, pese a que la experiencia de la ausencia de su tierra, el desarraigo y la adaptación a nuevas condiciones estén presentes. Es, en cambio, una poesía escrita “en” el exilio, donde “[e]l modo, el estilo, los temas que habían nutrido la poesía de Champourcin antes de la guerra, se mantienen" (Fernández, 2008, 18).
En vez de volverse doloridamente hacia una nostalgia del pasado perdido, su poesia se reafirma en valores en los que se percibe la misma constante tensión por la búsqueda de su territorialidad, en lo que Wilcox identifica como la “visión ginocéntrica” de la poeta (88). Esta territorialidad, que en sus poemas de juventud tiene una actitud contestataria ante una sociedad falogocéntrica, se vuelve marcadamente religiosa, otra forma de resistencia, de afirmar y preservar la identidad. Como indica Arturo del Villar, es obvio que tanto las experiencias vividas en los años de guerra como el destierro que ahora enfrenta, dejaron en ella un rastro que se marca en esta poesía contraexilica (143). Por ello, la suya “[e]s una escritura típicamente de exilio íntimo o desarraigo espiritual, a pesar de su integración en la sociedad mexicana… la escritura de Ernestina se desenvuelve por un viaje interior, que es un camino de Damasco semejante al de Saulo de Tarso, más que un traslado a México” (143).
En Presencia a oscuras, el primer poemario de sus años de exilio, puede verse esta búsqueda del espacio propio que se desplaza primero desde la angustia unamuniana hasta encontrar el tono de su quehacer ontológico, sobre el que irá construyendo el andamiaje de su poesía. En unos versos iniciales, el hablante exclama en desasosiego, “Arráncame de esta duda, / de este querer sin querer / que despedaza mi ser / en lucha implacable y muda” (II, 22). Más adelante este combate se suaviza y adquiere la certeza de un encuentro. Puede entonces decir, “Hoy soñé con tu presencia./ Si esto es antes de tenerte,/ ¿qué será, Señor, la muerte / y el don vivo de tu esencia?” Y en un anticipo epifánico, que recuerda a Juan de la Cruz, concluye: “Si en la niebla de tu ausencia / tu recuerdo es dicha pura,/ ¿cómo será la dulzura/ de tu realidad palpable / y esa verdad inefable / que amanece en noche oscura?” (IX).
La voz poética va a hallar, en un sentido evangélico lato, que la única manera de aprehender este amor divino es a través de la renuncia de sí misma y de todo lo que pueda anteponérsele: "Si hay que morir a la vida / para nacer a tu amor, / mátame pronto, Señor, / y protégeme en la huida. / Borra ya la desmedida / codicia de mis pasiones. / Dómame Tu los leones / que me desgarran el pecho / y dame para mi lecho / una almohada de oraciones" (IV). Sobre esta propuesta, rica en variantes y siempre en contrapunteo con su circunstancia, la poeta va elaborando un trabajo que denota una elaborada búsqueda de la palabra exacta, del giro poético en el cual tanto el argumento como la forma se mantienen en cuidadoso balance, en tensión y contensión.
La espiritualidad como “valor-refugio”
Un aspecto adicional a la indiferencia que durante décadas acompañó la recepción de la poesía de Champourcin se debe, también sin duda, a su carácter religioso, en un tiempo cuando la mayoría de los poetas y la crítica miraban más hacia una poesía secular, preocupada con otras materias. Así, para Salaün, que no niega la autencidad de la fe de la poeta, “el Dios de su poesía es, como en otras muchas poesías del exilio, un valor-refugio, (...) y, sobre todo, es una Poética, es decir, una búsqueda de un lenguaje realmente significante, una manera de dar al signo su peso de carne y realidad, cuando la carne y la realidad son insatisfactorias” (50). De la misma manera, Ascunce señala que “como elemento compensatorio a esta soledad humana, aparece como renuevo espiritual la fe un tanto soslayada en su etapa anterior” (XLV).
Este enfoque, que obviamente refleja la circunstancia personal de la autora, no deja de ser reduccionista, o cuando menos limitado, sobre todo si se tiene en cuenta que España e Hispanoamérica cuentan con una larga tradición de poesia religiosa cultivada como género literario, y que en el mismo tiempo de Champourcin, poetas como el leonés Leopoldo Panero, en condiciones muy distintas a la suya también producían poesía religiosa. Sobre este tópico, Fernández recuerda que en Champourcin “ya los acentos misticos están presentes desde el comienzo de su obra” (35), mucho antes de las experiencias agobiantes de la guerra y el exilio. En esta opción personal y consciente, lo que se produce en ella durante sus años mexicanos, es una demarcación de su objetivo poético. “Ernestina”, dice Fernandez, “tiene la seguridad de que aquello que buscaba para dar sentido a su vida y a la del hombre en general era Dios” (35).
La autenticidad de sus planteamientos temáticos y formales se ven de manera preponderante en Cárcel de los sentidos, donde la inspiración que absorbe de Juan de la Cruz se pronuncia más, a la vez que la palabra se torna más depurada, más juanramoniana. “Por beber Tu pureza / no tocaré ya el agua... / —Labios secos, febriles / de apetencias insanas, / ¡qué sed tan redentora / la que hoy los resquebraja!” (2, 240). Lo que se anhela es captar la voz negada, no escuchada en el tumulto de las voces cotidianas. Es solo a través de esta absorción de los demás sonidos de donde puede surgir la aspiracion primaria de re-ligare, de volver a conectar con la fuente creadora. En El nombre que me diste, publicado en 1960, a un año de la muerte de su esposo Domenchina, la voz poética se torna por momentos dubitativa, interrogante, pero como en la queja humana de los Salmos, siempre se vuelve confiada a la voluntad providente.
En el experimento poético siguiente de su colección de Hai-kais espirituales, la poeta se acerca a esta forma clásica de la poesía japonesa, en la que ya habían incursionado de manera no metódica, entre otros, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, y que más tarde cultivarán más formalmente poetas como Borges, Benedetti y sobre todo Octavio Paz. En el caso de Champourcin, sus hai-kais no siguen el modelo esquemático de tres versos con un total de diecisiete sílabas, aunque temáticamente se aproximan al sentido de ascético, elemental y consustancial con la naturaleza que caracterizan al hai-kai japonés, tan imbuído desde sus origenes con la tríada taoísta, confucionista y budista.
Reencuentro con la voz primera
Cartas cerradas, que aparece en 1968, tan solo un año después de sus hai-kais, representa una transición hacia una poesía, en la que sin abandonar su inclinación religiosa, Champourcin se hace abiertamente crítica a las tendencias de la llamada poesía social. La palabra retoma preocupaciones más cismundanas, conectadas siempre con lo atemporal. Dice en el poema que da título al libro, “No sé hablar de estas cosas que se han puesto de moda: / basura en las esquinas y vómitos de perro, / hedores adheridos al quicio de las puertas; esa puerta en bostezo de hotelucho o cantina...” (120). Para ella esta es “poesía sin misterio”, y como tal, no considera que sea poesía. Estas Cartas están dedicadas a ese Tú mayúsculo que las ha “leído ya infinidad de veces”, quien quizá permita que “otros alcancen a leerlas”, haciendo “que el sobre cerrado se transparente un día”. En toda su escritura en el exilio, este juego de voluntades no es para la poeta una simple retórica sino la esencia misma de su razón creadora: “La vida del poeta es dialogar contigo. / Y que después Tú solo lo expliques al que lee”.
Por la riqueza textual, la multiplicidad de voces conectadas con un claro sentido de la vida material y humana, Cartas cerradas contiene algunos de sus mejores poemas de exilio y de su producción en general. En estos poemas de la madurez, Champourcin se reencuentra con la voz desprevenida de sus años juveniles, sus primeros atisbos con la poesía de acento religioso y realiza una especie de síntesis admirable de un itinerario que revela que sigue en posesión de esa conciencia libre con que se dio a conocer en los años 20s. Como en buena parte de sus colecciones de poemas, la autora utiliza diversas métricas, pero sobre todo aqui el verso blanco.
El último poemario de exilio será Poemas del ser y del estar, que da a la prensa en 1972. Ese mismo año, solitaria y con la mayoría de sus viejos amigos poetas ya fallecidos, regresa a Madrid, ciudad con la que siempre mantuvo un asiduo contacto, aún durante sus años de vida en México. Poemas del ser... será una especie de colofón, que marca el desplazamiento hacia una nueva y final etapa de más de 20 años, en los que la poeta habrá de publicar al menos seis libros más, incluyendo La ardilla y la rosa, un recuento de memorias en prosa sobre su amigo y maestro Juan Ramón Jiménez. Con la voz independiente, de afirmación de su condición de mujer, la poeta se prepara para su regreso, sabiendo que su lucha es de muchas maneras solitaria, pero que ha valido la pena porque es la expresión de una vida vivida en plenitud. Para ella, “Más allá de las palabras, del mundo, / de otros caminos, Tú eres / ¡y es lo que importa!” (137).
La exploración de la obra de Ernestina de Champourcin, desde sus tempranos comienzos hasta sus últimos poemas, muestra una notable persistencia en tópicos y estilos que revelan el desarrollo de una cosmovisión propia. Aunque las influencias poéticas de otros, sobre todo de Juan Ramón Jiménez y de Juan de la Cruz son sentidas, y además reconocidas en escritos de la misma autora, su voz tiene un acento distintivo y único, que la ubican como una de las voces más notables de la Generación del 27. Los años vividos en el exilio en México le permitieron ahondar en esa veta religiosa que algunos podrian mirar contradictoria con sus convicciones republicanas. Para ella era una vocación que no encontraba incompatible con la inclinación inconforme, ginocéntrica e independiente que marcó su vida y trabajo. Su manera de indagar en lo inasible, nutrido de certezas interiores, proporcionan el sentido de una poética consciente tanto de la forma como de la precisión de la palabra y de sus hallazgos. Su obra permanece abierta a nuevos acercamientos en sus múltiples propuestas y sugerencias como mujer-poeta en uno de los períodos más productivos de la poesía española.
Bibliografía
(Nota: Todos los poemas citados están tomados de la edición de Arizmendi, Milagros)
Arizmendi, Milagros (ed.) Ernestina de Champourcin. Poemas de exilio, de soledad y de
oración (antología). Madrid: Encuentro, 2004.
Ascunce, José Ángel (ed.) Ernestina de Champourcin, Poesía a través del tiempo
(antología). Barcelona: Anthropos, 1991.
Ciplijauskaité, Biruté. “Ernestina de Champourcin, Del vacío y sus dones”. World Literature
Today. 68, 3 (1994). 539.
“Escribir entre dos exilios: las voces femeninas de la generación del 27”.
Homenaje al profesor Antonio Vilanova. Adolfo Sotelo Vázquez y Marta Cristina
Carbonell, eds. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1989, vol. II. 119-126.
Fernández Urtasun, Rosa. “Ernestina de Champourcin: una voz diferente en la
Generación del 27”. Hipertexto 7, Invierno 2008, pp. 18-37. Navarra: Universidad
de Navarra.
Fernández Urtasun, Rosa y José Ángel Ascunce eds. Ernestina de Champourcin. Mujer y
cultura en el siglo XX. Madrid: Biblioteca Nueva, 2006.
Villar, Arturo del. La poesía de Ernestina de Champourcin: estética, erótica y mística.
Cuenca: El Toro de Barro, 2002.
“La Voz en el tiempo de Ernestina de Champourcin”, pp 143-147. Cuadernos
Hispanoamericanos 551, Mayo 1996. Madrid.
Wilcox, John C. Women Poets of Spain, 1860-1990, Toward a Gynocentric Vision. Urbana:
University of Illinois Press, 1997.